Fernando Schwarz
A modo de introducción
Sabemos por la teoría de sistemas o la ecología evolutiva que el grado de mayor desarrollo de un sistema (un ecosistema, por ejemplo) viene definido por el valor de su diversidad, la cual, cuando es mayor, define escenarios de mayor fortaleza frente a cambios y distorsiones. Todas las especies que constituyen el sistema contribuyen a su estabilidad, y su unidad depende de los innumerables vínculos establecidos en el seno de su diversidad. Este axioma lo encontramos en cualquier organización dentro de la
naturaleza: grupos familiares, manadas, poblaciones, comunidades de especies, etc. Y a nivel individual, en la organización de un organismo, de una célula, del material genético.
Los sistemas alcanzados por el ser humano en el transcurso de su evolución también participan de este axioma («la unidad depende de la diversidad»): cuando un sistema se acerca al máximo de su diversidad afronta una situación de mayor estabilidad y grado de desarrollo, exhibe una unidad más robusta que si se aleja del máximo de su diversidad posible.
De esta manera, sociedades, clanes familiares, conjuntos simbólicos o redes comerciales, por citar algunos sistemas propios de los logros evolutivos del ser humano, participan de este axioma.
Por ejemplo: una sociedad con más diversidad de profesiones y perfiles laborales es más estable y desarrollada, un sistema sanitario con más especialistas y equipamientos es más eficiente en la preservación de la salud, un conjunto de leyes con más desarrollos normativos es más capaz de dar respuesta a circunstancias variadas; ocurre en todos los ejemplos y otros muchos, siempre que las partes tengan vínculos entre sí orientados a la unidad, como podría considerarse el bien común.
En otras palabras, de igual manera que no sobra ninguna especie en un ecosistema maduro, tampoco sobra ningún individuo en la sociedad, ningún conocimiento en una universidad, ninguna expresión bella en los centros de arte, ni ningún proyecto en la construcción del futuro.
Lo propio del ser humano en sí mismo y en relación con sus creaciones culturales, simbólicas y económicas es que se mantenga la relación dependiente entre unidad y diversidad. Cuando esta relación se atrofia, aparecen los individuos exagerados, las exclusiones culturales, las sociedades masificadas, el totalitarismo. Y a nivel personal, la pérdida de equilibrio entre unidad y diversidad da lugar a las adicciones, las manías, las fobias o la pérdida de la salud.
Este axioma, referido hasta ahora solo a proyecciones materiales, sirve igual en el ámbito psicológico, mental y espiritual, y en las interacciones entre estos planos entre sí y con el material.
Para el filósofo Edgar Morin, la constitución real y efectiva de una humanidad planetaria debería suponer al mismo tiempo la plena y conjunta realización de la unidad y de la diversidad humanas. Opina que la unidad no puede separarse de la diversidad y de la variabilidad, ya que «lo característico de la organización del sistema homo (especie/individuo/ sociedad) es que puede generar —por sus características fundamentales y, por tanto, «invariantes»— grandes variedades de comportamientos, de estrategias y de relaciones sociales».
La unidad y la humanidad a las que se aspira no deben consistir en una uniformización y homogeneización destructoras y fagocitadoras de las diversidades y de las diferencias culturales e individuales, sino que ha de ser capaz de acoger en su seno las diversidades y las singularidades. La sociedad universal debe basarse en la diversidad y no en la homogeneidad. «Así pues, podemos
concluir que, en tanto que animal altamente complejo, el ser humano está biológicamente determinado por un principio de unidad-diversidad y, ya a este nivel, unidad y diversidad son términos no excluyentes, sino complementarios».
Los universales antropológicos no son solo biológicos en el sentido estrecho, reduccionista y biologicista del término, sino bioculturales, y esta unidad biocultural no puede separarse de la diversidad y de la variabilidad. Lo biológico y lo sociocultural del ser humano no deben concebirse como dos dimensiones separadas o meramente yuxtapuestas. Morin se opone a toda construcción reduccionista del concepto de ser humano, edificada unidimensionalmente desde una sola perspectiva, sea esta culturalista o biologicista, porque no es biológico por un lado y cultural por otro, de manera yuxtapuesta y alternativa, sino que constituye un «sistema global», una «unidad compleja organizada», conformado por un conjunto de interacciones e interdependencias entre múltiples y diversos factores bio-psico-sociales. El
ser humano, pues, ha de definirse de manera «total», es decir «bio-psico-social», puesto que es el resultado de permanentes interacciones de este tipo.
La humanidad es una y diversa a la vez
Desde sus orígenes, en el año1957, Nueva Acrópolis sostuvo la unidad de la humanidad y su diversidad como fundamento de su propia filosofía.
El profesor Jorge Ángel Livraga, fundador de Nueva Acrópolis, nos dice: ‘‘El ser humano lleva dentro de sí mismo los arquetipos de la totalidad de la humanidad. Cada uno de nosotros refleja, de alguna manera, a todos los seres humanos que existen en la Tierra. Cada uno de nosotros tiene dentro de sí todos los sueños de los que vivieron sobre la Tierra y también de los que van a venir. Cada uno de nosotros tiene un potencial verdaderamente insospechado, pero hace falta tener tenacidad’’.
«En esta riqueza de la humanidad, cada uno de los seres humanos tenemos nuestra forma de sentir, nuestra forma de pensar, nuestra forma de vivir; pero tenemos también, todos nosotros, una cultura que nos une. Esa cultura que nos une nos permite hablar de ciencia, hablar de arte, hablar de literatura, de lo que fuere, entendiéndonos por signos convencionales que hemos aceptado. O sea, que los seres humanos, por la parte genética, solo heredan una serie de capacidades instintivas, pero hace falta el aprendizaje, esto es, hace falta la transmisión de la cultura para que el ser humano se realice como tal’’.
‘‘La historia está inserta dentro de la naturaleza y responderá a las mismas leyes de causalidad. La humanidad forma parte de la inmensidad del cosmos, de la naturaleza. No somos una especie de extranjeros, sino que estamos en la naturaleza’’.
La Organización Internacional Nueva Acrópolis ha continuado y desarrollado la promoción y la práctica de los principios filosóficos propuestos por el fundador de la OINA, Jorge Ángel Livraga, como testimonian las resoluciones y acciones propuestas en cada Asamblea General.
En el año 2024 celebramos casi setenta años de acción a favor de la unidad en la diversidad, lo que nos ha permitido forjar una experiencia única de convivencia, como lo demuestra la unión fraternal dentro de nuestro movimiento de miembros hinduistas y musulmanes, de israelíes y palestinos, así como componentes de múltiples minorías étnicas, religiosas, etc. Nuestras centenas de miles de horas de voluntariado a favor de los abandonados y marginados de la sociedad, los sin domicilio fijo, los inmigrantes, las personas con discapacidad, las minorías indígenas (o autóctonas) o la tercera edad, testimonian nuestro compromiso con la diversidad y las minorías sociales, étnicas o culturales.
Esta experiencia única y positiva permite unir fraternalmente a los seres humanos más allá de sus diferencias y es fuente de esperanza para el presente y el futuro.
Promover la unión en la diversidad es dar vida al principio fundador de la filosofía del vivir juntos: philia es la simpatía natural que une a todos los seres vivientes, que Aristóteles la distingue de la amistad entre dos personas. Es la amistad cívica fundamentada en la consideración inalienable que merece cada cual. Esta actitud de camaradería humana permite cortar el circuito de la violencia. Es un antídoto poderoso frente a la discriminación, la marginación, la exclusión y, por lo tanto, al avance de la barbarie.
Tres principios para lograr la unidad por la diversidad
Desde su fundación, todas las acciones de Nueva Acrópolis han sido fundamentadas en sus tres principios fundacionales:
1 – Fraternidad: Promover un ideal de fraternidad, basado en el respeto a la dignidad humana, más allá de las diferencias de sexo, culturales, religiosas, sociales, etc.
2 – Conocimiento ecléctico: Fomentar el amor a la sabiduría, a través del estudio comparado de filosofías,
religiones, ciencias y artes, para promover el conocimiento del ser humano, de la naturaleza y del universo.
3 – Leyes de la naturaleza y desarrollo interno del ser humano: Desarrollar lo mejor del ser humano,
promoviendo su realización como individuo y como miembro activo de la sociedad. Actuar en armonía con la naturaleza para mejorar el mundo.
Nuestra propuesta filosófica, asentada en cada uno de nuestros tres principios fundacionales, es un amplio recorrido entre la unidad y la diversidad.
Fraternidad
En el siglo XX, la ciencia demostró la unidad biológica del género humano y que la humanidad es una y diversa a la vez, a nivel físico. Sin embargo, esta constatación, intuida por filósofos y antropólogos desde la Antigüedad, no se transformó en una conciencia concreta para poder convivir juntos a nivel planetario.
No obstante, consideramos que la humanidad ha logrado una cierta idea de intereses comunes y herramientas de funcionamiento y plasmación. En los últimos decenios del siglo XX se plasmó en la palabra globalización, sugiriendo la imagen de un mundo global, que comparte problemas semejantes y quizá parecidos remedios. Pero hemos de reconocer que si algo hemos avanzado es fundamentalmente en el plano material, y no tanto en el mundo de las ideas o de los valores.
Como apunta H. P. Blavatsky:
‘‘La humanidad es una gran fraternidad por efecto de lo idéntico del material de que está formada física y moralmente. Pero, a menos que resulte una fraternidad también intelectualmente, no vale gran cosa más que un género superior de animales’’.
Las diferencias aparentes de orden cultural, psicológico, étnico, etc., han continuado favoreciendo la separación entre los seres humanos, buscando siempre relaciones de subordinación y marginalización de unos respecto de los otros.
Para Nueva Acrópolis, este es el desafío del siglo XXI: obtener un comportamiento consciente de la realidad de una humanidad una y diversa a la vez, donde la convivencia pacífica sea posible.
La unidad, a partir de las invariantes biológicas, permitió demostrar que el ser humano exterior, es decir, su apariencia, su forma, procede de un fondo común.
Pero no hay que olvidar que, para lograr una verdadera unión fraternal que respete la diversidad humana, debemos considerar la existencia del ser humano interior, que es en realidad el factor que le da la unidad a la diversidad humana. Se trata de la capacidad que tiene cada ser humano de emocionarse frente a la belleza, de buscar lo que es justo, de expresar la bondad ante las dificultades, de aspirar a la autenticidad de lo verdadero.
La dignidad humana se afianza, toma raíz en el ser humano interior, como lo demostró Pico de la Mirándola. La interioridad permite soportar las diferencias y comprender que detrás de esas diferencias hay una unidad y es eso lo que nos hace dignos, capaces de encontrar y expresar nuestra verdadera
identidad, que no es simplemente material.
La forma moderna de vivir nos conduce a prestar atención constantemente a los reclamos del mundo exterior. En efecto, ninguna disciplina interior se propone para discernir entre las vanidades e ilusiones que se presentan y lo que es esencial y renovador.
Una de las claves para llegar a uno mismo, comprender la propia identidad y desarrollar una vida en plena conciencia, consiste en la práctica de la dignidad. No se trata de la búsqueda del reconocimiento de nuestros méritos, sino del respeto de nuestra propia esencia y del compromiso de actuar en la vida en función de ella.
‘‘Alimentados del sentimiento de la unidad, podremos digerir las diferencias’’, dice el filósofo hindú Sri Ram.
Por otra parte, es conveniente recordar que nuestro primer principio coincide con lo estipulado en el preámbulo de la Declaración Universal de Derechos Humanos que citamos a continuación:
‘‘Considerando que la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento
de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana’’, y hacemos hincapié en la palabra dignidad, pues lamentablemente, faltan ejemplos de dignidad en los actuales movimientos sociales, los cuales, en vez de enseñarnos a vivir dignamente nos enfrentan en una lucha constante de todos contra todos.
‘‘Ansiamos una dignidad humana que tenga un fundamento profundo, lo cual nos incita a buscar en nosotros mismos’’.
Ese advenimiento de un mundo de seres humanos libres para expresar lo mejor de sí mismos y respetar
las creencias de los demás, solo puede ser posible si educamos en un modo de vida más digno y consciente. Esa es nuestra misión institucional desde hace más de sesenta años.
La OINA ha realizado un esfuerzo en cumplir con la enseñanza y educación de los derechos humanos, conforme a la Declaración Universal. Sin embargo, considera esencial también reforzar el sentido de los deberes humanos y de la dignidad personal, ya que esto asegura la aplicación sostenible y genuina de dichos derechos.
Eclecticismo filosófico
El eclecticismo, palabra de origen griego que significa ‘seleccionar, elegir’, es una actitud filosófica que consiste en seleccionar dentro de diversas filosofías los elementos que parecen interesantes para constituir un sistema propio completo.
Esta actitud filosófica se remonta a los filósofos de Alejandría, como Amonio Sacas, que habían elegido, entre las diferentes corrientes filosóficas y espirituales, aquellas que les parecían las más sabias para mejorar al ser humano.
Por su parte, Diderot defiende en la Enciclopedia el método ecléctico de la filosofía, oponiéndola al dogmatismo, es decir, al sectarismo filosófico o al sincretismo, que se esfuerzan en superponer sistemas contradictorios.
Es una manera de buscar la unidad en la diversidad.
El eclecticismo filosófico, que se enseña y practica en nuestra escuela de filosofía a la manera clásica, sustenta la base sólida y firme, como punto de encuentro de las diversidades humanas, en nuestra red de cerca de 500 sedes en el mundo. Por otra parte, nuestro
esfuerzo por llegar a comprender las diversas culturas y civilizaciones a lo largo de la historia, por medio del método comparativo, nos permite descubrir las orientaciones y los caminos de quienes pusieron nombres a las realidades y a las ideas.
Como lo explica Maruyama:
‘‘El reconocimiento de otras culturas no significa, ni debe suponer, caer en su idealización. Hay que respetar las culturas, pero hay que tener también en cuenta sus imperfecciones y cómo, al igual que en la nuestra, también en las otras culturas existen supersticiones, ficciones, saberes acumulados y no
criticados, estructuras de poder, costumbres vejatorias y opresivas. El respeto a las otras culturas no debe ser un respeto ciego sino crítico, lo cual nos permite extraer lo mejor de cada una’’.
‘‘La visión occidental-céntrica que considera como retrasados a los seres de las sociedades arcaicas y tradicionales y que solo advierte en ellas ignorancias, ideas falsas, modos de vida primitivistas y supersticiones, ha de ser superada y sustituida por una percepción más abierta, capaz de descubrir la sabiduría, los valores éticos y las habilidades que realmente existen en esas culturas’’.
Leyes de la naturaleza y fuerzas internas del ser humano
La naturaleza es maestra de vida. Se expresa a través del ciclo de la vida que lleva lo virtual o lo potencial a desarrollarse, culminar y declinar. Su modo de ser no reside en una realidad sustancial que son sus efectos, sino que su esencia es la energía del devenir, del movimiento. Schelling dice:
‘‘la materia es el espíritu dormido, el espíritu es la materia en devenir’’.
Comprendemos filosóficamente a la naturaleza con la misma perspectiva que los pueblos ancestrales, los filósofos chinos, hindúes, griegos o la filosofía humanista Ubuntu del sur de África.
A partir del Renacimiento, nace en Europa una línea filosófica original, la naturphilosophie (filosofía natural), en la que destacamos a Jacob Boehme y los filósofos alemanes Schelling, Fichte y Carl August von Eschenmayer.
Esta corriente conserva su actualidad en su afán de restaurar la dignidad del ser humano, fundamentada en el principio de la reconciliación.
El filósofo francés Maurice Merleau-Ponty renueva junto a otros investigadores, como el astrofísico Trinh
Xuan Thuan y el filósofo Michel Serres, la idea de que la naturaleza constituye la totalidad de la esencia que luego entra en la existencia.
En la naturaleza nada es estático, todo está en vibración y movimiento, en equilibrio inestable a través de una armonía de los opuestos. Al quererla fijar, la destruimos y nos destruimos.
El ser humano forma parte de la naturaleza y, por sus condiciones, es capaz de actualizar su potencial de cualidades superiores, a veces impensables, sobre todo frente a las pruebas de la vida, y puede devenir mejor. Para ello debe asumir el conflicto interior y exterior de fuerzas adversas y unirlas en armonía por oposición. Conjuga así el no ser con el ser: la eclosión con la ocultación; el día con la noche; la guerra con la paz; la escasez con la abundancia; el vacío con la plena energía. Expresa así la unidad y la diversidad.
Al referirse a las crisis, se atribuye al físico Albert Einstein la siguiente reflexión:
‘‘No pretendamos que las cosas cambien, si siempre hacemos lo mismo. La crisis es la mejor bendición
que puede sucederle a personas y países, porque la crisis trae progresos. La creatividad nace de la angustia, como el día nace de la noche oscura. Es en la crisis donde nace la inventiva, los descubrimientos y las grandes estrategias’’.
Actuar según su naturaleza implica en el ser humano comportarse según la excelencia, que es la virtud de los antiguos, que consiste en no dejarse llevar por los extremos y encontrar la armonía del justo medio. La vida intelectual es insuficiente para evolucionar y no caer en la subjetividad y el egocentrismo. La vida moral implica la práctica de cada una de las ideas que aceptamos como constitutivas de la ética. Para poder desarrollarla, necesitamos fuerza moral. Es decir, un esfuerzo para vencer los obstáculos que nos impiden actuar del mismo modo en que pensamos nuestras vidas.
Para los filósofos griegos, todo pertenecía a la naturaleza que llamaron physis. Tanto las cosas físicas como las ideas. Las ideas pueden surgir de improviso, desarrollarse, transformarse en obras, objetos y acciones, y luego, retirarse para volver, porque nada está fijo.
La naturaleza incluye, por lo tanto, el aspecto sustancia y pensamiento. El ser humano, a partir de su inteligencia, puede conectar dimensiones que le permiten estados superiores de conciencia que le ayudan a percibir la unidad en la diversidad y transformarse, desarrollando su propio potencial.
En síntesis, hemos podido constatar, a través de nuestra experiencia, que nuestros tres principios fundacionales se inspiran en el concepto de la dignidad humana y promueven su desarrollo en cada individuo, alentando a una sociedad capaz de hacer vivir la ciudadanía de la dignidad, entre unidad y diversidad.
Podemos concluir con estas palabras de Jorge Ángel Livraga:
‘
‘Si pudiésemos concebir de alguna manera una cultura que no nos separase en lo intelectual, en lo moral, en lo afectivo, en lo superior, en lo espiritual, una cultura que no formase tribus, una cultura que no separase a un ser humano de otro ser humano…, eso nos llevaría a un nuevo conocimiento del mundo y a un nuevo conocimiento de la vida’’.