NÔTRE DAME DE PARÍS: LA TEOLOGÍA DE LA LUZ O LA METAFÍSICA DE LA CATEDRAL GÓTICA

Fernando Schwarz

“A través de la belleza sensible el Alma se eleva a la belleza verdadera, y desde la Tierra donde ella yacía resucita en el cielo a través de la luz de sus esplendores”. (Abad Suger)

Tradicionalmente se llama el “siglo de las catedrales” al período que va de 1130 a 1280 en el que se construyeron en Francia más de 80 catedrales. Este nuevo arte y arquitectura, fue llamado en su época “art nouveau” o “arte nuevo” y también “arte francés”. Es solamente a partir de los siglos XV-XVI que esta arquitectura sagrada será denominada con desprecio por el propio Vaticano “arte gótico”, en relación con las tribus germánicas que invadieron y en parte destruyeron a Galia, los “Goths” o Godos, para acentuar la idea de un arte bárbaro.

La Iglesia optó por el estilo neo-clásico para hacer olvidar los contenidos metafísicos y teológicos de este estilo que tomó como ideas fundamentales “Dios es luz” (y no un ser antropomorfo) y la “Virgen ha redimido el pecado de Eva”.

El abad Suger de la Abadía benedictina de Saint Denis de Paris, en el siglo XI-XII, se fundamenta en los escritos del Pseudo-Dionisio Areopagita, traducidos del griego al latín en la abadía, para concebir la catedral como una obra teológica. Toma la idea del Pseudo-Dionisio, que había recopilado parte de la obra del filósofo platónico Proclo, de que Dios es luz y que cada criatura participa de ella.

Dionisio, para cristianizar la teología de la luz, hace referencia al Evangelio de San Juan, en el cual el Logos divino es concebido como la luz verdadera que brilla en las tinieblas y que está en el origen de todas las cosas. “Yo soy la luz del mundo; aquel que me siga no caminará en las tinieblas sino que tendrá la luz de la vida” (San Juan, VII, 12).

De la estética de la luz a la metafísica de la luz

Para Dionisio la creación es una acción iluminadora y el Universo creado no puede existir sin la luz. Si la luz deja de brillar, todo lo que existe cae en la nada. Él recuerda que la creación es una revelación de Dios, y que todas las cosas creadas son “luces” que por su propia existencia dan testimonio de la luz divina y permiten percibirlo así al intelecto humano.

Dios es luz y cada cual recibe y transmite esta luz según una jerarquía concebida por Dios (ángeles, santos, reyes). Dios interpone imágenes entre él y nosotros, que actúan como velos; la Escritura Santa es la naturaleza que nos presenta las imágenes de Dios deliberadamente imperfectas y contradictorias. Esta imperfección y contradicción, evidentes para nuestra inteligencia, tienen por finalidad el despertar en nosotros la necesidad de transcendencia, el deseo de acceder, a partir de un mundo de sombras e imágenes aparentes, a la contemplación de la luz divina. Así, Dios -escondiéndose a nosotros- se manifiesta gradualmente.

La luz física sirve para crear analogías con la luz transcendente para que el espíritu de los hombres se despierte. Todo objeto, toda criatura, refleja la luz divina. Todo vuelve entonces a Dios a través de las cosas visibles. Esta concepción es la base del pensamiento gótico. Así se establece la conexión entre la metafísica de la luz y la estética de la luz.

En su tratado de metafísica, Dionisio afirma que la luz divina que irriga al mundo asegura la unión entre los seres creados. Para el abad Suger la luz se concibe como la forma que poseen todas las cosas en común, el principio de simplicidad que da la unidad al todo.

Dionisio y la teoría de un doble simbolismo: lo similar y lo distinto

En su célebre tratado “La jerarquía celeste” distingue dos imágenes teológicas. Primero están las imágenes similares, cuyo modelo sería la figuración de Dios a través de un hombre anciano por ser el padre de los padres, que existe desde antes del tiempo. De allí su larga barba que representa la sabiduría, su trono dorado porque es el rey del Universo.

Luego están las imágenes distintas, como una piedra multicolor, una nube o un velo luminoso. Son estas imágenes que hay que preferir a toda imagen similar -dice él- justamente porque estas imágenes no buscan definir lo indefinible ni tampoco escribir lo indescriptible y se contentan de un puro resplandor, un puro misterio coloreado y evanescente.

Por su rechazo implícito de las formas objetivas, esta imagen “distinta” se dirige a la dimensión mística de cada cual, reenviando al origen, proponiendo analogías que la imaginación y la intuición deben captar en un planteamiento ascendente.

Figurar algo ya no es buscar la semejanza, sino utilizar la luz para señalar la presencia del Cristo en vez de personificarle.

El abad Suger explica que se puede contemplar algo divino en un simple brillo de la materia, un jaspe multicolor o la luz refractada por los vitrales.

Es la complementariedad entre lo similar y lo distinto que propone el abad a través del nuevo arte gótico: los contrarios se cruzan como en un caduceo a través de la iconografía simbólica de la nueva catedral.

La catedral gótica, expresión de una metafísica

En el pensamiento de Suger la técnica viene en segundo plano y sirve para expresar una idea. Al contrario de lo que se cree generalmente, el signo distintivo de este arte nuevo no es la bóveda nervada o de crucería, que ya existía en arquitectura pre-gótica en el estilo anglo-normando y que se utilizaba para decorar ciertas capillas.

Este artificio técnico para sostener como un esqueleto a través de las columnas y nervaduras al edificio, da la idea a Suger de vaciar los muros de la catedral y realzarlos para que resplandezca una luz ininterrumpida. Así, desde el coro hasta el porche la luz se difunde sin obstáculos, y esta cohesión luminosa refleja la unidad del Universo de la cual hablaba Dionisio. Es una iglesia mística la que nace con el estilo gótico.

Si en el arte románico la luz y la materia se oponen como el bien y el mal, el muro gótico da la impresión de ser poroso. La luz se infiltra y penetra el edificio transfigurándolo; la materia parece cada vez más ligera y la luz cada vez más presente.

Toda la arquitectura es concebida para vaciar la materia de los muros y reemplazarla por los inmensos vitrales y rosetones. La catedral gótica se transforma en un monumento dedicado a la transparencia. El Cielo y la Tierra entran en íntima comunión gracias a la luz que atraviesa todas las partes del edificio.

La materia deja de ser impenetrable y se transforma en la substancia portadora del verbo luz; la ascensión de las flechas con su ligereza desafía la gravedad terrestre.

Los vitrales irradian la luz divina

Para Suger, la Lux Nova, que él introduce en el interior de la Iglesia, se asocia al mismo Cristo. Por ello va a calificar las ventanas portadoras de vitrales de “muy sagradas y milagrosas”. Los vitrales son como velos que ocultan y revelan al mismo tiempo lo inefable. Para Suger todo el Universo es un velo iluminado por la luz divina.

Las ventanas no son concebidas para ser ventanas en un muro, sino como superficies traslucidas que portan las formas de lo sagrado y que irradian en todo el edificio.

En esta teología, la belleza no es significativa sino en la medida en que revela lo que está más allá de ella misma: lo inefable.

En sus intercambios Suger y San Bernardo definen el rol de los vitrales: “como el esplendor del Sol (el Cristo) atraviesa el vidrio sin quebrantarlo y penetra su solidez sin perforarlo ni quebrantarlo cuando sale afuera, así el verbo de Dios, la Luz del Padre, penetra el habitáculo de la Virgen y sale de su seno intacto”.

La luz explica el Cosmos, la Virgen el programa del Alma.

La Virgen románica, llamada “Virgen del niño en majestad”, está sentada en su trono-cátedra, llevando un infante ya adolescente, rey del mundo. Es el trono de Cristo, la casa de la sabiduría y de la materia primordial. Representa a la naturaleza, y se la llamó muchas veces “la virgen negra”.

En la época gótica se crea una nueva representación de la Virgen, “la virgen blanca” o de “ternura”. Está de pie y porta un bebé asumiendo la maternidad, el amor y la vida; está coronada y puede portar la rosa o el lis, como símbolo de la materia que se espiritualiza y se eleva hacia la luz.

Se la consideraba la nueva Eva, que redime el pecado de Eva, y el pueblo la consideraba la mediadora por excelencia entre los hombres y el Cristo: el culto mariano se extendió en todas las capas de la población provocando la alteración de Roma que tuvo miedo por sus dogmas.

El gótico representará a la Virgen en un último estadio como Reina de los Cielos, la Virgen de la Asunción, que aporta la esperanza de un regreso al Cielo de todas las almas. En la teoría gótica, la Virgen con sus tres transmutaciones señala el programa del devenir del alma en luz.