Síntesis del libro LA BIOLOGÍA DE LA CREENCIA


Bruce Lipton
Editorial Palmyra, Madrid (2010)
Elaborado por Manuel J. Ruiz Torres

El argumento del libro trata de mostrar cómo hay suficientes evidencias científicas para afirmar que el determinismo genético (somos consecuencia de nuestro código genético) no es real, sino que el entorno celular es también crucial. Esto tiene consecuencias muy importantes, que contribuyen a cambiar el paradigma de la biología.

Capítulo 1. LECCIONES DE LA PLACA DE PETRI.

Las células son organismos inteligentes, que pueden sobrevivir sin ayuda, separadas de un tejido y en un medio de cultivo adecuado. Tienen capacidad de buscar activamente los entornos que permitan su supervivencia y alejarse de los que no son adecuados para ellas. Pueden analizar miles de estímulos en su microambiente y en función de ese análisis, seleccionar las respuestas adecuadas para asegurar la supervivencia. También tienen capacidad de aprender las experiencias ambientales y de crear una memoria celular que transmitirán a la descendencia.((Cuando hablamos de descendencia celular, no hay que pensar en una persona nueva, sino en una nueva generación de células dentro del tejido)). Se pone el ejemplo de cómo las células del sistema inmunitario tienen la capacidad de producir anticuerpos perfectamente adaptados a los antígenos correspondientes, utilizando la “memoria” de la primera activación.

La tendencia evolutiva ha llevado a la célula inteligente individual a ir alcanzando unos niveles elevados de especialización y desarrollo.

Durante los primeros dos mil setecientos cincuenta millones de años de vida sobre la Tierra sólo existieron seres unicelulares (bacterias, algas y protozoos) independientes e inteligentes. La tendencia evolutiva llevó a crear asociaciones de estas células en organismos pluricelulares durante los últimos setecientos cincuenta millones de años. Parece que el criterio de agruparse las células en colonias pluricelulares es incrementar la información sobre el entorno y de alguna forma controlarlo. Si una célula tiene una capacidad de percepción X, entonces cada organismo colonial tendría en conjunto una capacidad de percepción potencial de X*n, siendo n el número de células de la colonia.

Posteriormente, las colonias se estructuran creando tejidos, mediante los cuales se especializan en funciones concretas, incrementando la eficiencia biológica(( Creando super-estructuras –los organismos- que garantizan la supervivencia de millones y billones de células, y que a su vez se relacionan con el entorno y otras super-estructuras)), permitiendo que haya un mayor número de células viviendo con menos.

La cooperación y no la lucha por la supervivencia, es el motor de la evolución. Las investigaciones en evolución y la perspectiva microbiológica están demostrando que las especies coevolucionan, asociadas para conseguir un fin común. Cada vez son más sólidas las evidencias que muestran que la evolución de basa en una interacción cooperativa e instructiva entre los organismos y el entorno, tal y como defendía Lamarck cincuenta años antes que Darwin.

Ejemplos como el de la adquisición y transmisión de la capacidad inmunológica ponen de manifiesto que los organismos adquieren y transmiten las adaptaciones necesarias para su supervivencia en un entorno cambiante. Cada vez son mayores las evidencias que apoyan este modelo de evolución basado en la cooperación. Los últimos descubrimientos en genética hablan de transferencia genética, al comprobar que los genes, no sólo se transmiten de un individuo a otro de la siguiente generación de la misma especie, sino que pueden transmitirse también entre especies, con lo que comparten las adaptaciones y se acelera la evolución. En otro extremo, el máximo grado de cooperación es la propia hipótesis Gaia, mediante la cual la biosfera entera coopera para mantener las condiciones adecuadas para la vida a nivel planetario.

Capítulo 2. ES EL AMBIENTE.

El contenido de este capítulo se basa en ir desarrollando el argumento sobre quién controla a los genes. Efectivamente, las investigaciones genéticas están poniendo de manifiesto que existe una relación entre muchas patologías y tal o cual gen, y el paradigma actual se basa en el determinismo genético, de que somos consecuencia de los genes. Sin embargo, esto no es así, sino que a su vez los genes están regulados por el entorno celular, que a su vez recoge señales externas al individuo, pero también internas. Se olvida con frecuencia que son las señales del entorno las que activan al gen, este no se activa a sí mismo. Ejemplo de las llaves. Cuando decimos que una llave controla el coche, lo asumimos de forma
natural. Sin embargo es mentira: esa llave en el contacto del coche no controla nada por sí sola, hace falta accionarla.

Las células están compuestas por cuatro grandes grupos de moléculas: polisacáridos (azúcares complejos), lípidos (grasas), ácidos nucléicos (ADN y ARN) y proteínas, siendo estas últimas el componente más importante porque confieren la estructura de las células y los tejidos y regulan las reacciones bioquímicas.

Hay más de cien mil proteínas diferentes en el cuerpo, y cada una de ellas está conformada por largas cadenas otras unidades menores, llamadas aminoácidos, que en función de la movilidad del enlace y de la distribución de cargas eléctricas, confieren una estructura espacial determinada. Dos proteínas pueden tener la misma composición de aminoácidos y ser completamente diferentes, porque su estructura espacial es diferente. Finalmente, una proteína activa tiene una estructura espacial concreta como consecuencia del equilibro entre sus cargas. Si la distribución de las cargas eléctricas se modificase por algún efecto externo (como puede ser la unión a otras moléculas, la eliminación o adición enzimática de iones o la interferencia con campos electromagnéticos –como los producidos por teléfonos móviles-), entonces varía la estructura espacial, y por lo tanto, la actividad de esa molécula. Como las proteínas se enlazan con otras moléculas complementarias física y energéticamente, como si fuesen piezas de un engranaje, cuando la estructura espacial se modifica por efecto de una alteración de carga eléctrica (como consecuencia de una interacción externa a la molécula),
entonces se mueve todo el engranaje, como si fuesen las piezas de un reloj, en una auténtica máquina proteica.

Existen millares de engranajes de este tipo en la célula, a través de los cuales tienen lugar las reacciones básicas para la vida. Este movimiento real de engranajes es el que impulsa la vida(( Es “curiosa” la importancia del Movimiento)).

En el ADN están contenidos los genes donde se codifica la secuencia de aminoácidos que constituye la cadena de cada proteína. El dogma central de la biología moderna estipula que estas larguísimas cadenas de ADN, son las que controlan la vida, porque producen las proteínas (tanto estructurales como enzimáticas). Pero esto no es del todo cierto, porque el ADN no se decodifica a sí mismo de manera espontánea, sino que ese proceso está controlado. El Proyecto Genoma Humano((El Proyecto Genoma Humano tenía como objetivo realizar un mapa genético del ser humano)). arrojó varias sorpresas. En primer lugar, el número de genes encontrado fue muy inferior al esperado. Se esperaban unos ciento veinte mil genes capaces de sintetizar las más de cien mil proteínas existentes, y sin embargo sólo se encontraron unos veinticinco mil genes. No existe más del 80% del ADN supuestamente necesario. No hay suficientes genes para explicar la complejidad de la vida o de las enfermedades humanas. Ya no puede admitirse el axioma de la biología evolutiva de un gen, una proteína y hay que considerar otras opciones acerca de los mecanismos de control de la vida.

Otra consecuencia de los resultados del Proyecto Genoma Humano es nuestra posición respecto del resto de seres vivos. Nuestra complejidad no se corresponde con la complejidad genética.

Por ejemplo, un gusano denominado Caenorhabditis elegans, que tiene exactamente 969 células y un cerebro formado por 302 neuronas, tiene un ADN con unos veinticuatro mil genes. El ser humano, con cincuenta billones de células y un nivel de complejidad que no admite comparación, sólo tiene mil quinientos genes más que este gusano. Otro ejemplo: la mosca del vinagre, un ser mucho más complejo que el gusano mencionado, tiene sin embargo quince mil genes. Por lo tanto, no se corresponde necesidad de control con complejidad genética.

El control de la fisiología y comportamiento de un organismo radica en el cerebro, de tal manera que si este desaparece, el organismo muere. ¿Cuál sería el equivalente al cerebro en la célula? La respuesta inmediata sería el núcleo, donde se encuentra el material genético, al que se le otorga la capacidad de control de la vida.

Sin embargo, los experimentos de enuclear las células (quitarles el núcleo sin romperlas) muestran lo contrario. Una célula en estas condiciones no puede reproducirse, pero puede seguir viviendo de manera indefinida hasta que aguanten las proteínas estructurales y enzimáticas, que una vez deterioradas por el uso requieren del ADN para fabricarse nuevas unidades. El núcleo, el ADN, no es el centro de control de las células.

En la última década, el desarrollo de la Epigenética (“Control sobre la genética”) está cambiando la visión sobre la vida. Se ha descubierto la gran importancia que tienen las proteínas que recubren el ADN, como si fuera una manga de camisa recubriendo el brazo. Mientras estas proteínas recubren el ADN no pueden decodificarse los genes. Y son las señales externas, ambientales, las que inciden sobre estas proteínas, modificando su estructura espacial y separándose del fragmento de ADN que, al descubierto sí puede leerse. El entorno controla el ADN. Se ha descubierto también que las influencias ambientales, entre las que se encuentran la nutrición, el estrés o los sentimientos, pueden llegar a modificar la lectura de un gen sin modificar ese gen, a través de las proteínas reguladoras. La influencia del entorno puede llegar a dar lugar a más de dos mil variantes de proteínas a partir de un mismo molde génico.

Esta sintonización fina influida por el entorno puede transmitirse de generación en generación. Se ha comprobado cómo la lectura de genes mutados que inducen a malformaciones, puede bloquearse con señales externas vinculadas a la dieta, por ejemplo. Y viceversa, cómo hay alteraciones epigenéticas (inducidas por el entorno) que influyen en el desarrollo de enfermedades cardiovasculares, la diabetes o el cáncer. De este último, por ejemplo, sólo el 5% de casos pueden atribuir el origen a la herencia.

Hay experimentos que demuestran cómo en células enucleadas funcionalmente pueden adaptar su comportamiento en función de las señales ambientales recibidas. Son tan rotundos los experimentos epigenéticos en biología celular, que hay científicos que rescatan la teoría lamarckista de evolución (“los rasgos adquiridos como consecuencia de la influencia ambiental pueden transmitirse a la descendencia”), desechando la selección natural darwinista sobre mutaciones al azar.

Capítulo 3. LA MEMBRANA MÁGICA.

El verdadero cerebro que controla la vida celular es la membrana, que está constituida por una doble capa de fosfolípidos. Estas moléculas tienen una parte polar (con capacidad de carga eléctrica), que mira hacia las dos caras de la membrana, y otra parte no polar, que están enfrentadas entre sí en el interior de la membrana. Esta composición hace que la membrana sea impermeable, tanto a sustancias que se disuelven en agua (polares) como a sustancias que se disuelven en grasa (no polares).

La capacidad de interacción de la célula con el exterior a través de la membrana, se produce gracias a un conjunto variadísimo de Proteínas Integrales de Membrana (PIM) que son sensibles a multitud de señales, internas y externas.

Las PIM están insertas en la membrana, atravesándola, gracias a que hay aminoácidos polares y otros no polares, en su composición. Hay dos tipos funcionales: las proteínas receptoras y las efectoras.

Las receptoras son como nanoantenas moleculares sintonizadas a señales específicas; algunas están desplegadas sobre el exterior celular y otras en el interior. Como en el resto de proteínas, cada una de estas nanoantenas tiene una configuración activa y otra inactiva, en función de la alteración de su carga eléctrica. Cada PIM receptora es específica de un tipo de señal ambiental, y cuando se unen a ella, se produce una modificación de la carga, y la proteína se activa. Las señales ambientales que pueden activar estas PIM pueden ser químicas (multitud de moléculas, que se unen a la proteína) o físicas (campos de energía ondulatoria, como la luz o las ondas de radio, en este caso, la proteína vibra como un diapasón, y se activa). El comportamiento biológico puede ser controlado por sustancias físicas, pero también por fuerzas invisibles, como los pensamientos o tipos de energía.

Las PIM receptoras están sincronizadas con proteínas efectoras. Las primeras detectan las señales extracelulares, y las segundas generan la respuesta de la célula a estas señales, en un proceso que se llama trasducción de la señal. Los científicos están describiendo cientos de rutas de información compleja que existe entre el receptor de señales externas y la activación de proteínas funcionales celulares. Cuando una PIM receptora se activa en presencia de su señal ambiental específica, induce una respuesta en la correspondiente proteína efectora, que se activa. Un ejemplo de proteínas efectoras son las transportadoras, que ante la señal de una determinada sustancia, se activan y abren un canal que permite el paso de esa sustancia a través de la membrana impermeable. Un ejemplo notable es la ATPasa de sodio y potasio. Esta proteína funciona como una puerta giratoria, en cada “giro” saca tres átomos de sodio e introduce dos de potasio, todos con carga positiva. Como consecuencia, y dado que hay miles
de ATPasas de este tipo en la membrana, y que esta no es conductora de la electricidad por su interior no polar, al final se crea un potencial de membrana, con un interior celular de carga negativa y otro exterior de carga positiva, convirtiendo la célula en una pila biológica auto-recargable.

Otro ejemplo de proteínas efectoras son las que constituyen el citoesqueleto de la célula, que regulan la forma y la motilidad, induciendo una respuesta motriz ante una señal externa. Otro ejemplo de proteínas efectoras son las enzimas que catalizan y regulan infinidad de reacciones bioquímicas.

Finalmente, estas proteínas efectoras o sus productos biológicos (en el caso de las enzimas) producen señales que controlan la unión entre proteínas reguladoras de genes y estos mismos, por lo que pueden actuar en la decodificación de esos genes. De esta manera, una señal ambiental, que puede ser química o física, puede controlar la lectura de los genes.

La función de la membrana de interactuar de “forma inteligente” con su entorno para generar una respuesta, la convierte en el verdadero cerebro de la célula. Los genes, siendo patrones de ADN muy importantes con tres mil millones de años de evolución, no “controlan” las operaciones celulares.

Las células han ido evolucionando a optimizar el número de proteínas receptoras y efectoras de la membrana. Los complejos proteicos son las unidades fundamentales de la inteligencia celular. Son unidades de “percepción”.

Posteriormente en la evolución, conforme se crean los organismos pluricelulares, con el desarrollo del sistema nervioso, las células de este sistema son las que asumen buena parte de las labores de percibir las señales del entorno y producir respuestas.

Por último, hay investigaciones que han llegado a demostrar que la membrana celular se comporta como un chip, y que sería más apropiado comparar las funciones y el funcionamiento de una célula con las de un ordenador personal. Las células son programables, y el programador se encuentra fuera de las células, en el entorno, cuya información es la que descarga en el interior de la célula. El núcleo es como una unidad de memoria donde el ADN codifica todas las proteínas. Los datos penetran a través de los receptores de membrana, que activan los efectores de la membrana, equivalentes a la CPU (Unidad de Procesamiento Central) del ordenador. De esta manera, somos nosotros los que podemos tener el control de nuestra biología, no una azarosa concepción genética.

Capítulo 4. LA NUEVA FÍSICA.


Según la física cuántica, los átomos son vórtices de energía, que giran y vibran de manera constante. Cada átomo, cada molécula, cada estructura material del universo, irradia un sello de energía único y característico. El átomo no tiene estructura física, tiene la apariencia y el comportamiento de la materia física (como presentar masa y peso), pero también muestran las cualidades y propiedades de la energía (puede caracterizarse como potenciales de voltaje, longitudes de onda). Esto confiere muchas propiedades, diferentes de las exclusivamente materiales. Por ejemplo, según la mecánica newtoniana clásica, que es la habitual para trabajar con materia, el flujo de información es lineal, A-B-C-D-E. Sin embargo, el flujo de información en el universo cuántico es holístico, es decir todo interacciona con todo en flujos bidireccionales, como un sistema complejo. Esto es trascendental a la hora de escoger los diferentes tipos de terapias, tanto por su eficacia como por sus efectos secundarios. La complejidad de estos reside en el hecho de que los sistemas biológicos son redundantes: una misma molécula tiene distintos efectos dependiendo del momento y el lugar.

Esta característica debería hacer que muchas terapias convencionales basadas en fármacos que siguen el criterio del flujo de información lineal, se revisaran o sustituyeran por otras más adaptadas a la realidad del flujo de información holístico. Pero no es así, pese al elevado número de muertes por latrogenia((Iatrogenia son las enfermedades resultantes de los tratamientos médicos)), la cual, según un informe de 2003, es la principal causa de muerte en Estados Unidos.

Todas las posibilidades de desarrollo e investigación de terapias tradicionales y/o alternativas, basadas en principios energéticos, se encuentran bloqueadas y menospreciadas por la poderosa industria del medicamento.

La física cuántica no niega los principios de la física newtoniana, porque es cuestión del nivel de observación. Desde el punto de vista macroscópico, la realidad se comporta según las leyes newtonianas, pero a nivel subatómico rigen los principios cuánticos. Una enfermedad, como un cáncer, llega a manifestarse a nivel macroscópico cuando se convierte en tumor y se ve. Sin embargo tuvo su origen a nivel molecular, dentro de las células iniciales afectadas. De ahí la necesidad de que la biología integre tanto la mecánica cuántica como la newtoniana.

Hay investigaciones que establecen cómo las señales transferidas mediante energía (por ejemplo, frecuencias electromagnéticas) son mucho más eficientes para transmitir información que las señales materiales, como hormonas, neurotransmisores, etc. Además son infinitamente más rápidas. Si las señales energéticas transmiten más información y de manera más rápida es obvio pensar que este tipo de señales son priorizadas por las células.

Un ejemplo de aplicación de los principios cuánticos en la biología es a través de las interferencias con ondas. Todos los átomos y moléculas son torbellinos de energía, que se manifiestan mediante una vibración constante, la cual genera patrones de ondas característicos, que recorren el espacio como las ondas de un estanque. Cuando diferentes patrones de ondas se encuentran entre sí pueden producir interferencias constructivas, si se potencian entre sí, o interferencias destructivas, si se anulan entre sí. Esta es la base de muchas terapias basadas en frecuencias energéticas, y de muchas técnicas de diagnóstico o exploratorias basadas en el análisis de la energía que emiten las células.

Capítulo 5. BIOLOGÍA Y CREENCIAS.

Hay numerosos ejemplos sobre cómo la mente es capaz de influir en la programación genética. La física cuántica pone de manifiesto que el cuerpo físico puede verse afectado por la mente inmaterial. La energía de los pensamientos pueden activar o inhibir la producción de proteínas en la célula mediante la interferencia constructiva o destructiva descrita en el capítulo 4. También se ha descrito más atrás cómo hay proteínas de membrana receptoras de señales energéticas, que en contacto con proteínas efectoras, pueden incidir en las proteínas reguladoras del código genético.

La división cuerpo-mente, promovida por el racionalismo cartesiano, no es tal desde el punto de vista de la física cuántica, y sin embargo, sigue vigente en la medicina occidental.

En la evolución, conforme se han ido haciendo más complejos los organismos, las células que los conforman han ido desarrollando un principio de acatar una estrategia común. Cuando las células pasan a formar parte de los tejidos, pierden la capacidad de percibir el entorno externo al organismo, y su reacción se circunscribe al entorno inmediato del tejido. Se establece entonces una jerarquización de señales, en las cuales predominan las que emiten el conjunto de células encargadas de percibir la información del entorno (sistema nervioso). Estas señales no sólo se refieren a información del estado externo, sino también al estado interno, y los sentimientos que provocan. Se han encontrado receptores neurales de estas moléculas de emociones, en casi todas las células del cuerpo.

Los receptores de membrana reconocen y priorizan las señales enviadas por el sistema nervioso central frente a las producidas en otras áreas más próximas. Hay dos tipos básicos de conjuntos de efectos que puede producir la actividad mental a través de sus señales: respuestas de protección y respuestas de crecimiento.

Los placebos y los nocebos (pensamientos negativos) funcionan realmente siguiendo patrones de este tipo. Se ponen numerosos ejemplos de ambos. Se han descrito efectos placebos, incluso simulando un operaciones para corregir artritis de rodilla.

Capítulo 6. CRECIMIENTO Y PROTECCIÓN.

Hay dos mecanismos fundamentales para la supervivencia: el de protección y el de crecimiento. Estos diferentes tipos de respuesta están adaptados para situaciones diferenciadas de agresión o de estímulo, y engloban multitud de posibilidades y combinaciones diferentes.

En el ser humano, hay dos sistemas de protección: uno es el eje HPA (hipotálamo-glándula pituitaria-adrenal) y el sistema inmunológico. Cuando una señal activa estos sistemas, se moviliza un sistema muy complejo que pone a todo el organismo en situación de protección, con un consumo elevado de recursos y una paralización del crecimiento. En todos los seres vivos, ambas respuestas son antagónicas.

La capacidad de poner en marcha la respuesta de protección no sólo depende de estímulos externos que denoten peligro, sino también el sentimiento del miedo, la ansiedad o el estrés, y en estos casos con unas consecuencias nefastas, porque una situación real de peligro que desencadena la respuesta de protección suele ser puntual. Pero una situación de miedo o estrés puede ser mantenida en el tiempo, con lo que la respuesta de protección se mantiene activada de manera indefinida, ocasionando un gran gasto de recursos, deterioro y falta de crecimiento.

Hay que recordar que la membrana celular tiene receptores de las señales emitidas por el sistema nervioso, por lo que el estado de alerta y su consiguiente paralización, lo sufren todas las células. Se ponen numerosos ejemplos de lo pernicioso que es el miedo. El miedo mata.

Capítulo 7. PATERNIDAD RESPONSABLE.

En este capítulo se describe la importancia que tiene la epigenética, el entorno, en el desarrollo prenatal. Y en este entorno no sólo incide la alimentación de la madre, sino fundamentalmente las mismas situaciones que producen respuestas de protección o de crecimiento. Se ha estudiado cómo en madres (y en padres, por su incidencia en aquellas) con niveles de miedo, estrés o ansiedad suficientemente elevados como para provocar la respuesta de protección, esta misma respuesta tiene lugar en el feto, con lo cual se frena el crecimiento y desarrollo en una fase tan crucial. Se ha comprobado cómo muchas propensiones a enfermedades en edad adulta tienen su origen en estas situaciones.

Se ha descubierto cómo hay una auténtica adaptación a transmitir las características adquiridas por la madre al bebé por vía no genética, como un mecanismo para que este optimice su desarrollo adaptándolo al ambiente previsto.

En este capítulo también se incide en el poder del subconsciente frente al consciente, y cómo aquel también tiene una fuerte capacidad para inducir respuestas de protección o de crecimiento en el individuo (y en todas sus células).

El subconsciente es como una base de datos que se encarga de almacenar experiencias y programas de actuación frente a gran cantidad de señales externas. La activación de estos programas es automática, sin que medie el consciente, por lo que a priori no se discrimina si la respuesta es acertada o no, porque todo el contenido del subconsciente se ha ido fijando conforme se daba la primera respuesta frente a cada primer estímulo (interno o externo). Esta primera respuesta podría tener consecuencias destructivas o constructivas, pero fue la primera, y es la que se grabó en el subconsciente.

Ya se ha mencionado atrás cómo la membrana celular prioriza las señales exteriores en función de su nivel jerárquico, y en este caso, el subconsciente tiene el máximo nivel, desde el sistema nervioso central.

El binomio consciente y subconsciente se adapta a la perfección: mientras el primero piensa, el segundo analiza constantemente los estímulos y señales recibidos y pone en marcha las respuestas aprendidas sin que el consciente analice o se dé cuenta de nada.

La mayor parte de las respuestas producidas por el subconsciente son aprendidas por observación de lo que hacen los que nos rodean, especialmente los primeros años. La mente consciente puede adelantarse o atrasarse en el tiempo, en cambio el subconsciente vive siempre el presente.

Cuando el consciente decide hacer algo que va en contra de lo que el subconsciente tiene aprendido, se produce un conflicto en el que el segundo influye notoriamente en el funcionamiento biológico y la salud. A nivel consciente podemos llevar a cabo esa acción, pero a costa de superar el rechazo del subconsciente, y con un efecto negativo sobre la salud producido por el subconsciente. Y siempre, siempre que no esté atenta la voluntad, las riendas las toma el subconsciente. Si el subconsciente induce algunas respuestas no adecuadas (por un erróneo ejemplo del que se tomó la respuesta), no puede “razonarse” con él. Y puede producirse un conflicto severo de intereses que dé lugar a trastornos neurológicos. En la actualidad, la relación entre energía y pensamiento desde la perspectiva cuántica, está posibilitando el desarrollo de la psicología de la energía que permite reprogramar comportamientos adquiridos previamente.

En la última parte del capítulo se incide en la importancia de la aptitud de los futuros padres en la
formación del feto, incluso en los meses previos a la concepción. Hay muchos estudios que encuentran relaciones entre el grado de desarrollo de un niño y el hecho de ser o no deseado.

Los acontecimientos de la vida de los padres influyen en la mente y el cuerpo del niño, ya que en
las etapas finales de maduración del óvulo y del espermatozoide, se ajusta la actividad de grupos de genes específicos que darán forma al niño. Influye también la afectividad, el contacto, etc. Gran parte del acabado final depende de factores epigenéticos, y no de la tiranía de los genes.

El capítulo termina sobre la responsabilidad de los padres de liberarse de miedos infundados y acometer conductas correctas, para no inducir una programación inadecuada del subconsciente de los hijos.

Epílogo. CIENCIA Y ESPIRITU.

En la membrana celular hay una gran cantidad de receptores específicos de señales. Cada proteína es la imagen funcional de su señal. Todos nosotros, máquina de proteínas, somos una imagen del entorno, y el entorno no es otra cosa que el universo, o para muchos, Dios. Puesto que los seres humanos evolucionamos como complementos del medio que nos rodea, si modificamos demasiado el entorno, corremos el riesgo de “desencajarnos”.

Un tipo especial de receptores son los de identidad. Todos tenemos una identidad única, promovida por los llamados autoceptores. Estos se encuentran en la membrana celular y leen una señal del “yo” que no existe en el interior de las células sino que procede del medio externo.

Mi “yo” existe en el entorno tanto si el cuerpo está presente como si no. Mi identidad es un complejo sello contenido en la vasta información que forma el entorno en su conjunto. Una prueba de que el “yo” existe después de la muerte viene de los pacientes de los trasplantes que afirman que, junto con sus nuevos órganos también perciben cambios conductuales y psicológicos (recordemos que las células del órgano trasplantado tienen autoceptores de otro “yo” que se percibiría en el entorno).

Si después de mi muerte, nace un niño con un grupo de autoceptores semejante al mío, mi identidad regresará con otro cuerpo diferente. La “señal” que activa los autoceptores es inmortal, como todos nosotros. “Puesto que el entorno representa todo lo que existe (Dios) y nuestros autoceptores no son más que antenas que se sintonizan con un pequeño ancho de banda de entre todo el espectro posible, todos nosotros no representamos más que una pequeña parte del todo…una pequeña parte de Dios”.

Todos somos espíritu en un cuerpo material. Ejemplo del prisma y la luz blanca: la luz blanca al pasar por un prisma se disocia en los siete colores que al pasar por otro prisma dan de nuevo luz blanca. Si cada uno de nosotros somos un color y nos encargamos de eliminar colores que no nos gustan, no podremos volver a disfrutar de la luz blanca espiritual hasta que no se restituyan todos los colores.

Hay patrones ordenados y repetidos en la Naturaleza y en la evolución, que se corresponden con modelos fractales; la geometría fractal es repetitiva y da lugar a formas sucesivamente más complejas. Por lo tanto, pese a todo, al final seguramente se encontrará la manera de que el ser humano extienda su percepción y suba un peldaño más en la escala evolutiva. Y parece que es la supervivencia de los que más aman.