GUÍA PRÁCTICA DE ARQUEOLOGÍA

Carlos Alberto Aragón

LA PASIÓN POR LA ANTIGÜEDAD «El estudio de la Antigüedad —escribió el anticuario inglés William Camden (1551-1623)— constituye un grato alimento para la mente, muy apropiado para los que son de naturaleza noble y honesta.»

El hombre se ha sentido fascinado por su pasado en cualquier época. Muchos afirman que sólo estudiando el pasado podemos comprender el presente y aprender de los errores y aciertos de nuestros antepasados. Asimismo, el conocimiento de su propio pasado es vital para la autoestima de una nación, como lo prueba la relativamente grande proporción del presupuesto nacional que muchos países dedican a la investigación arqueológica.

Con frecuencia se define a la arqueología como una ciencia auxiliar de la historia, pero la relación entre arqueología y ciencia no es tan simple como la que existe entre criado y amo.

La historia depende de la disponibilidad de documentos escritos, que, por lo general, están incompletos, o bien son parciales o imprecisos. La arqueología,  por su parte, revela aspectos que suelen ser omitidos por las fuentes escritas, especialmente detalles de la vida cotidiana; ayuda, por tanto, a completar nuestra visión del pasado, a hacerla más equilibrada.

Más aún, la historia trata sólo del pasado de las sociedades que emplearon la escritura, lo que supone una pequeña parte de la historia del hombre. Los escritos de pueblos antiguos como los griegos de época clásica nos hablan de sus iletrados vecinos y contemporáneos, pero gran parte de lo que sabemos acerca de estos pueblos más primitivos se lo debemos a la arqueología. La arqueología es nuestra fuente de información sobre los millones de años que abarca la prehistoria.

La arqueología es una ciencia que analiza cualquier vestigio del pasado con el propósito de reconstruir tanto como sea posible. Aunque mucha gente la entiende como sinónimo de excavación, la arqueología es más que eso.

Los especialistas realizan complicados análisis para fechar los hallazgos arqueológicos, averiguar su procedencia o conocer cómo fueron fabricados los objetos. Los arqueólogos de campo utilizan diversos aparatos científicos para localizar y situar en el mapa los yacimientos.

Los botánicos, zoólogos y médicos contribuyen con información acerca de la dieta de los antiguos, el medio ambiente en el que vivían y su estado de salud. Los arqueólogos estudian también las sociedades contemporáneas para lograr una mayor comprensión de la vida en el pasado. Esto es a través de la etno-arqueología. Sus investigaciones abarcan desde la observación de la vida diaria de los pueblos cazadores y recolectores que aún sobreviven hasta el exámen del contenido de los cubos de basura en la América actual, para intentar relacionar las actividades humanas con los artefactos que son la mayor fuente de evidencia arqueológica.

Podrá parecer que rebuscar en los basureros del tiempo está muy lejos del «dulce alimento para la mente» de Camden. Sin embargo, tal como señaló A. H. Pitt-Rivers («1827-1900), pionero de la arqueología moderna, el estudio de las cosas ordinarias nos ayuda a reconstruir el pasado mejor que los objetivos raros y valiosos, que fueron inusuales incluso en su propio tiempo y lugar.

Los sorprendentes logros de nuestros antepasados nos fascinan: el tesoro de Tutankamon, la princesa de jade de China, la grandeza de las pirámides. Pero en el fondo, es nuestra común naturaleza humana la que ejerce la más fuerte atracción hacia el pasado: el hombre extendiendo desesperadamente los brazos para proteger a su familia cuando la ceniza volcánica sepultó Pompeya, los cuadernos de ejercicios de los escolares sumerios con 4000 años de antigüedad, las flores secas y deshojadas sobre el sarcófago de Tutankamon.

Esta es la atracción última de la arqueología: el estudio paciente, meticuloso y científico de cada ser humano por el ser humano que hay en todos nosotros.

John Lubbock fue uno de aquellos científicos que intentaron ordenar el aparentemente confuso pasado del hombre. En su obra Prehistoria Times (Tiempos Prehistóricos,1865) dividió la Edad de Piedra en dos épocas: Paleolítico y Neolítico, es decir, Edad de Piedra Antigua y Edad de Piedra Reciente.

El pasado anterior  a la época grecorromana estaba «envuelto en una espesa niebla», según el gran anticuario danés Rasmus Nyerup (1759- 1829). «Todo lo que nos ha llegado del paganismo, es más antiguo que el cristianismo, declaró, pero cuánto «sólo podemos intentar adivinarlo». Lo que se necesitaba era un sistema que disipara la niebla, que dividiera la vasta extensión de la prehistoria en bloques cronológicos a los que se pudieran asignar como característicos aquellos objetos descubiertos por los anticuarios y los arqueólogos.

En realidad, los antiguos romanos y los chinos habían creado las bases de tal sistema con sus edades de la piedra, bronce y hierro, pero aunque el significado teórico de este logro no había pasado desapercibido para algunos eruditos posteriores, hasta 1819 no se hizo un intento coherente de aplicarlo a los materiales arqueológicos.

Este año, el Danish National Museum (Museo Nacional de Dinamarca) volvió a abrir sus puertas mostrando una nueva clasificación de las piezas prehistóricas. El conservador de la sección, Christian J. Thomsen (1788-1865), las había dispuesto según el material de que estaban hechas, siguiendo las tres edades consecutivas de piedra, bronce y hierro sobre las que había escrito Lucrecio dos mil años atrás.

En 1836, Thomsen explicó su sistema de las «tres edades» en prehistoria en su libro Ledetraad iii Nordisk Oldyndighed (Guía de las Antigüedades Nórdicas), en el que describe los objetos, ritos de enterramiento y arquitectura funeraria asociada a cada edad, demostrando al mismo tiempo su profundo conocimiento de los materiales.

La obra de Thomsen fue traducida al alemán en 1837 y al inglés en 1848. Hacia la segunda mitad del siglo XIX, su sistema estaba ya plenamente admitido, y aún hoy, aunque ha sufrido considerables reformas, sigue siendo la piedra angular de los esfuerzos de la arqueología por sistematizar la prehistoria.

Ayudante de Thomsen y su eventual sucesor en el Danish National Museum, J. J. Worsaae (1821- 1885) fue un meticuloso arqueólogo cuya obra contribuyó a demostrar la validez del sistema de las tres edades.

Al contrario que muchos anticuarios de su época, Worsaae no excavaba al azar en antiguos yacimientos en busca de tesoros; por ejemplo, trabajó de una forma metódica en los túmulos funerarios de las turberas danesas, rica fuente de objetos prehistóricos, anotando los distintos estratos resultantes de la excavación. Worsaae reconoció uno de los principios fundamentales en que se basa la investigación arqueológica: el de la sucesión estratigráfica. Del mismo modo que los estratos geológicos son producto de  los fenómenos naturales a través de los tiempos, en los lugares frecuentados por el hombre se han ido acumulando capas de materiales arqueológicos. Algunas son naturales, compuestas de tierra y vegetación, pero otras son el resultado de la actividad humana. Un yacimiento arqueológico es, por tanto, como un pastel con varias capas; la superior es la más reciente y las que siguen son progresivamente más antiguas. El período de tiempo representado por cada estrato varía considerablemente. En ciertos túmulos puede haber una diferencia de minutos entre una capa y otra, mientras que en otros yacimientos un depósito  de pocos centímetros de profundidad puede representar cientos de años de ocupación humana.

A partir de sus investigaciones, Worsaae pudo demostrar que la Edad de Piedra de Lucrecio y Thomsen era anterior a una época en que la mayoría de los útiles y herramientas estaban hechos de bronce. Tras esta Edad de Bronce vino otra época en que los utensilios cotidianos eran de hierro, mientras que el bronce se reservaba para adornos y objetos de lujo: la Edad del Hierro que Lucrecio había calificado de degenerada.

En tanto que Worsaae continuaba sus estudios en Dinamarca, otros descubrimientos mostraron que el sistema de las tres edades de Thomsen era válido para toda Europa. No obstante, en Francia se hallaron hachas de piedra toscamente talladas junto a aquellas pulimentadas que se consideraban típicas de la Edad de Piedra. Esto llevó a los arqueólogos a pensar que, en realidad, habían existido dos Edades de Piedra, para las cuales Sir John Lubbock (1834-1913) acuñó nuevos nombres: Paleolítico, o Antigua Edad de Piedra, para la más primitiva y  Neolítico o Nueva Edad de Piedra, para la más reciente.

Algunos arqueólogos franceses, como Edouard Lartet (1801-1871), descubrieron asombrosas pinturas en las paredes de cuevas y abrigos donde habían vivido los hombres del Paleolítico. Muy pocos creyeron al principio que unos salvajes prehistóricos hubieran sido capaces de realizar obras de tal destreza técnica y vigor artístico. Cuando a mediados de la década de 1890 aparecieron en La Mouthe y en Pair-non-Pair, en Francia, pinturas paleolíticas cubiertas por depósitos posteriores no removidos, la evidencia consiguió finalmente triunfar sobre el escepticismo.

A medida que los descubrimientos a través de Europa ampliaban los conocimientos sobre los artefactos de las tres edades de Thomsen, los estudiosos intentaron determinar qué podían decir estos artefactos acerca del desarrollo de la sociedad humana. Sus teorías se basaban, en la comparación con el modo de vida de las sociedades primitivas contemporáneas. Uno de los pioneros fue otro escandinavo, Sven Nilsson (1787- 1883), quien propuso la idea de que la humanidad había atravesado o estaba atravesando cuatro fases. En la primera, correspondiente a la Edad de Piedra, los hombres eran cazadores y pescadores. Durante la segunda fase, domesticaron algunos animales que en tiempos anteriores habían cazado, pero en su mayoría siguieron siendo nómadas. En la tercera fase, se asentaron y se convirtieron en agricultores, dando lugar a un excedente de alimentos que podían intercambiar. El desarrollo de la moneda para simplificar este comercio fue, junto a la aparición de la escritura, uno de los indicios a partir de los que Nilsson definió la cuarta fase: la civilización.

Las teorías de Nilsson fueron adoptadas y modificadas por antropólogos como el británico Sir Edward Tylor (1823-1917) y el americano Lewis H. Morgan (1818-1881). Hacia finales del siglo XIX estaba generalmente aceptada la idea de que todas las sociedades humanas habían seguido el mismo curso en su evolución, aunque obviamente no todas habían pasado por el mismo estadio al mismo tiempo. Los defensores de esta teoría la atribuían a lo que llamaban la «unidad física» del hombre. Actualmente, el concepto de una trayectoria inevitable en el progreso humano no es aceptado por los arqueólogos, aunque sobreviven rasgos de la creencia en la unidad esencial del hombre en la obra de quienes pretenden descubrir y aplicar universalmente las leyes generales del comportamiento humano.

LA EXCAVACIÓN

¿Por qué excavan los arqueólogos los yacimientos? En el siglo XIX la respuesta hubiera sido simple y bastante directa —para recobrar estructuras y artefactos, las reliquias de eras pasadas. Gradualmente, sin embargo, la excavación se ha ido desarrollando y sus objetivos se han ido sofisticando; un arqueólogo de mediados del siglo XX puede perfectamente contestar que él excava para descubrir la relación entre las reliquias del pasado o para descubrir las reliquias del presente y conocer qué ha pasado y cuándo.

Los arqueólogos de hoy, construyendo sobre la base asentada por sus predecesores, contestarán diciendo que ellos excavan para responder dudas sobre el pasado. Esto requiere un planteamiento mucho más completo de la excavación que en ningún otro tiempo. Un exponente extremo de este punto de vista defenderá que un yacimiento debe ser excavado sólo en el caso de que se espere  pueda responder a dudas de un cierto interés para la comunidad arqueológica.

En el extremo opuesto, hay arqueólogos que condenan la excavación, excepto las efectuadas en lugares amenazados. Según la conocida frase de sir Mortimer Wheeler: “excavación es destrucción” y una parte importante del mundo de la arqueología de salvamento defiende que no hay justificación para realizar una excavación en un yacimiento si éste no va a ser destruido. Preserven los yacimientos para los arqueólogos del futuro, cuyas técnicas de excavación serán más avanzadas, dicen —piensen en nuestras quejas acerca de la manera de excavar tan poco científica de nuestros predecesores.

¿Quién tiene razón, el arqueólogo de salvamento o el arqueólogo de investigación? ¿Son sus puntos de vista completamente incompatibles? Por supuesto que no. La solución debe llegar en alguna posición intermedia.

Los yacimientos arqueológicos están amenazados hoy en día más que nunca. La tasa de crecimiento, tanto rural como urbano y de expansión aumenta, debido al avance tecnológico y a la demanda social. Los gastos arqueológicos de origen público han aumentado en muchos países para intentar compensar este fenómeno, pero inevitablemente hay límites, incluso cuando fondos privados complementan a los públicos. Consecuentemente, los recursos actuales no pueden compensar la amenaza e inevitablemente, algunos yacimientos serán destruidos sin ningún tipo de registro.

La arqueología puede ser de utilidad incluso para los planificadores contemporáneos, ya que puede revelar algunos rasgos del subsuelo que el constructor estará, sin duda, contento de evitar. Un conocimiento previo de los más interesantes e importantes yacimientos puede ser también un factor importante a la hora de modificar el trazado de carreteras o a la hora de construir nuevas estructuras, a fin de preservar estos lugares para el conocimiento público. En los Estados Unidos, un certificado que declare la no amenaza para posibles yacimientos arqueológicos es obligatorio para todos los programas de construcción que requieran permiso federal, con el resultado de que el paisaje arqueológico está siendo estudiado intensivamente y buena parte de él, conservado.

Otro buen argumento en favor de las operaciones de rescate bien programadas es que nunca se sabe de antemano lo que puede contener un yacimiento. Si se pudiera, ¿Cuál sería el objeto de excavarlo?

El arqueólogo investigador puede llegar a su yacimiento con una lista de preguntas bien formuladas sobre un monumento neolítico que haya descubierto por medio de una fotografía aérea. ¿Pero qué pasa con el inesperado templo de la Edad de Hierro o la iglesia sajona de madera cuyos restos desentierra, sin esperarlo, al tratar de  llegar a su monumento? No está justificado que salte sobre estos restos sólo por que no están en su área de interés. Es su deber excavar aquello que encuentre, con la mayor destreza posible dentro de su presupuesto, ya que esta evidencia nueva puede ser de la mayor importancia para sus colegas que estudian la Edad del Hierro o la cultura sajona. En este sentido, se puede decir que no existe una excavación de búsqueda propiamente dicha, por que el rescatar evidencia arqueológica no deseada de la destrucción es inevitable en tales casos.

Pese a la gran cantidad de razones en favor de concentrar los recursos en yacimientos cuya destrucción es inminente, también existe justificación para llevar a cabo excavaciones de investigación. Ciertas dudas sólo pueden ser contestadas mediante la excavación de yacimientos que no están amenazados. Algunos arqueólogos son de la opinión de que una buena formación para excavadores sólo puede conseguirse en el ambiente relajado de una excavación de investigación.

Estos pueden ser proyectos de una duración extremadamente larga. Por ejemplo, una lenta y meticulosa excavación en Wroxeter, de una ciudad romana en Shropshire, resultó en el hallazgo de unos restos de edificios de madera  que habrían sido pasados por alto si la excavación hubiera sido realizada a mayor velocidad. Sin embargo, a ese paso hubiera llevado doscientos años excavar todo Wroxeter.

 En una región donde un cierto número de yacimientos va a ser probablemente destruido, se han de tomar también decisiones sobre cuáles excavar. En la elección pueden incidir varios factores, en ocasiones opuestos.

Idealmente, cualquiera que sean las prioridades inmediatas que confluyan en la elección de los yacimientos, a largo plazo, debe hacerse un esfuerzo para hallar un equilibrio en la investigación de yacimientos de todos los períodos y tipos, desde el Paleolítico hasta la Edad Media o posterior, e incluyendo cementerios, asentamientos y locales industriales relativa de yacimientos; debe hacerse una selección que incluya los tipos de yacimientos más comunes, que nos ayudarán a formarnos una imagen de la vida cotidiana del pueblo estudiado, y los yacimientos únicos o más extraños, que pueden haber representado papeles de excepcional importancia en la sociedad a la que pertenecían. Tanto la cabaña de un campesino como Stonehenge merecen ser excavados.

El excavador puede también tener que decidir si excava unos pocos yacimientos en profundidad, si excava pequeñas partes de muchos yacimientos o  grandes áreas de unos pocos.

A diferencia de nuestros antiguos predecesores, con su «rapidez es esencial», los modernos excavadores no se toman su tarea a la ligera. El trabajo de cavar en el yacimiento, sin duda el más aparente, es sólo una pequeña fracción de todo el trabajo a realizar.

Además de las obvias tareas de limpiar, excavar, anotar y rellenar un yacimiento, con todas las actividades asociadas, hay muchas cosas que hacer. Todo el material e información que se recupere tiene que ser analizado, frecuentemente por especialistas en cada uno de sus campos de actividad. Planos y secciones del yacimiento tienen que ser redibujados y etiquetados. Los hallazgos también tienen que ser dibujados y, muchos de ellos, restaurados para su inmediata conservación. Se debe realizar un informe acerca de cada uno de los hallazgos y explicar su posible significado. Estimaciones acerca de la cantidad de trabajo que ello supone van desde la afirmación optimista de que es la misma cantidad de trabajo que la excavación en sí tomaría hasta la estimación, posiblemente más realista de que supone de cuatro a cinco veces el trabajo de excavación. Todo excavador debe tomar esto en consideración cuando calcula el tiempo y dinero que necesitará para llevar a cabo una excavación, así como una estimación de la ayuda especializada que requerirá. Planear el informe es esencial, ya que yacimientos no publicados son información perdida y valiosos fondos malgastados que no reportan ninguna utilidad.

La financiación de una excavación puede provenir de fuentes muy diversas. Muchos países cuentan con un organismo arqueológico estatal que organiza y financia las excavaciones. Con frecuencia, los organismos locales también financian los trabajos arqueológicos, empleando arqueólogos en su organización. Equipos especiales pueden ser convocados para la realización de proyectos específicos, los que pueden financiarse con dinero público o bien a través de algún tipo de patrocinador privado.

Constructoras a menudo contribuyen generosamente a la excavación de yacimientos en aquellas zonas donde tienen intención de edificar. Otras fuentes importantes de financiación son los departamentos de arqueología de las universidades, en ocasiones como parte de la formación de sus alumnos en excavaciones de entrenamiento, compañías públicas y privadas, cuerpos de investigación, fundaciones y un cierto número de escuelas y misiones extranjeras. Los museos también suministran dinero para muchas excavaciones, como tradicionalmente hacían en el pasado, aunque en la actualidad su objetivo es más elevado que la mera exhibición de una colección de materiales.

El excavador también puede obtener autorización para llevar a cabo su excavación. A veces esto incluye negociaciones con el propietario de la tierra o sus arrendatarios. En estos casos, el acuerdo dependerá de la indemnización a pagar por la pérdida de la cosecha, de los acuerdos para acceder al yacimiento, de los acuerdos acerca de devolver el yacimiento a su estado original de antes de la excavación. En la mayoría de los países, sin embargo, los yacimientos arqueológicos están considerados como propiedad del estado, por lo que se requiere un permiso del gobierno o de otros organismos oficiales. El destino final del material encontrado en la excavación, con excepción del oro y la plata, pertenecen al dueño de la tierra, pero éstos normalmente están dispuestos a donarlo en su mayoría a un museo, o al menos a permitir a los arqueólogos su estudio. Las leyes varían considerablemente, y en muchos países todo resto arqueológico pertenece al estado. Esto significa que los arqueólogos extranjeros pueden tener que organizar los trámites necesarios para una exportación temporal del material para su estudio, o una importación de especialistas para su estudio in situ.

Una expedición arqueológica del Instituto de Estudios Orientales de la Universidad de Chicago, se prepara para excavar un yacimiento en Nippur, Irak. El director de la expedición (al frente), está asistido por un equipo de especialistas, que incluye un dibujante, un investigador, un conservador, un fotógrafo y un asistente de material. Entre el equipo de apoyo hay un gran número de iraquíes, que son profesionales de las excavaciones, descendientes de aquellos empleados por los pioneros de la arqueología.

Una pequeña excavación que no presente problemas especiales, probablemente consistirá de su director y un puñado de voluntarios. En el otro extremo, un equipo de excavación puede igualmente incluir una jerarquía completa de asistentes y supervisores, así como los obreros y una horda de especialistas, tales como fotógrafos, conservadores, analistas de polen, de semillas, huesos y terrenos, topógrafos, y, sin mencionar los cocineros, comandantes de campamento, vigilantes, sirvientes, todos los cuales son personal necesario.

La cantidad de gente involucrada en una excavación normal será algo entre los dos extremos. El director estará asistido por un cierto número de ayudantes y supervisores con experiencia, que supervisarán la marcha normal de las excavaciones en unas ciertas zonas del yacimiento, y que realizarán, asimismo, toda la planificación, fotografías e investigación. Alguno de estos supervisores puede tener algún conocimiento de especialista en un tipo de evidencia particular y podrán aconsejar sobre qué tipo de material debe ser recuperado y cómo. Al excavar ciertas zonas ellos mismos,  se pueden percatar de detalles que se les escapan a excavadores menos experimentados. Un ayudante de materiales estará probablemente en el equipo, y su labor consistirá en supervisar el lavado de la cerámica y del resto del material encontrado, así como la realización de «primeros auxilios» de conservación del material y el registro de los hallazgos.

En todos los yacimientos, encontraremos al obrero normal, que es de muchos tipos. El tipo más normal de trabajador de excavación, al menos en Europa y Norteamérica, es el estudiante universitario, y no necesariamente de arqueología, sino aprovechando una interesante vacación. Otro tipo es el aficionado a la arqueología, que normalmente sólo está disponible los fines de semana pero que da generosa y gratuitamente todo el tiempo que tiene disponible.

En algunas partes de Europa, y cada vez más en Asia y África, el trabajo también puede ser llevado a cabo por trabajadores pagados, a menudo contratados en gran número. Normalmente son gente del lugar, interesada en aumentar su salario, aunque en algunos sitios con gran tradición arqueológica, como pueden ser Egipto o Irak, estos trabajadores normalmente poseen la habilidad de artesanos hereditarios.

Finalmente, en algunas excavaciones en países occidentales, podemos encontrar el cavador itinerante. Bronceado y con reuma, con ropas remendadas y viejas, son gente que llevan cavando probablemente desde la infancia. Al dejar la escuela o la universidad, decidieron pasar algún tiempo en expediciones arqueológicas antes de empezar su carrera profesional definitiva. Cuando todos los estudiantes ya se han marchado, ellos continúan yendo de excavación en excavación. Mal retribuidos, en ocasiones sobreviviendo  condiciones extremadamente duras, los cavadores itinerantes suministran la principal mano de obra de las excavaciones de invierno. Como regla general, muy pocos itinerantes soportan  la dura rueda del circuito.

Una excavación descubre dos dimensiones del pasado, una horizontal y una vertical. La excavación horizontal revela el estado del yacimiento en un momento determinado —la variedad de casas, sus mobiliarios, los agujeros para basuras, las defensas del asentamiento, las facilidades para el cuidado de animales, las zonas para otras actividades, tales como artesanía o administración.

La dimensión vertical nos muestra la secuencia de cambios dentro del yacimiento y la relación de un período con los anteriores y posteriores, revelado todo ello por la estratigrafía de las varias secciones verticales.

Durante las primeras décadas del siglo XX, cuando la arqueología estaba muy atenta a la cronología, las técnicas de excavación se concentraban en revelar la dimensión vertical.

El método más conocido era la caja de sir Mortimer Wheeler, o sistema de catas. Este consistía en dividir el terreno en rectángulos de un tamaño determinado, que eran excavados, dejando entre sí unas franjas estrechas de tierra que no lo eran, llamados testigos, y en las que las secciones cruzadas se preservaban.

Aunque este sistema facilita un excelente control vertical, sus modernos detractores le critican el que presta demasiada poca atención a la dimensión horizontal del yacimiento. En cierta medida, esto se palia al quitar los testigos, o franjas de tierra que separan las diferentes catas, y se estudian los planos finales de cada una de las capas o

fases. Pero también es cierto que, por no haberse observado o fotografiado cada fase in foto, algunos detalles sobre la comprensión se pierden inevitablemente, y pueden resultar en una interpretación equivocada de algunos aspectos.

Los detractores de los métodos que hacen énfasis en el enfoque vertical defienden las excavaciones abiertas en las que se va levantando nivel por nivel. Esta técnica ha sido particularmente brillante en yacimientos superficiales y allí donde el enfoque horizontal es más importante, por ejemplo, en yacimientos del Paleolítico o Mesolítico, en los que los restos de estructuras son escasos.

Las técnicas de registro modernas aseguran que la dimensión vertical se recoge sobre el papel, aunque nunca se vea o sea fotografiada de hecho. Esto puede suponer una desventaja menor que la falta total de fotografías o vistas horizontales que se produce en el otro sistema, pero también pueden resultar en una mala interpretación de algunos aspectos del yacimiento.

Evidentemente, ninguno de los dos métodos puede considerarse «correcto» para todos los casos. Los méritos y desventajas de cada uno deben sopesarse teniendo en cuenta el yacimiento.

A menudo se realiza un sistema intermedio; excavando una cierta parte del yacimiento según el enfoque horizontal, y guardando en otra los testigos que reflejan la estratigrafía vertical.

La importancia del registro vertical para efectos de dotación queda demostrada en esta excavación del agujero de un poste. El poste se mantiene de pie gracias al material de relleno, con suelo de la superficie y de las capas subterráneas mezclados al realizar el hoyo (arriba). La posición de la moneda, datada en el 1520 d.C., entre el material de relleno muestra que debió haber entrado en el agujero anteriormente, o en el momento en el que el poste se erigió. La presencia de restos de cerámicas datadas en el año 1300, pudo haber inducido a error si la posición vertical exacta de la moneda no se hubiera anotado. La posición de la segunda moneda (abajo) fechada en el año 1600, en el nuevo estrato de suelo que se acumuló después de que el poste hubiera caído, nos suministro más información para fechar el yacimiento.

La excavación de una franja estrecha es particularmente útil cuando se excavan posiciones defensivas, trincheras o muros. En estos casos, la secuencia de construcción es de gran Interés. Una excavación abierta, que supone descubrir el yacimiento levantando capa por capa, es el sistema más usado en la actualidad. Aunque el enfoque vertical ve pierde en el proceso de excavación, se puede ir registrándolo según se avanza en el mismo. En una excavación por el sistema de catas, se comienzan excavar primero zonas cuadradas fiera del yacimiento, y dejando «testigos», o franjas de tierra sin excavar entre ellas, como registro de la estratigrafía. Las estacas de madera en las esquinas de las catas son puntos de referencia para la excavación. Posteriormente, los testigos se retiran para revelar los restos que yacen debajo, en este caso parte de un muro. El método de catas ya no se usa normalmente en una excavación.

Una vez que el yacimiento ha sido elegido y se ha decidido también la estrategia de excavación, el siguiente paso normalmente es trazar un mapa topográfico de terreno a excavar. La altura del terreno se mide a intervalos regulares usando un teodolito o un nivel, y las mediciones se reflejan en un plano, que muestra unas líneas que unen los puntos de la misma altitud.

El siguiente paso es establecer una línea base a partir de la cual el yacimiento se divide en cuadrados o rectángulos, o cualquier otra subdivisión que se considere apropiada, el esquema de excavación. Estas divisiones se sobreponen al plano del yacimiento, y se utilizan al reflejar los progresos y hallazgos. En el sistema de catas, los testigos entre las zonas excavadas se convierten en un reflejo físico del esquema de excavación, pero en una excavación abierta, los límites entre las subdivisiones son imaginarios.

Cualquiera que sea la técnica de excavación utilizada, parte del esquema de excavación debe quedar fuera del yacimiento, para así proporcionar unos puntos de referencia fijos, que no sean modificados. Las señales en el interior del yacimiento pueden tener que ser movidas o eliminadas durante el proceso de excavación, y es de vital importancia tener algún medio de volverlas a colocar en su posición inicial.

Finalmente, la exactitud es fundamental desde que se establecen estos puntos de referencia y se realiza el esquema, ya que un error en esta fase se irá traspasando a todas las fases posteriores.

Para medir los niveles se utiliza el teodolito  o el nivel de Toughton. Ambos instrumentos miden la altura marcada en una escala de medición colocada sobre el punto a medir, de la línea horizontal exacta del instrumento, Si la altura de un objeto —un punto de referencia es conocida, y la posición del instrumento permanece fija, la escala de medición puede ser movida a diferentes objetos, de los que se podrá determinar sus alturas respectivas.

La medición juega un importante papel en la excavación. Después del acotamiento inicial del yacimiento, y a lo largo del curso de la excavación, se realizan otra serie de estudios similares (conocidos generalmente por nivelaciones) para registrar las diferencias en los depósitos o restos más importantes, como la pendiente de una carretera o la profundidad de un hoyo. Las alturas de puntos concretos también son recogidas cuando corresponden a la altura de restos específicos, como la altura de un montículo o la boca de un agujero para postes, o la posición vertical de pequeños hallazgos, por ejemplo, de una moneda.

Los instrumentos de uso más corriente en las mediciones arqueológicas son aparatos de tipo telescópico, y en particular el nivel de Toughton y el teodolito. Para fines arqueológicos, el teodolito tiende a ser algo primitivo si lo comparamos con los sofisticados instrumentos de ajuste automático y que también miden distancias.

Los niveles se toman para poder comparar las alturas de unos puntos a medir con un punto de referencia cuya altura se conoce. Los puntos de referencia cuya altitud está oficialmente certificada, están señalados por una placa o poste especial, y su altitud sobre el nivel del mar es recogida en los mapas oficiales.

A menudo el punto de referencia oficial más próximo está situado demasiado lejos del yacimiento, y es de gran utilidad al establecer un punto de referencia temporal, en algún punto inamovible cercano al yacimiento. Su altitud puede ser deducida a partir de un punto de referencia oficial siguiendo la técnica que se explica a continuación.

Prepare el instrumento cerca de un lugar de altura conocida. Consiga un ayudante para sujetar las escalas de medición en el punto de referencia; mire por el instrumento la lectura que se da en la escala de medición. La lectura nos dará la distancia vertical entre la base de la escala y el nivel del instrumento. Pongamos que ésta sea 1,35 m.

A continuación pidamos a nuestro ayudante que sostenga verticalmente la escala en el primer punto que queramos medir. Gírese el instrumento (no todo el instrumento, sino sólo la parte superior movible) hasta que la escala sea visible y tómese una segunda lectura. Digamos que ésta es 1,56 m; con lo que ya sabremos que el segundo punto es más bajo que el primero, exactamente 1,56—1,35=0,21 m. Como sabemos, la altura del primer punto, se puede hallar la del segundo, restándole 0,21 m a la del primero.

Probablemente se podrán hallar las altitudes de varios otros puntos de yacimiento sin tener necesidad de mover el instrumento de su posición inicial. Finalmente, sin embargo, tendremos que mover el instrumento para medir la altitud de otros puntos que estén demasiado lejos, o demasiado altos o bajos. Pida a su ayudante que permanezca en el último punto medido, sin mover la escala. Traslade el instrumento a su nueva posición y realice una nueva lectura desde allí. Supongamos que la nueva lectura es 3,64 m, cuando la anterior era de 2,01 m. Así que sabremos que el instrumento está en una posición 1,64 m más alta que la anterior, ya que el punto de medición ha permanecido constante. Desde esta posición podemos proceder a realizar una serie de nuevas mediciones. A pesar de que las técnicas de medición son muy simples, deben ser llevadas a cabo con extremo cuidado, y realizando cuantas comprobaciones sean necesarias, y anotando todas las mediciones. Un pequeño error en una medición puede resultar en toda una serie de mediciones erróneas y, a menudo, significará el tener que repetir todo el proceso desde el principio.

Durante la década de los sesenta, los arqueólogos organizaron una investigación en gran escala de la importante ciudad mejicana de Teotihuacan, que floreció hace unos dos mil años. Un equipo mejicano excavó y restauró buena parte del centro de la ciudad, continuando una labor que había comenzado en 1920.

Un equipo de los Estados Unidos realizó un estudio intensivo de mediciones, así como estudió igualmente las zonas de alrededor, a fin de suministrar una imagen completa del entorno rural y de la ecología de la zona, mientras un segundo equipo estadounidense preparaba un mapa detallado de la ciudad entera, en la que se encontraron varios miles de estructuras. Este equipo también realizó pequeñas excavaciones para suplementar sus hallazgos de superficie.

Aunque se sabía que el centro de la ciudad era uno de los más sofisticados ejemplos de planificación urbanística a nivel mundial, el equipo cartográfico se sorprendió al comprobar que esta planificación se había llevado a cabo en toda la ciudad. Teotihuacan entera estaba dividida e manzanas residenciales cuadradas, de unos 57 m de lado. Estas manzanas presentaban construcciones de exteriores sin ventanas, pero se ordenaban interiormente en grupos de habitaciones alrededor de un patio abierto, que aseguraba a sus habitantes intimidad y ventilación.

Todos los bloques estaban dispuestos siguiendo un trazado preciso, con alineaciones paralelas y perpendiculares a la avenida principal, la apodada Calle de los Muertos. Esta avenida nacía en la Pirámide de la Luna, pasaba por la gran Pirámide del Sol, y entre el Gran Complejo y la Ciudadela, y continuaba a lo largo de otras tres millas. La ciudadela albergaba al templo de Quetzalcoatl, la Serpiente Emplumada, una pirámide escalonada y con ricos ornamentos. Este templo y las pirámides del Sol y la Luna, eran las mayores y más importantes construcciones religiosas de la ciudad.

El Gran Complejo, por el contrario, parecía haber estado dedicado a actividades seglares. Incluía lo que parecían ser edificios administrativos, mientras que su enorme plaza era seguramente el mercado principal.

Teotihuacan estaba estratégicamente situada para controlar los valles adyacentes de Méjico y Puebla, y la costa del Golfo, más alejada, y que jugó un cierto papel en su nacimiento. Muchas de las manzanas de la ciudad parecían estar dedicadas a gremios artesanales específicos, como los artesanos de la obsidiana o los alfareros.

El yacimiento era ya un centro de gran importancia en el siglo I a.C. Llegó a ser el más importante centro de todo el valle tras la destrucción de su mayor rival, Cuicuilco, por una erupción volcánica, datada  inicialmente hacia el año 50 a.C. y  luego  se  descubre que es mucho mas antigua.  En el siglo II d.C., más del 80% de la población del valle vivía en Teotihuacan, que llegó a dominar un imperio que se extendía por los altiplanos de la meseta mesoamericana, y que llegó incluso a influir en la civilización maya.

Como ya hemos visto, los yacimientos abandonados cambian gradualmente como resultado de la actividad humana y de los procesos naturales. El objetivo de una excavación es retirar del yacimiento todo lo que allí se ha ido acumulando, pero en el orden inverso a su deposición.

En algunos aspectos, las capas de un yacimiento se parecen a las distintas capas de una tarta, y esta analogía también nos dice algo de la técnica de excavación. Primero debemos retirar la capa de caramelo o crema que recubre el pastel, después vendrá la primera capa de bizcocho seguida por la capa de nata, después de ésta, el relleno, cualquiera que este sea, y finalmente la base de bizcocho de la tarta. Pero si nosotros tratamos de quitar el relleno sin antes haber retirado las capas superiores la tarta se romperá toda.

Las caras o estratos de un yacimiento arqueológico requieren una mayor planificación. Tienen que ser estudiados detenidamente para ser sacados en el orden en que se crearon. Esto puede realizarse frecuentemente estudiando las relaciones entre ellos. Por ejemplo, si encontramos dos hoyos pegados entre sí, la relación de sus trazados debe mostrar el orden en que fueron cavados, el trazado de uno estará cortado por el trazado del otro, que estará completo.

Pese a que las relaciones entre los estratos es normalmente clara, a veces la similitud de los depósitos de las formas, hace que sean muy difíciles de diferenciar. En estos casos se utilizan una variedad de métodos para clarificar su relación.

La superficie de los restos debe ser cuidadosamente limpiada mediante el rastre de una fina capa, con una paleta, a ver si la superficie limpia es más reveladora. Durante el proceso de raspar con la paleta, también se pueden detectar las diferentes texturas entre los restos.

 Cuando se estudia un yacimiento arqueológico, es difícil en ocasiones distinguir las relaciones entre los diferentes depósitos, en esta excavación, una zona (en el medio fondo) ha sido salpicada con agua para que todos los rasgos se muestren con mayor nitidez. Los resultados están a punto de ser fotografiados.

Si la tierra se ha secado, el salpicar con agua los posibles rasgos puede ayudar a acrecentar los matices de color o uno puede secarse más rápidamente que el otro. Esta técnica es particularmente útil en la detección de muros de adobe, que frecuentemente se amalgaman por completo a sus alrededores cuando están secos, pero que se diferencian cuando están húmedos.

De acuerdo con la teoría de que los aspectos vertical y horizontal de un yacimiento deben ser estudiados simultáneamente siempre que sea posible, muchos arqueólogos defienden la «media- sección» de los restos, o el corte de secciones en los mismos. En esta técnica los estratos de la sección elegida van siendo levantados uno a uno mientras el resto de las secciones quedan sin excavar.

Una vez que la sección elegida está completamente excavada, se puede proceder al estudio del aspecto vertical antes de que el resto sea completamente desenterrado. De este modo, tanto la naturaleza horizontal de los estratos como su relación vertical pueden ser cuidadosamente estudiadas.

Algunos arqueólogos —en especial los defensores de las excavaciones abiertas— prefieren levantar cada capa por completo, sacrificando la vista vertical por una más completa visión horizontal. En ambos métodos, se elaboran sobre papel mapas (visión horizontal) y secciones (vista vertical), pero los métodos difieren es lo que es visible al excavador en un momento determinado de la excavación.

El debate sobre la excavación de restos es realmente un microcosmos dentro del debate de estrategia general de excavación, y el excavador voluntario, para su confusión, se puede encontrar con defensores de ambas escuelas. Naturalmente, ninguno de los dos acercamientos es completamente cierto o equivocado, esto dependerá de las circunstancias del yacimiento a excavar.

A veces uno de estos restos es tan profundo o de forma tan extraña, que su excavación es imposible o peligrosa. Entonces debe ser excavado y recogido por fases, según el nivel de los depósitos disminuye.

Cuando todos los rasgos que cortan o yacen la superficie de un estrato han sido excavados y anotados, se procede a levantar el estrato para ver que revela su estrato inferior.

Veamos que ocurriría con un suelo arado de la Baja Edad Media, que fuera atravesado más tarde por zanjas medievales, hoyos y cimientos de casas. Los restos medievales más modernos serian excavados antes, y sólo entonces se procedería a levantar el suelo de labranza arado, que quizás revelara algún resto romano. Recordemos que, mientras los agujeros cortan estratos más antiguos, estructuras más modernas se insertarán en ellos. Así que mientras levantamos el antiguo suelo de labranza medieval, los restos de muros de cualquier construcción romana pueden ser encontrados.

En principio, todos los depósitos de un yacimiento deben ser levantados de manera estratigráfica, trabajando por estratos completos en la práctica. Sin embargo, un depósito puede ser demasiado grueso para quitarlo de una vez, si este  ha sido mezclado durante siglos de cultivo agrícola. En esos casos, la excavación continuaría en estratos arbitrarios de una profundidad razonable, unos 10 cm. por ejemplo, que serían excavados cada uno a un tiempo, hasta que todo el depósito hubiera sido excavado y el siguiente revelado.

Esta técnica debe ser llevada a cabo meticulosamente. La superficie de los depósitos inferiores—los restos de construcciones romanas en nuestro ejemplo—, y el depósito que estamos excavando pueden variar de profundidad, este modo de excavación por substratos debe estar preparada para ceder el paso a la excavación estratigráfica.

La media-sección de un área significa que la naturaleza horizontal de los estratos y su relación vertical pueden ser determinadas.

Picos y palas se pueden usar para cavar rápidamente en estratos sin valor arqueológico.

La mayoría del trabajo arqueológico, al menos en Europa y América, se basa en la paleta de excavador, que es triangular y con los ángulos puntiagudos. Parece una preferencia generalizada el comenzar con una paleta de 10 cm., pero tras meses de excavación en suelo duro, el tamaño se reduce gradualmente, de tal modo que los arqueólogos veteranos trabajan frecuentemente con una hoja mucho más pequeña de lo que fuera el tamaño original. Una colección de paletas, en varios estadios de desgaste, es todo un símbolo de status arqueológico.

Los usos de la paleta son múltiples. El principal método de excavación con la paleta consiste en rascar una fina capa de suelo con el filo de la paleta, y en romper las partes del suelo endurecidas con el ángulo. Este uso de la paleta produce unas superficies lisas y limpias. Los excavadores acostumbrados al uso de la paleta defienden, y con mucha razón, que es posible excavar con la paleta tan rápido como con cualquiera de sus rivales, la piqueta, por ejemplo, y con mucho menor riesgo.

Además, la paleta puede usarse entre raíces, y también puede sustituir a una escala en las fotografías (aunque es más recomendable usar una escala calibrada).

Una vez que el suelo ha sido retirado con la paleta, tiene que recogerse. Para ello se utilizan unas palas de mano, que se van llenando de la tierra retirada con la paleta, o con un cepillo si está seca. Esta tierra se echa en canastas o en carretillas y se deposita en vertedero a una distancia razonable de la excavación. Antes de arrojarla en el vertedero, el suelo de desecho puede ser cribado para ver si algún resto arqueológico ha sido pasado por alto.

La paleta es polifacética, pero otras herramientas son necesarias en ocasiones. Picos y palas (no azadas) pueden usarse para cavar rápidamente aquellos depósitos que han sido estudiados y encontrados de valor arqueológico nulo.

La siempre-presente paleta del excavador se usa para rascar la superficie del terreno, o para retirar tierra suelta, esta tierra se lleva posteriormente en cubos a un vertedero, donde e acumulada.

Operaciones igualmente rápidas pueden ser apropiadas para retirar algún resto completamente uniforme, tal como una carretera o un patio empedrado. Restos modernos que se hallan a cierta profundidad —como las bodegas victorianas—, merecen esta forma de excavación.

En el extremo opuesto se puede tener que recurrir al uso de herramientas delicadas para excavar restos frágiles, aunque en muchos casos es asombroso lo delicado que puede ser una paleta manejada con pericia. La zona de unión del objeto con el suelo es un plano natural de rotura y el ángulo de una paleta cuidadosamente manejada puede retirar la tierra alrededor del objeto y hacer que éste se libere, siempre que el objeto sea más duro que el terreno de alrededor, lo que no siempre es el caso.

Punzones y ciertos útiles de dentista son válidos en la excavación de materiales delicados —tales como huesos delicados, objetos metálicos en proceso de desintegración, cerámica resquebrajada y demás. Cepillos de dientes y pequeños cortaplumas son también extremadamente útiles para retirar la tierra de pequeños agujeros es conveniente el uso de cucharas de diferentes tamaños.

En climas cálidos y secos, el cuidado diario de las herramientas puede no ser necesario, pero en ambientes más húmedos se debe establecer una rutina de limpieza diaria. Durante los descansos a lo largo de la jornada, toda la tierra suelta debe ser retirada, las herramientas deben ser clavadas visiblemente en el suelo cerca de donde los excavadores las estaban utilizando, y cubiertas por cubos o carretillas invertidas. El orden de comenzar este proceso —«limpien su parcela» es una esperada señal para el hambriento y sediento excavador de que el descanso está a punto de comenzar. Al final del día, las herramientas deben ser limpiadas de barro o cualquier otro resto.

Si la tierra está muy seca se re/ira con un pequeño cepillo, upo escobilla, en lugar de con una pateta.

Una excavación de ensueño se llevaría a cabo con unas condiciones moderadamente soleadas, con ligeras lluvias nocturnas para mantener el yacimiento húmedo . En la práctica este tiempo no suele darse.

En climas cálidos, el yacimiento suele estar muy seco, haciendo difícil la excavación. Salpicar con  agua o humedecer el suelo con una regadera puede ser de utilidad, como ya hemos visto. El excavador se puede proteger del sol con sombreros de ala ancha y camisas de manga larga. Con clima lluvioso es más difícil trabajar. En zonas de frecuentes lluvias se debe contar con algún tipo de refugio móvil. Se debe colocar en la zona del yacimiento que está siendo excavada para proteger el yacimiento y a los excavadores.

Pese a que las lluvias ligeras pueden ser de ayuda, pero lluvias excesivas pueden convertir el yacimiento en un barrizal, haciendo la excavación imposible y también peligrosa. Por esta razón, si se prevén lluvias, es una buena idea cubrir las zonas abiertas del yacimiento con plástico para proteger su superficie hasta que sea excavado.

A partir de una excavación se establecen dos tipos de registros. Uno es el registro de cosas tangibles, que pueden ser vistas y examinadas una vez que la excavación está acabada. El otro es el registro de las cosas que han sido destruidas por el acto de excavar y que deben ser registradas, consiguientemente, nada más aparecer. Los datos de este tipo de registro son estructurales y contextuales restos de edificaciones y otros depósitos, estratos y demás rasgos, datos que desparecerían y que siendo de alto valor interpretativo hay que desarrollar un método adecuado para su excavación.

La medición arqueológica se utiliza constantemente en la excavación  y es uno de los sistemas de registro de datos estructurales y contextuales. Existen varios otros que se utilizan conjuntamente con éste, con el objeto de construir una detallada relación de la excavación según va progresando, tales como la fotografía y el dibujo.

Levantar un plano consiste en registrar el aspecto horizontal del yacimiento en un momento determinado la distribución de capas y rasgos y su relación horizontal. La escala a la que se realizan los planos depende del tamaño de los restos y de su densidad. Un yacimiento con un camino, un par de zanjas y unos pocos agujeros grandes, se verá bien a una escala 1:20, o quizá incluso a 1:50, mientras que un yacimiento cubierto de agujeros de los postes de cabañas de pieles necesitará ser registrado a 1:10, o incluso a 1:5.

Los planos se deben realizar en papel transparente de buena calidad, que no encoja o se arrugue con los cambios de humedad y temperatura. El papel se extiende sobre un tablero de dibujo, al que se debe fijar con papel celofán o con unas chinchetas. El delineante comienza por escribir los datos más relevantes, tales como la escala, flecha, lugar y quién está haciendo el plano. Entonces se empiezan a señalar los puntos de referencia más relevantes de entramado de catas, junto con alguna indicación del Norte, u orientación del yacimiento (si los puntos de referencia están correctamente marcados, el Norte se puede determinar posteriormente).

Muy pocos delineantes tienen la suficiente confianza como para empezar a realizar sus dibujos en tinta (que además se corre con la lluvia). Normalmente, los dibujos se realizan a lápiz y se pasan a tinta posteriormente.

Los métodos usados por el dibujante dependen enormemente de la escala y de la relevancia de los rasgos a registrar. En un yacimiento con muchos rasgos, en su  mayoría pequeños y agrupados, una plantilla de dibujo es esencial. En yacimientos pocos complejos y de rasgos grandes, la triangulación es más fácil y rápida. Veamos primero el método de la plantilla.

La plantilla de dibujo es una estructura cuadrada y rígida de madera, cuyas dimensiones internas suelen ser de un metro por un metro, y que se halla dividida en unidades de 10 cm. por 10 cm. por cordones de nylon, u otro material. Si la escala es de 1:10, cada cuadrado de la plantilla será dibujado en el mapa en cuadrados de 1 cm. de lado, lo que con el uso de un papel milimetrado bajo la lámina de dibujo es muy conveniente. En una escala 1:20, cada 1 cm. en el plano corresponderá a 20 cm. en la realidad.

La plantilla de dibujo se coloca sobre el área a dibujar. Si la superficie es muy irregular, se tendrá que utilizar un nivel para comprobar que su posición es horizontal. Es también esencial saber dónde se ha colocado la plantilla en el plano, lo que se puede conseguir haciendo coincidir las esquinas de la plantilla con las esquinas de las divisiones del yacimiento o de las catas.

Para reproducir lo que se encuadra en la plantilla hay que realizar, en ocasiones, difíciles contorsiones a fin de lograr una perspectiva vertical de la misma. Incluso es relativamente sencillo el reproducir la imagen vista en la plantilla en las pequeñas divisiones de la lámina de dibujo a una décima parte de su tamaño real.

Un sentido visual bien desarrollado será de ayuda en la triangulación, ya que no habrá una plantilla de referencia sobre el objeto a dibujar. En su lugar, tendremos que unir a ojo una serie de puntos reflejados en el plano del yacimiento.

El equipo necesario consiste en dos cintas métricas de 30 m. y un plomo, un peso que cuelga de un cordel y que permite comprobar la vertical de un punto. Para el dibujo se necesita una regla y un compás de dibujo. Esta técnica es difícil de llevar a cabo por una sola persona; suele haber una persona realizando la medición y otra haciendo el gráfico.

La plantilla de dibujo se coloca horizontalmente sobre el objeto o resto a reproducir, usando unas patas para mantenerla en posición. La imagen se transfiere entonces desde las casillas de la plantilla al cuadriculado de tablero de dibujo, realizando el dibujo a una escala de 1:10 ó 1:20.

Antes de comenzar la triangulación se deben seleccionar una serie de puntos en el resto a dibujar que de alguna manera reflejen su trazado. El siguiente paso es el marcar cada uno de estos puntos en el plano del yacimiento con la mayor exactitud posible. Se debe entonces atar uno de los extremos de una cinta métrica a una de las estacas clavadas al realizar la división de las zonas a excavar, y estirarla de tal modo que pase sobre el punto a reseñar. Con la otra cinta métrica se debe hacer lo mismo. La elección de las estacas debe hacerse de manera que el ángulo formado por las cintas sea lo más pequeño posible. El siguiente paso es el hacer que las cintas se crucen exactamente sobre el punto a localizar, lo comprobaremos con el plomo y entonces sólo queda el leer la distancia entre cada estaca y el punto elegido.

Con esta información podemos proceder a reflejar el punto en el plano. Imaginemos que la distancia entre la estaca A y en punto en cuestión es de 1,35 m., y la de la estaca B de 2,65. Habrá que reducir estas medidas a la escala en que estemos realizando el plano, en este caso 1:10, con lo que se convertirían en 13,5 y 26,5 cm. Si con el compás realizamos un arco de un radio de 13,5 cm. con centro en estaca A, y otro arco de 26,5 cm. con centro en la estaca B, el punto en el que estos dos arcos se crucen corresponderá al punto que queríamos reflejar.

Y sígase el mismo procedimiento anteriormente empleado para todos los puntos señalados en el contorno del resto elegido. Una vez que estén reflejados en el plano, será fácil el unirlos con líneas a mano alzada, completando así la representación horizontal del resto.

La triangulación es un método usado para registrar la posición exacta de los restos dentro de un área determinada y de tal manera que se pueda reflejar en un plano a escala, que servirá de mapa detallado del yacimiento. El yacimiento ya ha sido dividido en partes mediante estacas clavadas en su perímetro. Una persona realiza el trabajo de medir los puntos a reflejar, mientras otra recoge estos puntos en el plano, tal como se muestra en la fotografía superior. Una cinta métrica se ata a dos de las estacas más próximas al resto a registrar (1), utilizando un plomo para ver la exacta verticalidad del punto a medir, es importante que las cintas se aten lo más cerca posible del suelo, a fin de minimizar cualquier distorsión.
Se lee entonces la longitud de cada una de las cintas. Estas distancias se traducen a la escala en la cual se realiza el plano, el resultado serán los radios de dos arcos que se realizarán usando un compás del dibujo, tomando como centro la situación de las dos estacas. El punto en el que se crucen los dos arcos, corresponde al punto a representar.                                                        

Para realizar el dibujo de una sección verticales utilizan dos cintas métricas. La primera cinta se coloca horizontalmente, y con la segunda e toman lecturas verticales a intervalos regulares.

El dibujo de la sección recoge el aspecto vertical de un yacimiento y el de los restos en él enterrados —en otras palabras, la estratigrafía del yacimiento. Como en los planos, la escala del dibujo de la sección depende de lo que se tiene que dibujar.

Una sección que contenga unos pocos depósitos anchos puede ser dibujada adecuadamente a 1:20, mientras que una que consista de numerosos estratos finos debe ser dibujada a una escala 1:10. Como los planos, las secciones pueden ser dibujadas sobre láminas de papel transparente, pero más frecuentemente se dibujan sobre papel milimetrado, o a veces en el cuaderno de excavación.

Para dibujar una sección corta se necesita papel, lápices y gomas de borrar, dos clavos, cordel, dos cintas, un par de perchas y un nivel. Este nivel debe ser un nivel de burbuja, con dos ganchos para que pueda ser colgado de una cuerda horizontal y determine su horizontalidad. Clavar un clavo al final de la sección que debe ser dibujada y ate el cordel al clavo. Cuelgue el nivel de uno de los extremos del cordel. Puede atar el otro extremo del cordel al otro clavo, que se habrá clavado previamente en el otro final de la sección, comprobando que la cuerda queda absolutamente horizontal (el nivel debe ser colgado de uno de los extremos del cordel, ya que si lo colgamos del centro, hará que el cordel cuelgue o se arquee, dando una imagen de falsa horizontalidad).

Cuando el cordel está nivelado, se ata una cinta métrica a los clavos, usando las perchas para ello, a fin de tener una escala horizontal. Las lecturas verticales se toman con la segunda cinta métrica, a intervalos regulares. Ajustados a la escala, suministran entonces una serie de puntos de referencia que pueden ser reflejados en el dibujo con cierta exactitud.

Estos puntos se unen posteriormente siguiendo el trazado de la sección. La altura o profundidad del cordel se mide en relación a un punto de altitud conocida, y esta información se refleja en el dibujo.

Secciones mayores, como la de una trinchera de prospección se realiza en el mismo modo. Pero como la cuerda tendría que ser muy larga, el nivel no sería suficiente para confirmar la horizontalidad de la misma. En su lugar, se colocan una serie de clavos siguiendo una línea horizontal trazada con el nivel, y a éstos se le atan después el cordel de la sección.

En excavaciones abiertas, donde los estratos son removidos uno cada vez, no hay una sección de la cual realizar un dibujo. Para reflejar la anchura de los estratos y su interrelación, se realizan mediciones de la altura del tope superior de cada uno de los estratos según se van mostrando. Este sistema se conoce como «sección corrida».

uando se fotografía un yacimiento, una escala métrica debe estar presente para dar una idea de la escala. A veces se incluye una persona porque el sentido de proporción es más inmediato que usando una escala. Otros instrumentos de medición más pequeños se utilizan cuando se fotografían hallazgos o restos más pequeños.

Las fotografías tomadas en las excavaciones tienen ventajas y fallos a la vez. La cámara capta todo aquello que ve, lo que significa que las fotografías pueden ser más difíciles de entender que los dibujos, en los que normalmente sólo se han recogido los detalles y rasgos más relevantes. Por otro lado, al ser tan completas, pueden proporcionar una comprobación de los dibujos, y en aquellos casos en los que los dibujos no son adecuados o exactos, puede ser una fuente de información una vez que la investigación ha terminado.

Las fotografías tomadas con ánimo de registros se hacen en blanco y negro y en color. Generalmente se toman varias exposiciones de diferentes puntos. Cada fotografía debe mostrar una escala, generalmente una de madera o metal calibrada en unidades.

Escalas métricas y otros materiales sólo se usan para la fotografía de objetos o secciones grandes, o vistas globales del yacimiento, mientras escalas calibradas en unidades de unos 10 cm. o menos se utilizan cuando se fotografían hallazgos o rasgos pequeños. La escala se sitúa paralela al borde de la fotografía (horizontal para hallazgos horizontales y verticales para secciones).

Además de las fotografías al nivel del suelo, se pueden también tomar fotografías desde sitios elevados, una colina o edificio alto con vista directa al yacimiento, o sobre el techo de un vehículo o sobre una torre especialmente construida al efecto. Estas fotografías son similares a fotografías aéreas de baja altura.

Antes de efectuar las fotos para el registro, la zona a fotografiar debe ser cuidadosamente limpiada y preparada para que los rasgos sean lo más claramente visibles. Esta limpieza es todavía más exagerada cuando se realizan fotografías con destino a publicaciones, en cuyo caso esta limpieza puede suponer actividades de embellecimiento del entorno, como cortar la hierba alrededor del yacimiento, por ejemplo. Algunos directores de excavación quieren que en las fotografías no aparezca ningún material ajeno al yacimiento, tales como carretillas, cubos, palas o excavadores, pero otros encuentran que estos objetos a la fotografía si están distribuidos con gracia. Es una buena idea el incluir una persona en la fotografía, ya que da una idea mucho más clara de la escala de los restos que una escala métrica.

Otro objeto de la fotografía, que se usa poco en excavaciones terrestres, pero que es normal en arqueología submarina, es la fotogrametría, o realización del plano del yacimiento mediante fotografías. Se realizan frecuentes tomas verticales de las áreas excavadas, de las cuales se pueden elaborar planos muy precisos.

Los planos, secciones y fotografías dan una idea de los rasgos de un yacimiento y de su interrelación, pero la naturaleza de los depósitos y del material encontrado debe ser, obviamente, igualmente registrado. Hay muchos sistemas de registro en uso. En algunos yacimientos se lleva una especie de diario de excavación en el que se recoge lo que ha sido excavado, el progreso realizado y otra información relevante, como el tiempo atmosférico, quién está al cargo de cada área y los voluntarios que trabajan en el yacimiento.

Los diarios de excavación permiten una gran flexibilidad en la cantidad de información recogida, pero en general son probablemente más adecuadas unas hojas con un formato impreso preestablecido. En estas hojas la información se recoge siempre en un lugar determinado, mientras que en un diario es a veces necesario el revisar páginas y páginas para recopilar la información sobre un aspecto particular. Otra ventaja de estas hojas es que al estar la información estandarizada, puede ser transferido a un ordenador. Muchas excavaciones de largo plazo utilizan un ordenador para el manejo y control de los datos. No es solamente extremadamente útil sobre el terreno durante la excavación sobre todo es de gran ayuda a la hora de preparar el informe final. Su inconveniente es que carece de facilidad para expresar cambios de opinión según la excavación avanza.

Cualquiera que sea el sistema utilizado, el tipo de información recogida es la misma. Primero de todo hay un registro sobre la naturaleza de los depósitos encontrados —color, grado de solidez, textura y tamaño de la partícula. Estos dos últimos son normalmente descritos a ojo.

La solidez puede medirse usando un penetrómetro, un pequeño aparato que se clava en el suelo, mientras que el color se determina con las cartas de color de suelo de Munsell. Este es una especie de libro en el que sus páginas muestran colores de suelos, cada una con una pequeña ventana por la que poder compararla con una muestra del suelo. Una vez que el color ha sido identificado en el libro, su código Munseil se puede registrar. Los detalles de cualquier añadido en el suelo, tales como piedras pequeñas o polvo de ladrillos, también se registran.

A continuación, la información sobre la interrelación entre el depósito considerado y los otros también se recoge. En las hojas de registro impresas existen generalmente unos encabezamientos o apartados, tales como «yace sobre…», «yace bajo…», «corta…» y «es cortado…», al efecto. Si el depósito forma un estrato con un resto también se recoge. Y así lo recogen igualmente los planos y dibujos de sección en el que el depósito aparece. Toda esa información es bastante escueta. Por el contrario, la información sobre la excavación del depósito y sobre lo que éste incluye, puede ser bastante larga. Se puede incluir algo sobre el material encontrado, aunque esto debe ser recogido con mayor detalle en otro registro. También es probable que incluya los primeros esbozos de interpretación arqueológica. Detalles recogidos sobre las primeras impresiones de una excavación pueden ser muy gratificantes e incluso de mucho interés, por lo que se deben recoger todos los pensamientos relevantes, incluso cuando después sean rechazados. Una vez que la excavación termine, toda aquella información no recogida se perderá; por lo que es mucho mejor tener que desechar abundante información en el proceso de recopilación y análisis escrito que viene después, que quedarse sin aquellos pequeños datos que habrían hecho la diferencia.

El detalle en el que los hallazgos son registrados depende de la abundancia de material recuperado y de la importancia que se le otorgue a este material en su particular entorno. En los yacimientos romanos es normal encontrar abundantes restos de cerámica, mientras que en un yacimiento de la Edad del Bronce, una sola pieza de cerámica puede constituir todo un hallazgo. El resto de cerámica romana será registrado como proveniente de un estrado determinado, de una cata o de un hoyo dentro de una cata. El resto de cerámica de la Edad del Bronce puede ser catalogado como un «pequeño hallazgo» y ser registrado su posición tridimensional, normalmente mediante triangulación y determinación de altura. En un yacimiento paleolítico, herramientas de piedra tallada y lascas pueden ser tan abundantes como las piezas de cerámica en el yacimiento romano, pero la exacta posición de un pedazo de lasca nos puede dar muchos detalles sobre la distribución de actividades en el yacimiento. Mientras la excavación tiene lugar, se suministra a los voluntarios bandejas donde depositar los restos encontrados. A cada estrato le corresponderá una bandeja, y si es un estrato muy profundo, quizá se le subdivida. Todas las bandejas son cuidadosamente etiquetadas. El excavador recoge en su bandeja todos aquellos restos que no necesitan ser localizados tridimensionalmente. Los objetos delicados, tales como cerámica gastada o huesos delicados, son guardados en diferentes bandejas que los objetos grandes que pudieran romperlos.

Hallazgos pequeños, tales como monedas, piezas de cerámica y objetos de bronce, son normalmente fotografiados in situ, antes de ser retirados. Su posición tridimensiona también se calcula, y se recoge normalmente en el plano del yacimiento. Restos humanos y material asociado se registran también en detalle.

La responsabilidad del material encontrado pasa entonces al ayudante de material, que supervisa la limpieza y marcado del mismo. Cada categoría de material de cada depósito es separada, etiquetada y empaquetada en cajas o bolsas, listo para más tratamiento o análisis. Se lleva también un registro del material encontrado en cada entorno arqueológico, el número de la caja o bolsa donde se guarda y cualquier otra información relevante. Los pequeños hallazgos entran en el registro con su posición tridimensional.

Además de los objetos descubiertos en la excavación, también se recogerán una serie de muestras de otros materiales. Cualquier significante cantidad de carbón puede ser usada para datar el yacimiento por el sistema del radiocarbono. Muestras del suelo proporcionan un material de referencia por si hay dudas posteriores sobre la naturaleza de los depósitos, y pueden ayudar a responder preguntas específicas que se refieren a la datación del estrato. Las muestras también se toman para obtener muestras del polen, semillas y restos de insectos.

En general, se toman muestras rutinarias de todos los estratos y muestras más grandes de los estratos o depósitos de los que se espera sean particularmente productivos. Tales muestras son normalmente procesadas sobre el terreno para extraer la información relevante.

Una hoja impresa con un formato preestablecido, no sólo permite recoger la información de manera ordenada, sino que su utilidad principal estriba en el hecho de que los detalles se pueden asignar a diversas categorías desde el mismo comienzo. Este sistema reduce el riesgo de un error humano. Otra utilidad es que la información contenida puede ser transferida directamente a un ordenador para análisis más detallados.

El grado de conservación de restos arqueológicos depende de las condiciones que estos restos han soportado. La degradación por acción de los elementos físicos sólo afecta a aquellos restos que se hallan expuestos a la intemperie —condiciones extremas de frío o calor, viento, lluvia, nieve, agua o hielo, y actividades sísmicas. El desgaste de un edificio en ruinas es un claro ejemplo de degeneración por la acción de los elementos.

El proceso de degeneración biológica y química depende de la humedad, calor y oxígeno, y de la acidez o alcalinidad del entorno. Estos tipos de degeneración son más rápidos en zonas cálidas y húmedas, como los trópicos, y apenas perceptibles en desiertos o en zonas heladas. En suelos ácidos, los huesos y el cristal se conservarán malamente, pero en condiciones de acidez muy altas, algunos restos orgánicos pueden conservarse. Esto es particularmente cierto en las ciénagas ácidas, de los que semillas y restos de insectos han sido recobrados. En este tipo de ciénaga, la oxidación de los metales es muy baja, resultando en buena conservación.

En suelos alcalinos, los restos orgánicos se degeneran muy rápidamente, aunque los huesos se conservan bien y se pueden semi-fosilizar. El cristal se degenera muy rápidamente. Sales indisolubles pueden formar incrustaciones en la pieza de cerámica, en los huesos, piedras o metales, lo que causa un cierto daño. En condiciones pantanosas alcalinas, la madera se puede conservar, aunque debilitada. La madera también se conserva bien en agua de mar, pese a que su composición química se altera.

Cualquiera que sea el efecto del entorno, el material acaba llegando a un punto de equilibrio en el que no se produce una mayor degeneración. En general, los objetos mojados deben ser guardados en agua, en papel mojado o en algún otro material adecuado. Objetos secos deben ser guardados en seco, con un agente de secante, tal como la sepiolita, si se requiere total sequedad. Materiales orgánicos deben ser tratados con un fungicida reversible, para evitar la aparición de mohos.

Bolsas de plástico y cajas de plástico rígidas son adecuadas para guardar casi todo tipo de material. Los objetos frágiles deben ser almacenados con suficiente protección como para alejar el riesgo de rotura. En el caso de materiales inestables es necesario enviarlos a un laboratorio para su conservación lo antes posible. Antes de retirar un objeto frágil del terreno se debe tomar una fotografía del mismo, por si se deshace.

Varios tratamientos pueden ser necesarios o deseables antes de que un objeto abandone el yacimiento. Generalmente, los objetos estables, tales como cerámicas u objetos de piedra, pueden ser limpiados sobre el terreno.

En algunos casos, el contacto con el aire puede iniciar o reactivar algún proceso de degeneración, como ocurre con el caso de la llamada «enfermedad del bronce» (clorhídrico de cobre), que será necesario parar. De igual modo, será necesario retirar las incrustaciones de sales, solubles o insolubles, si pueden causar algún daño al objeto. En otros casos, el objeto puede ser tan frágil que no soporte el proceso de extracción o el viaje hasta el laboratorio de restauración, por lo que tiene que ser tratado in situ.

Las reglas de oro de la conservación sobre el terreno son las siguientes; no aplicar ningún tratamiento a menos que sea absolutamente necesario; asegurarse de que el tratamiento dado es reversible; no aplicar ningún tipo de tratamiento (ni siquiera el lavado) al material destinado a ser datado mediante la técnica del radiocarbono u otras técnicas de análisis químico, físico o biológico, ya que pueden complicar los análisis.

Cuatro fases en la conservación de un mosaico, primero, se aplica al mosaico una tela impregnada de látex, a la que quedan adheridas las teselas, con su superficie visible contra la tela. Así el mosaico, pegado a la tela, puede ser transportado al laboratorio, donde se limpia antes de poner la base de escayola. Finalmente se retira la tela.

En general, los consolidadores y adhesivos utilizados en la conservación sobre el terreno son solubles en agua, alcohol, tolueno o acetona. Entre éstos se encuentran el nylon soluble (que es especialmente útil por que permite la penetración del agua, por lo que puede ser aplicado a la consolidación de objetos antes de lavados para retirar las sales), el PVA (acetato de polivinilo), PEG (cera de polietileno glicol) y poli metacrilato. La benzotriazola se utiliza para estabilizar la «enfermedad del bronce» hasta que un tratamiento de laboratorio más completo sea posible (el óxido de plata es un sustituto aceptable). El nitrato de celulosa (HMG) es un adhesivo de todo uso muy útil; otros adhesivos son el adhesivo de PVA o los compuestos de resinas de caucho. Si un objeto es frágil o grande, puede ser necesaria la colocación de una estructura de soporte. Un vendaje puede proporcionar un refuerzo ligero, y la escayola se utiliza con frecuencia. Hojas de fibra de vidrio aplicadas con resma de poliéster, son mucho más versátiles que la escayola, pero mucho más difíciles de retirar. Otras estructuras de soporte adecuadas pueden ser las protecciones o fundas de látex, que se quitan con facilidad, o la espuma de poliuretano, aplicada sobre una capa separadora, preferiblemente papel de aluminio.

Antes de embalar un objeto en escayola, es esencial protegerlo con una capa de papel húmedo, o una capa de láminas de polietileno o caucho. La superficie del objeto puede ser protegida con una mano de resma sintética, antes de envolverla en el material separador, la escayola debe ser reforzada con vendas o tela de saco.

Los materiales enviados al laboratorio desde el yacimiento para su conservación y análisis deben ser, como los otros hallazgos, claramente registrados y etiquetados. Las etiquetas deben incluir toda información relevante, incluyendo los detalles de cualquier tratamiento que le haya sido dado, a fin de ahorrar tiempo al restaurador. También se debe enviar una copia del informe sobre el objeto y su hallazgo.

Si ello es posible, se debe enviar una etiqueta junto con el objeto dentro del embalaje y otra en el exterior del mismo. Como mayor precaución, para evitar confusiones, es recomendable  poner un código identificativo en el objeto mismo.

Se debe usar un bolígrafo especial para marcar, y la marca debe ponerse en un lugar que no moleste, pero que sea visible. Si la superficie no fuera adecuada para ser escrita, se puede poner un pequeño parche de PVA o lacre, sobre el que se puede escribir una vez que esté seco.

– J. Alcock, “By south Cadbury is that Camelot…” The excavations of Cadbury Castle 1966-1970 (Thames and Hudson, 1972).

L. R. Binford, «In Pursuit of the Past, Decoding the Archeological Record “(Thames and Hudson, 1983).

– D. Bothwell and E. Higgs, “Science in Archeology” (Thames and Hudson, 1969).

– K. W. Butzer,” Early Hydraulic Civilization in Egypt” (Chicago, 1976).

– J. M. Coles,” The Archaeology of Wetlands “(Edimburgh University Press, 1984).

“Experimental Archaeology” (Academic Press, 1980). “ Field Archaeology in Britain” (Methuen, 1972).

– J. M. Coles and B. J. Orme,” Prehistory of the Somerset Levels” (Somerset Levels Project, 1980).

– G. Dalton, “Tribal and Peasant Economies” (New York, 1967).

-G. Daniel,” Archaeological Atlas of the World” (Thames and Hudson, 1975)

– G. Daniel, “A Hundred and fifty Years of Archaeology” (Duckworth, 1975).

– Liam de Paor, “Archaeology, and Illustrated Introduction” (Penguin, 1971).

– E. Doblhofer, “Voices in stone “(Souvenir Press, 1961).

–  J. Doran and F. Hodson,” Mathematics and computers in Archaeology” (Edimburg, 1975).

– R. W. Enrich, “Chronologies in Old World Archaeology” (University of Chicago Press, 1971).

– K. V. Flannery, “The early Mesoamerican Village” (Academic Press, 1976).

– P. V. Glob,” The Bog people” (Paladin, 1971).

–  C. Green, Sutton Hoo, ”The Excavation of a Royal Ship Bur jal” (Merlin Press).

– E. S. Higgs, “Paieoeconomy (Cambridge U. Press, 1978).

– D. C. Johanson and M. Edey, Lucy, “The beginnings of Mankind “(Granada, 1981).

– K. Muckelroy, “Maritime Archaeology” (Cambridge University Press, 1978).

– C. Orton, “Mathematics in Archaeology” (Cambridge Univeristy Press, 1980).

– C. Renfew, “Before Civilization, the Radiocarbon” (Jonathan Cape, 1973).

-D. N. Riley, “Aerial Archaeology in Britain” (Shire publications, 1982).

– M. Rule, “The Mary Rose, the Excavation and Rising of Henry VIII’s Fiagship” (Conway Press, 1982).

-M. Shackley, “Environmental Archaeology” (Allen & Unwin, 1981).

– A. Sherratt, “The Cambridge Encyclopedia of Archaeology” (Cambridge U. Press, 1980).

– C. Taylor, “Fieldwork in Medieval Archaeology” (Batsford, 1974).

– C. Wells, “Bones, Bodies and Diseases (Thames and Hudson, 1974).

– H. V. F. Winstone, “Uncovering the Ancient World” (Constable, 1985).

Procedencia de las fotos: El autor y https://pixabay.com