Mª Ángeles Fernández
La historia del hombre en el transcurso de la era cuaternaria nos va a permitir comprender que el culto al cráneo es casi tan antiguo como el hombre, puesto que la decapitación post mortem era ya practicada en el paleolítico inferior y medio, ya sea como canibalismo ritual o alimentario, o incluso con propósito de exposición de enterramiento, como en el cráneo paleo antropoide de Mont Circé, en Italia, que presentaba un ensanchamiento del agujero occipital y estaba situado en el centro de un círculo de piedras.
En el mesolítico, los cráneos amontonados en fosas eran bañados con ocre rojo. En el paleolítico superior, el cráneo de Mas d´Azil carece de mandíbula y las órbitas oculares contienen fragmentos de huesos.
En el período más lejano del neolítico aparecen las primeras obras de arte ligadas al culto al cráneo en el valle del Jordán. Los habitantes de Jericó, 6.000 años antes de Cristo, conservaban bajo el suelo de sus casas circulares cráneos cuyo rostro había sido remodelado en arcilla y los ojos se rellenaban con una concha incrustada. No se puede negar que es la necesidad de conservar el cráneo para honrar al muerto lo que ha hecho de un artesano neolítico el primer escultor realista.
Las deformaciones artificiales del cráneo se realizaban ya hace 8000 años en Asia Menor y hace 2000 en Egipto, Creta y Chipre. De aquí, la costumbre parece ser que se extendió a lo largo del Danubio hasta Hungría y Alemania, luego a Francia y resto de Europa. En América esta costumbre se observa desde Alaska a la Patagonia, particularmente en Perú y Bolivia.
Las deformaciones más importantes son el aplastamiento anteroposterior y la elongación anteroposterior.
Se realizaban también frecuentemente trepanaciones; y queremos aclarar que el término está mal utilizado, aunque la costumbre lo haya consagrado: la verdadera trepanación es un agujero redondo realizado con un instrumento llamado trépano. Lo que se solía realizar era la extirpación de un trozo de la calota craneal, y tenemos datos de ello desde el neolítico. El estudio de los bordes del hueso permite saber si hubo supervivencia tras la operación o no, caso de que se realizara sobre un individuo vivo.
Las ablaciones óseas se realizaban por diversos motivos: podía ser para extirpar esquirlas después de un fractura, pero en la mayoría de los casos era por prácticas mágicas, como obtener amuletos o dejar escapar a los malos espíritus que provocaban fuertes dolores de cabeza o crisis epilépticas. Las trepanaciones casi siempre están realizadas en el centro del lado izquierdo de la cabeza, de lo cual no se ha encontrado explicación alguna.
La cabeza humana siempre ha ejercido una especie de fascinación sobre esos mismos humanos. Se la ha cortado, reducido, pintado, modelado, utilizado y venerado en toda época y parte del mundo. Y de ello vamos a dar un rápido esquema de cómo se han realizado algunos de estos actos.
Cuando se trata de cráneos de enemigos, la técnica es siempre la misma: decapitación, que se efectúa habitualmente en el sitio, y después el descarnamiento de la cabeza tras la vuelta al poblado.
El descarnamiento se hace habitualmente en tres tiempos: a) incisión sagital del cuero cabelludo desde el ápice del cráneo hasta la nuca seguida de una tracción sobre los dos labios del corte para arrancar la piel del cráneo. b) los ojos son enucleados, la lengua arrancada y el cerebro extraído ya sea por el agujero occipital, sea por una abertura efectuada en el temporal. c) el cráneo se pone a cocer en un recipiente especial donde se le deja el tiempo necesario para que la putrefacción facilite la última limpieza.
Cuando se trata de cráneos de padres o allegados la técnica es habitualmente distinta, porque los funerales se efectúan en dos tiempos. En un primer tiempo, y en el transcurso de complejas ceremonias, el cuerpo del difunto se expone en una mansión funeraria; En un segundo tiempo, varias semanas después, tiene lugar el descabezamiento y la limpieza del cráneo, que es pasado al lugar de veneración familiar.
El cráneo seco es a veces conservado tal cual. Desde el paleolítico inferior hasta nosotros se ha perpetuado en el mundo entero. En la mayor parte de los casos, la mandíbula, que no se ha retirado anatómicamente del resto del cráneo, se ha perdido. A veces, sin embargo, ha sido fijada a la base del cráneo por ligaduras que van desde las ramas salientes de la mandíbula a los dos arcos cigomáticos, y del mentón al borde inferior de las dos fosas nasales. Estas ligaduras pueden constituir una verdadera decoración. Con el objeto de preservar la integridad del cráneo, algunos pueblos unen los dientes entre sí con un cordón cuyos entrelazos son igualmente decorativos. Veces los dientes que faltan son reemplazados por prótesis de madera. A veces los cráneos son horadados para introducir cuerdas que faciliten su transporte, lo que nos indica que no pueden ser abandonados en caso de traslado de la tribu.
El cráneo coloreado está teñido con una materia colorante, casi siempre roja, en un intento de imitar la sangre vivificadora. El ocre rojo ha sido utilizado como pintura sagrada desde el paleolítico medio hasta hoy, como entre los indios de Norteamérica y ciertas tribus de África. A veces se adornan pegando pequeñas plumas rojas.
Los cráneos grabados son más raros que los coloreados y ornamentados, aunque se han hallado en regiones tan alejadas como Indonesia, Golfo de Papuasia, islas Marquesas, isla de Pascua y América Central.
Los grabados pueden ser muy sencillos y representar, generalmente en medio de la frente, y de forma muy estilizada, un animal totémico. Por otra parte hay grabados muy complejos que dibujan arabescos de gran elegancia en la superficie de toda la calota e incluso en todos los huesos faciales. En Méjico y Guatemala los grabados suelen representar motivos estilizados del arte maya y azteca, como la serpiente emplumada.
Los cráneos pintados se encuentran casi exclusivamente en Indonesia y en Australia. Son simplemente coloreados o pintados simétricamente en los dos lados del cráneo con líneas rojas, blancas o negras en el caso de Indonesia, mientras que en Australia, en la Tierra de Arnhem, el único dibujo son unas líneas que forman cuadrados rellenos de puntos.
Los cráneos con ornamento de mosaico se realizan exclusivamente en Méjico.
Los cráneos sobre modelados están recubiertos de una sustancia plástica modelados de forma que se reproduzca un más o menos parecido retrato del muerto. Esto, como ya hemos dicho anteriormente, se realizaba ya en Jericó en el 6000 a.C. Siglos antes del inicio de la era cristiana los habitantes de Faldas del Morro, en el norte de Chile, recubrían los cráneos con una ligera capa de arcilla ligeramente modelada con los rasgos del muerto. En el sur del Gabón existen los únicos cráneos sobre modelados de África, a los cuales añaden redondeles de cristal o de espejo en los ojos, a modo de gafas, y que sirven para cerrar las órbitas, utilizadas como relicarios.
En las Nuevas Hébridas se recubre la parte frontal con una pasta hecha de fibras vegetales y leche de coco, haciéndose en ella unas cavidades para los ojos. Resulta muy curioso el añadido de un bonete hecho con telarañas.
El cráneo revestido de su piel, es decir la cabeza enteramente conservada gracias a técnicas de preparación más o menos elaboradas, se encuentra por todo el mundo desde hace mucho tiempo.
La técnica de preparación más simple era evidentemente el embalsamamiento.
Una técnica que garantiza una conservación definitiva de la cabeza entera es su desecamiento al sol o al fuego realizando una verdadera momificación. Es necesario diferenciar la cabeza momificada propiamente dicha, es decir la cabeza que sólo ha sido tratada después de su separación de cuerpo, de las cabezas de momias, que conciernen al culto al cráneo. Las cabezas momificadas después de la decapitación se encuentran casi exclusivamente en Perú, Amazonia, Nueva Zelanda y parte de Papuasia.
En Perú es en la región de Paracas donde los nazcas de tres siglos antes de Cristo preparaban las cabezas trofeo que no han cesado desde entonces de decorar los recipientes hasta el siglo VIII. Estas cabezas estaban simplemente desecadas al sol o bien eran primero despellejadas y la piel vuelta a extender sobre el cráneo limpiado y recubierto de tejido. Los ojos se dejaban abiertos pero la boca casi siempre se cerraba con gruesas espinas.
En Amazonia del sur los cazadores de cabezas Munduruku impregnaban de aceite las cabezas y las secaban al sol después de la extracción del cerebro, de la lengua y de los ojos. Las órbitas se rellenan con cera sobre la cual se aplican dientes de tapir que representan los párpados. De la boca abierta surgen cordelillos en número correspondiente a las cabezas cortadas en vida por el cazador.
Sería demasiado prolijo enumerar todas las formas de mantenimiento de los cráneos para su culto, de modo que pasaremos a algo tan entretenido como la receta para reducir cabezas, como hacían los jíbaros. Después de haber cortado la piel de la cabeza desde el vértice hasta el cuello, tiraban de los dos bordes del corte para liberar el cráneo, que era desechado. La cabeza deshuesada era entonces una especie de saco de piel y carne cuya herida central era recosida y la abertura del cuello se dejaba libre. Los labios se atravesaban con tres espinas de bambú en torno a las cuales se trenzaban tiras de fibras vegetales que cerraban herméticamente la boca y colgaban tras ella. Las órbitas se mantenían abiertas y se insertaban en ellas verticalmente pequeños trozos de bambú. Después de esta preparación la cabeza se sumergía en un recipiente de barro que contenía agua y el jugo de una planta de propiedades astringentes, el Chinchipi.
La cabeza debía ser extraída antes de la ebullición.
Después de esto, la cabeza ,ya reducida a un tercio de su tamaño, se rellena de arena muy caliente por el agujero del cuello, y se “plancha” con la ayuda de piedras planas calientes. Esta operación se repite continuamente durante 48 horas, hasta que la piel esté completamente lisa y tan dura como el cuero. Se le pone entonces un cordón de suspensión a la altura de la coronilla, por un agujero dejado con anterioridad, y se la cuelga sobre humo de madera verde para prevenir los ataques de los insectos. Después de lo cual no queda sino adornar las orejas con pendientes de plumas. La cabeza reducida recibe el nombre de tzantza. Su cazador, su vencedor, se retira al bosque para romper el ayuno que ha mantenido durante la preparación y prepararse para la ceremonia final. Durante esta ceremonia ataca a la tzantza con la lanza que había matado a la víctima, la clava en ella y la planta ante su casa. Los habitantes del poblado danzan en círculo tomados de la mano. Después de lo cual, la cabeza se guarda como fetiche para tener suerte en la caza o en la guerra.
Los cráneos del sur de Nigeria y norte de Camerún, después de haber sido limpiados y habérseles colocado una prótesis nasal de madera, son recubiertos de piel de antílope curtida y modelada a fin de imitar en lo posible un rostro humano, cuyos ojos se representan con conchas o placas de metal. Se coronan con cabellos humanos sujetos por una banda frontal de cuero. El cráneo así preparado se dispone sobre una especie de corona de madera, que se sujetará en la cabeza de un bailarín durante las danzas ceremoniales. Cráneos parecidos se encuentran entre los dayaks de Borneo y en Nueva Guinea; los dos pueblos parecen haber compartido sus técnicas preparatorias.
La conservación de un único fragmento de cráneo de un enemigo o antepasado se hace a menudo. Ya hemos visto que los indios de las llanuras de Norteamérica no conservan más que el scalp de sus víctimas, y que en Nueva Inglaterra se conserva sólo la parte anterior del cráneo de los antepasados para remodelarlo imitando las facciones del muerto y realizar una máscara de danza. Los hopewell de América septentrional recortaban el hueso frontal y las órbitas para hacer una especie de máscara de carnaval que utilizaban en las ceremonias de culto a los muertos.
Cuando se conserva solamente la calota, se talla con incisiones para crear una copa para libaciones rituales, y a veces la caja de resonancia de un instrumento musical.
Si sólo se conserva un fragmento de la calota, se utiliza como amuleto, sobre todo en la época neolítica, periodo Hallstatt – La Tène. En Nueva Zelanda se recortaba el fragmento y se tallaba para representar un dios antropomorfo que los jefes maoríes se colgaban al cuello como protección. En África, las mandíbulas inferiores de los enemigos muertos se fijaban en calabazas y decoraban cinturones, puños o trompas de guerra.
Los cráneos a veces se ocultaban cuidadosamente, ya sea para ocultarlos a la vista de los demás definitivamente o para exhibirlos sólo en circunstancias especiales. En el sur de Perú y norte de Chile, los indígenas envolvían las cabezas momificadas y los cráneos remodelados en voluminosos turbantes y los guardaban en bolsas. Los indios norteamericanos metían los cráneos que debían servir para adivinación en los llamados paquetes mágicos, algo muy sagrado.
En el norte del Gabón los Fang conservaban, en una gran caja cilíndrica, los cráneos de sus antepasados adornados con trenzas y con las órbitas oculares recubiertas por círculos metálicos. A veces se les recubría con una capa de aceite de palma y copal. En Camerún se hacía igual, testimoniando la difusión de las costumbres entre los pueblos.
Más al sur, los Kota diferenciaban los cráneos masculinos y femeninos, recubriéndolos de una máscara cóncava en el caso de los hombres y convexa en el de las mujeres.
Pero mucho más a menudo los cráneos se dejaban al descubierto, dentro o fuera de habitaciones o casas especiales. Podían ser expuestos en las ramas de un árbol situado en el cruce de los caminos, y en Nuevas Hébridas se encuentran cráneos encastrados entre el entramado de las raíces aéreas que enlazan los troncos de los bananos en las plazas dedicadas a los bailes rituales. En algunos poblados de Indonesia los cráneos – trofeo se colocan en las ramas del “árbol de cráneos”, que está plantado ante la casa de la familia encargada de los ritos de la caza de cabezas.
También podían estar alineados a lo largo de las paredes de las grandes casas reservadas a los hombres iniciados, como entre los kaleri de África o los asmat de Nueva Guinea. O bien situados en lo alto de soportes antropomorfos.
Utilización de los cráneos conservados:
Excepcionalmente, los cráneos conservados eran adaptados para una utilización particular relacionada con ceremonias mágicas o sagradas. Muy a menudo servían para la confección de una máscara de danza, ya sea enteros o montados sobre un soporte de fibra de madera para mantenerlos sobre la cabeza del bailarín, y a veces se conserva sólo la parte anterior del rostro a modo de máscara.
Muy a menudo la calota servía de copa de libaciones: existen cráneos del Paleolítico superior tallados en forma de copa.
En América se han encontrados copas craneales del principio de nuestra era, en el Gran Norte, y otros realizados más recientemente en el sur de Chile por los araucanos, como es el caso de los gobernadores españoles Pedro de Valdivia y Pedro de Loyola. Atahualpa mostró a Pizarro calotas de enemigos montadas en plata, en las cuales bebía la chicha: una de ellas era la de su propio hermano Huascar. También los guerreros charrúas de Argentina y Uruguay conservaban los cráneos de sus enemigos como copas de libaciones.
Más raramente las calotas eran utilizadas como instrumentos musicales. En la mayor parte de los casos se recubrían de piel humana o animal para crear la caja de resonancia de un instrumento de cuerda. Otras veces el cráneo servía de tamboril: los subak de Borneo los percutían con manos momificadas, un verdadero concierto del otro mundo. En el Tíbet se utilizaban estos tamboriles para llamar a los fieles a la oración. Y en Papuasia se introducían piedritas en el cráneo, que, después de ser tapados todos los orificios, servían como sonajas rituales.
Pero en la mayor parte de los casos, las cabezas trofeo y las de los antepasados se utilizaban tal cual, como objetos mágicos o sagrados:
La cabeza trofeo, fijada sobre una especie de cetro, daba valor al guerrero o le hacía invulnerable. Colocadas en las largas casas de Indonesia y Melanesia aseguraban la supervivencia del pueblo, la fecundidad y la riqueza.
El cráneo de una mujer que hubiese tenido muchos hijos aseguraba la fecundidad de las mujeres de la casa, colgándola de una percha ante sus reuniones.
Los cráneos de los brujos o brujas, de viejos sabios o de cualquier otra persona designada por un espíritu en el transcurso de un sueño servían para la adivinación en África, Oceanía y América: en el siglo XIX se hizo famoso el llamado “cráneo de Morgan”, que servía para descubrir a los ladrones, pues, colgado de un árbol sagrado, giraba en la dirección en que se encontraba éste, situado entre varios sospechosos.
Después de todo este recorrido por tiempos y costumbres, nos parece que éstas pertenecen a momentos dejados atrás en el devenir de la historia humana: nada más lejos de la realidad. Los asmat de Nueva Guinea, feroces caníbales cazadores de cabezas, las cazaban todavía en 1956, alejados de las instalaciones de los primeros puestos de policía holandeses después de la última guerra mundial, porque les era necesario para las ceremonias de iniciación de sus jóvenes. Los iatmul, también de Nueva Guinea, en 1936, cortaban la cabeza de enemigos de otras tribus. En toda Oceanía se hizo hasta el principio del siglo XX. Y los misioneros de todas las zonas citadas han estado luchando contra estas costumbres (y para conservar la cabeza propia) a lo largo de prácticamente todo el mismo siglo.
Y diré algo más, que puede parecer asombroso: obra en mi poder una grabación, realizada por uno de los protagonistas del evento como si de una película se tratase, realizada en Indonesia en 2009, sí, 2009, que nos muestra un caso de canibalismo ritual. Los participantes van a devorar ritualmente a un familiar fallecido, partes de él, una de las cuales un sonriente tipo muestra a la cámara, él ataviado con ropa actual, no con plumas ni faldellines. El cuerpo es preparado como el de una res, sin ahorrarnos el menor detalle, de modo que resulta un espectáculo por demás horrible. No se lo recomiendo a nadie. Sin embargo existe y lo tengo, como inapreciable documentación que nos demuestra, a quienes nos interesamos por la antropología, que algunas costumbres que nacieron con el ser humano no han desaparecido. Ni en la época de los ordenadores y los viajes inter espaciales.
BIBLIOGRAFÍA
Veintiún años entre los papúas.- A. Dupeyrat, París 1962
Los Asmat de Nueva Guinea. Museo de Arte Primitivo, Nueva Cork 1961
El mundo de los primeros australianos.- Ed. Robertson, Londres 1964
Apuntes personales de la Facultad, clases dictadas por el doctor José Manuel Reverte
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