[:fr]Fernando Schwarz – D. I. Instituto Hermes
“La forma moderna de vivir aturde la conciencia y debilita la voluntad, porque estimula al exceso los sentidos y habitúa la personalidad a prestar atención constantemente a los llamados del mundo exterior.”((Beatriz Diez Canseco – Entrevista en Paris, noviembre 2007.)) En efecto, ninguna disciplina interior es propuesta para discernir entre las vanidades e ilusiones que se presentan y lo que es esencial y renovador. La práctica filosófica cotidiana nos obliga a enfrentarnos, en nosotros mismos, con la dependencia, la mecanicidad, el confort, la sumisión, la cobardía y la ignorancia. Estas son las trabas más frecuentes que se anteponen a nuestra evolución cotidiana o cuando queremos ser nosotros mismos.
Una de las claves para llegar a sí mismo, comprender su propia identidad, desarrollar una vida en plena conciencia, consiste en la práctica de la dignidad. No se trata de la búsqueda del reconocimiento de nuestros méritos, sino del respeto de nuestra propia esencia y del compromiso de actuar en la vida en función de ella.
La palabra dignidad proviene del latín, dignitas. Está asociada al valor personal, al mérito, a la virtud, condición, rango, honor. Se la asocia también a la idea de la belleza majestuosa, a la magnificencia.
La falsa dignidad
Cuando mencionamos aquellos que ocupan altas funciones en un régimen político, se habla a menudo de “dignatarios del régimen”, y se entiende por dignidad un rango en la jerarquía social que todo el mundo reconoce. Ser digno se confunde con el hecho de representar algo frente a los demás. Por extensión, el hecho de representar algo frente a sí mismo. Los hombres tienen su presunción y vanidad, la necesidad de decirse que son alguien y no un don nadie.
Ya en la época romana y más tarde, la aspiración a lograr su dignitas, su dignidad, consistía más en obtener aquello que uno considera merecer como persona -en el sentido del rango que debe ocupar en la sociedad- que de encontrarla dentro de sí. Platón nos alerta sobre esta conducta, recordándonos que puede conducir a una forma de gobierno desviado, que es la timocracia o la búsqueda de los honores.
Esta forma de abordar la dignidad, la hace depender excesivamente del reconocimiento social y de las circunstancias, sin tener en cuenta el interior del individuo. Y así, en nombre de la sacrosanta dignidad de unos y de otros, se cometieron los peores crímenes, debido al orgullo herido, a los celos, al egoísmo y a la avidez. Esta búsqueda de la dignidad social a través del reconocimiento y el ejercicio del poder, lleva en general a la carrera por los honores, al fasto y a la apariencia. Es una dignidad de imagen donde la moda y el pensamiento consensuado dictan lo que es conveniente y digno.
Todo el mundo considera hoy que nuestro mundo se ha transformado en una sociedad de espectáculo, donde la forma prevalece sobre el fondo. Lo importante ya no es lo que uno dice o piensa, sino la manera en que las cosas se dicen y los valores se esfuman. Pero en realidad, hemos ido más lejos, porque ahora hemos entrado, gracias al mundo virtual, en la era del simulacro. “La realidad importa poco, lo que cuenta es todo el resto, todo lo que rodea aquello que podríamos haber vivido, si no hubiésemos tenido esta vida banal, previsible…”((Frederic Beigbeder, Au secours, pardon, Ed. Grasset, 2007.)) Es increíble la cantidad de paraísos virtuales que abundan en la Red, con sus villas impecables, amores perfectos, donde se puede hacer todo lo que uno sueña, donde se puede hacer todo sin vivirlo verdaderamente, sin esfuerzo. La vida real no existe más, tampoco la responsabilidad ni el compromiso. Cada cual se construye su identidad virtual, su falsa dignidad.
Es curioso que una civilización que ha luchado durante décadas por la dignidad del hombre, por el respeto de las culturas, por el compromiso con la naturaleza, haya finalmente perdido su propia dignidad, impotente para realizar las reformas individuales y colectivas. Se escapa en la fantasía como si después de ella viniese, simplemente, el diluvio.
En busca de la dignidad
Pero la necesidad de recobrar la dignidad humana es irreprimible dentro del hombre y desde principios del siglo XXI nuevas corrientes se alzan en su búsqueda, rechazando las falsas propuestas del siglo pasado. A través del voluntariado social, humanitario, cultural, miles de jóvenes y menos jóvenes se han lanzado a la práctica y al desarrollo de su propia dignidad aportándoles una nueva dignidad a los hombres y mujeres que ayudan con sus acciones.
Este compromiso con la realidad, tiene un valor filosófico inestimable y nos permite reapropiarnos el sentido filosófico de la dignidad. El concepto de la dignidad y su práctica es un excelente motor para desarrollar una reforma de nuestra visión de la vida inspirada en las sabidurías y las filosofías humanistas.((El humanismo destaca que si no se supone que el hombre es libre, no lo será jamás.))
La dignidad humana, desde el punto de vista filosófico, se entiende bajo otros principios. El filósofo francés Bertrand Vergely nos recuerda que existe en el hombre algo que no tiene precio, porque está más allá de todo precio y al mismo tiempo da su precio a todo lo que tiene precio. Este algo no evoca otra cosa que el plano del espíritu. El espíritu no es algo precioso simplemente porque nos permite comprender la realidad y liberarnos de ella, sino porque ver las cosas a través del espíritu, las ennoblece elevándolas en vez de rebajarlas, es decir, instalándolas en lo que tienen de dignas, de excelentes. La vida moral, que es la práctica de la filosofía en lo cotidiano, tiene como sentido hacernos vivir esta verdad.
Los filósofos griegos nos habían advertido que la filosofía no tenía ningún valor si solo se limitaba a un discurso. A través de la adquisición de un saber vivir, el sabio actualiza la potencia de la que es capaz un ser humano para acceder al bien. Dispone de la mayor fuerza que se pueda poseer, que los filósofos griegos asimilaran a la virtud. Y la práctica de la virtud no es otra cosa que el desarrollo de las dignidades del hombre. El término griego para indicar la palabra virtud es areté, la excelencia. Una fuerza y una energía capaz de engendrar un movimiento, una buena acción, una acción excelente. La virtud conduce a la acción que produce dignidad. Las virtudes cardinales que los griegos habían distinguido son el coraje, la prudencia, la temperancia y la justicia. Ellas son el pedestal de la sabiduría. Representan siempre actos que nos llevan a trascender nuestros instintos, nuestro confort, nuestra inercia, nuestra mecanicidad y nuestra cobardía.
Sócrates -nos recuerda Platón- decía: “No digo que los bienes no morales de los cuales he hablado (dinero, reputación, prestigio), no tienen ningún valor, pero que su valor es ampliamente inferior al del bien más preciado en la vida, la perfección del alma…”(( In Gregory Vlastos, Socrate, ironie et philosophie morale, Ed Aubier, p. 303.))
Las virtudes componen los bienes constitutivos de la felicidad que es el Bien último. No están condicionadas por nada exterior. Son bienes morales que tienen su fuente en la vida interior de
cada ser. Nos aportan dignidad porque nadie nos las puede quitar, y es por ello que son la verdadera felicidad, la eudaimonia.((Ver La voie du bonheur, la philosophie vivante de Socrate, F. Schwarz, Ed des 3 Monts.))
La dignidad del hombre
En el siglo XV, inspirado por los autores clásicos, pero también por la Cábala, la Biblia y el Hermetismo, el filósofo italiano Pico de la Mirandola redacta un célebre discurso “De hominis
dignitate” o “De la dignidad del hombre”. Allí nos recuerda que, a diferencia de las otras criaturas terrestres, el hombre, para realizar su condición humana, debe saber elegir entre el animal y el ángel. Es el ejercicio de su libertad interior que garantiza su dignidad. La naturaleza humana, al contener todas las naturalezas, obliga a la conciencia a una elección que ninguna condición o herencia puede determinar.
“Si ven arrastrarse un hombre sobre el suelo, librado a su vientre, no es un hombre lo que veis, sino un tronco. Si ven un hombre que tiene la vista nublada por las vanas fantasmagorías de su
imaginación (…), un esclavo de sus sentidos, es un animal el que veis y no un hombre. Si veis un filosofo discernir todas las cosas según la recta razón, veneradle: es un ser celeste y no terrestre; si veis un ser contemplativo retirarse sin preocuparse de su cuerpo en el santuario de su espíritu, no se trata de un ser terrestre ni de un ser celeste, sino de una divinidad envuelta en carne humana. ¿Pero hacia dónde tiende todo esto? A hacernos comprender que nos corresponde, puesto que nuestra condición nativa nos permite ser lo que queremos, de velar por encima de todo a que no se nos acuse, de haber ignorado nuestra alta responsabilidad, transformándonos en animales de carga o privados de razón. (…) Que una suerte de ambición sagrada invada nuestro espíritu y nos vuelva insatisfechos de la mediocridad. Nosotros aspiramos a las cimas, trabajamos con todas nuestras fuerzas para llegar a ellas. ”((Pico de la Mirandola, Discurso sobre la dignidad del hombre.))
Es Kant quien teoriza de manera muy precisa el principio de la dignidad humana. “Obra de manera de tratar a la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de otro, siempre como un fin y nunca solo como un medio.”((Ver Diccionario de filosofía, Nicola Abbagnano, Ed. Fondo de Cultura Económica, México, 1963.)) Este enunciado del segundo imperativo categórico establece, en efecto, que todo ser humano (o como dice Kant “todo ser racional”), como fin en sí mismo posee un valor que no es relativo sino intrínseco. Este valor en cuestión, que no se puede cuantificar, es la dignidad.
“Lo que concierne las necesidades humanas tiene un precio mercantil, lo que procura una satisfacción poniendo en juego nuestras percepciones tiene un
precio de sentimiento, lo que puede hacer que algo se vuelva un fin en sí, con un valor intrínseco, no tiene simplemente un precio, tiene dignidad”.((Kant, Fundamentos de la metafísica de las costumbres.)) Cada ser humano no tiene ni precio ni equivalente con ningún otro. Lo que tiene un precio puede ser sustituido por cualquier cosa equivalente; lo que es superior a todo precio y que -por tanto- no permite equivalencia alguna; tiene una dignidad. Moralidad y humanidad son las únicas cosas que no tienen precio. Estos conceptos kantianos reaparecen en un muy bello escrito de F. Schiller “De la gracia y la dignidad”: “El dominio de los instintos mediante la fuerza moral es la libertad del espíritu y la expresión de la libertad del espíritu, en el mundo de los fenómenos, (en lo cotidiano), se llama dignidad.”
Se llama autónomo a aquel que es capaz de dirigirse a si mismo según una ley propia fijada desde el interior y no impuesta del exterior. Substancialmente, la dignidad de un ser racional, nos dice Kant, es el hecho de que él “no obedece a ninguna ley que no sea instaurada también por y en él mismo” a la cual se adhiere. Pero esta autonomía del hombre reclama ser consciente si esa ley no es contraria a la ley universal; de lo contrario se cae en la separatividad, el individualismo, la búsqueda de leyes y principios al servicio de los intereses particulares. Para poder actuar con autonomía, primeramente hay que ser capaz de pensar por sí mismo y obedecer a sus propias decisiones; esto es lo que se entiende por libertad del espíritu. El
obedecer a sus pensamientos libremente elegidos, concede la dignidad. El libre arbitrio se refiere a la capacidad que cada cual posee de poder determinarse por sí mismo, decidiendo y siendo fiel a sus decisiones.
Rousseau justamente concebía la libertad no como el hecho de no estar sometido a nada, sino el de darse a si mismo leyes de acción que nos comprometen en nuestra vida. Para practicar la libertad es necesario un compromiso interior que no consiste en satisfacer nuestros caprichos o deseos inmediatos, sino aquello que es justo y bueno.
La vida moral y la práctica de la dignidad
Kant aclara perfectamente que la moralidad no debe confundirse con moralización. No se trata de dar lecciones a los otros o de apostrofarlos en nombre de algún dogma. Se trata de un comportamiento interior que nos obliga a transcendernos respecto de nuestros propios intereses particulares para poder actuar en función del bien o interés universal o colectivo. Kant dice “haz
de tal manera que tu principio de acción pueda ser elevado como una ley universal. Que lo que es bueno para ti, pueda ser bueno para el género humano.”((Nicola Abbagnano, op. Citada.))
Debemos entender que la moral no trata simplemente de los usos y costumbres, sino que también está en relación con el dominio de los principios que reglan la acción humana. La vida intelectual es insuficiente para evolucionar y no caer preso de la subjetividad y el egocentrismo. La vida moral implica la práctica de cada una de las ideas que aceptamos como constitutivas de la ética. Para poder desarrollarla, necesitamos fuerza moral. Es decir, un esfuerzo para vencer los obstáculos que nos impiden actuar del mismo modo en que pensamos nuestras vidas.
Ética es la parte de la filosofía que trata de las obligaciones del hombre y la moral de las costumbres que pueden implementarlas. Ética y moral son la teoría y la práctica de una filosofía a la manera clásica que eleva al hombre hacia su propia dignidad.
“El aspecto práctico de la filosofía consiste en hacer emerger esos valores interiores que todos poseemos. Esto procura una gran confianza en sí mismo y en los otros y, sobre todo, una inagotable capacidad para resolver las dificultades de la vida.”((Delia Steinberg Guzmán, Editorial del Anuario de Nueva Acrópolis 2007.))
Las condiciones de la dignidad
Como hemos visto, el concepto de la dignidad está en relación con una serie de principios o ideas filosóficas: la sabiduría que permite vencer la ignorancia, la libertad del espíritu que nos arranca de la sumisión, la fuerza moral que nos libera de la mecanicidad y la inercia, y la autonomía que nos permite ser menos dependientes de las situaciones y circunstancias. Estos principios se encuentran íntimamente relacionados, estimulándose mutuamente, aportándonos un verdadero programa filosófico para la elevación del hombre y la sociedad.
Sintetizando:
a. El ser humano es un fin en sí. No tiene precio.
b. No obedece más que a las leyes que hace propias desde su interior hacia el exterior. Estas son de orden universal o de interés general y le permiten actuar con autonomía.
c. La vida moral es la condición de esa autonomía y de la dignidad. Para lograrla, hay que dominarse y trascenderse a través del desarrollo de una fuerza moral.
d. La libertad del espíritu aplicada a la existencia cotidiana, nos conduce a nuestra dignidad.
e. Las “dignidades” que desarrollamos son las virtudes que conforman la sabiduría. Esto nos lleva a un teorema:
El filosofo busca la sabiduría, es decir aprender a hacer el bien. Para ello, debe desarrollar ciertas virtudes que conforman sus cualidades intrínsecas y lo llevan a vencerse a sí mismo y esa es su dignidad, porque asume y trasciende su condición humana, luchando contra la cobardía, el vicio, etc.
Esta dignidad le permite ejercer su libertad de espíritu, evitando toda forma de sumisión.
En la práctica, esto se traduce por el desarrollo continuo de una real fuerza moral que le permite hacer frente a las circunstancias y dificultades cotidianas, logrando movilizarse y salir del confort, de la inercia o de la mecanicidad.
Así logra la autonomía, la no dependencia frente a las circunstancias y las situaciones, pudiendo guardar en su interior su corazón alegre y su confianza frente a la vida, intacta.
Este es el corolario del camino de la búsqueda y de la práctica filosófica de la dignidad que consiste, como dirían los orientales, en la práctica de su propia ley de acción, aquella que expresa la propia identidad, lo que no tiene ningún precio.
La dignidad permite reconocer un verdadero ideal
Los seres humanos son seres de conciencia y se realizan como tales dentro de la comunidad humana de conciencias. Si herimos la conciencia de alguien, destruimos de alguna manera su
humanidad. Es la conciencia, como lo demostró Sócrates con su Daimon, que hace vivir realmente a los seres humanos, proyectándolos al plano del espíritu. No es vano querer significar algo respetando su propia dignidad, luchar para que la Humanidad en general pueda valer algo. Es el compromiso esencial, porque tratando de llegar a ese plano de la existencia, la Humanidad encuentra su propia humanidad.
La búsqueda y la práctica de la dignidad transforman al hombre en un idealista. Un idealista es alguien que tiene necesidad de actuar para que el mundo y él mismo puedan transformarse,
mejorarse. Todos sabemos que los ideales nos cambian. Permiten una transformación interior del individuo y también una transformación de la sociedad.
Michel Lacroix nos recuerda que “el alma se tiñe del color de los pensamientos que la ocupan (…) si sus pensamientos se tornan hacia un ideal, el alma se eleva (…) si al contrario, el alma esta privada de ideal, se empobrece”.((Michel Lacroix, Avoir un idéal est bien raisonnable? p. 127, Ed. Flammarion.)) Pero ¿cómo poder elegir un ideal entre la incertidumbre de las valoraciones morales del mundo contemporáneo, acrecentada por las dos Guerras Mundiales y todos los posteriores conflictos terroristas, económicos o interétnicos? Es natural que estemos desconcertados, porque las ideologías, los partidos y los regímenes que de manera explícita o implícita han contravenido al teorema de la dignidad, han demostrado ser
ruinosos para sí mismos y para los demás.
Hoy más que nunca, es el criterio de la dignidad que nos puede permitir decidir sobre la validez de los ideales que pueden convenirnos. Toda propuesta que no promueva la dignidad interior y
exterior del hombre, contiene ya en si el germen de su anti-humanidad.
Se puede decir que la exigencia de la dignidad del ser humano es la clave fundamental que nos permitirá aceptar o no ideales o formas de vida instauradas o propuestas en este siglo XXI. La dignidad permite vencer el miedo al compromiso y a los ideales.[:es]Fernando Schwarz – D. I. Instituto Hermes
“La forma moderna de vivir aturde la conciencia y debilita la voluntad, porque estimula al exceso los sentidos y habitúa la personalidad a prestar atención constantemente a los llamados del mundo exterior.”((Beatriz Diez Canseco – Entrevista en Paris, noviembre 2007.)) En efecto, ninguna disciplina interior es propuesta para discernir entre las vanidades e ilusiones que se presentan y lo que es esencial y renovador. La práctica filosófica cotidiana nos obliga a enfrentarnos, en nosotros mismos, con la dependencia, la mecanicidad, el confort, la sumisión, la cobardía y la ignorancia. Estas son las trabas más frecuentes que se anteponen a nuestra evolución cotidiana o cuando queremos ser nosotros mismos.
Una de las claves para llegar a sí mismo, comprender su propia identidad, desarrollar una vida en plena conciencia, consiste en la práctica de la dignidad. No se trata de la búsqueda del reconocimiento de nuestros méritos, sino del respeto de nuestra propia esencia y del compromiso de actuar en la vida en función de ella.
La palabra dignidad proviene del latín, dignitas. Está asociada al valor personal, al mérito, a la virtud, condición, rango, honor. Se la asocia también a la idea de la belleza majestuosa, a la magnificencia.
La falsa dignidad
Cuando mencionamos aquellos que ocupan altas funciones en un régimen político, se habla a menudo de “dignatarios del régimen”, y se entiende por dignidad un rango en la jerarquía social que todo el mundo reconoce. Ser digno se confunde con el hecho de representar algo frente a los demás. Por extensión, el hecho de representar algo frente a sí mismo. Los hombres tienen su presunción y vanidad, la necesidad de decirse que son alguien y no un don nadie.
Ya en la época romana y más tarde, la aspiración a lograr su dignitas, su dignidad, consistía más en obtener aquello que uno considera merecer como persona -en el sentido del rango que debe ocupar en la sociedad- que de encontrarla dentro de sí. Platón nos alerta sobre esta conducta, recordándonos que puede conducir a una forma de gobierno desviado, que es la timocracia o la búsqueda de los honores.
Esta forma de abordar la dignidad, la hace depender excesivamente del reconocimiento social y de las circunstancias, sin tener en cuenta el interior del individuo. Y así, en nombre de la sacrosanta dignidad de unos y de otros, se cometieron los peores crímenes, debido al orgullo herido, a los celos, al egoísmo y a la avidez. Esta búsqueda de la dignidad social a través del reconocimiento y el ejercicio del poder, lleva en general a la carrera por los honores, al fasto y a la apariencia. Es una dignidad de imagen donde la moda y el pensamiento consensuado dictan lo que es conveniente y digno.
Todo el mundo considera hoy que nuestro mundo se ha transformado en una sociedad de espectáculo, donde la forma prevalece sobre el fondo. Lo importante ya no es lo que uno dice o piensa, sino la manera en que las cosas se dicen y los valores se esfuman. Pero en realidad, hemos ido más lejos, porque ahora hemos entrado, gracias al mundo virtual, en la era del simulacro. “La realidad importa poco, lo que cuenta es todo el resto, todo lo que rodea aquello que podríamos haber vivido, si no hubiésemos tenido esta vida banal, previsible…”((Frederic Beigbeder, Au secours, pardon, Ed. Grasset, 2007.)) Es increíble la cantidad de paraísos virtuales que abundan en la Red, con sus villas impecables, amores perfectos, donde se puede hacer todo lo que uno sueña, donde se puede hacer todo sin vivirlo verdaderamente, sin esfuerzo. La vida real no existe más, tampoco la responsabilidad ni el compromiso. Cada cual se construye su identidad virtual, su falsa dignidad.
Es curioso que una civilización que ha luchado durante décadas por la dignidad del hombre, por el respeto de las culturas, por el compromiso con la naturaleza, haya finalmente perdido su propia dignidad, impotente para realizar las reformas individuales y colectivas. Se escapa en la fantasía como si después de ella viniese, simplemente, el diluvio.
En busca de la dignidad
Pero la necesidad de recobrar la dignidad humana es irreprimible dentro del hombre y desde principios del siglo XXI nuevas corrientes se alzan en su búsqueda, rechazando las falsas propuestas del siglo pasado. A través del voluntariado social, humanitario, cultural, miles de jóvenes y menos jóvenes se han lanzado a la práctica y al desarrollo de su propia dignidad aportándoles una nueva dignidad a los hombres y mujeres que ayudan con sus acciones.
Este compromiso con la realidad, tiene un valor filosófico inestimable y nos permite reapropiarnos el sentido filosófico de la dignidad. El concepto de la dignidad y su práctica es un excelente motor para desarrollar una reforma de nuestra visión de la vida inspirada en las sabidurías y las filosofías humanistas.((El humanismo destaca que si no se supone que el hombre es libre, no lo será jamás.))
La dignidad humana, desde el punto de vista filosófico, se entiende bajo otros principios. El filósofo francés Bertrand Vergely nos recuerda que existe en el hombre algo que no tiene precio, porque está más allá de todo precio y al mismo tiempo da su precio a todo lo que tiene precio. Este algo no evoca otra cosa que el plano del espíritu. El espíritu no es algo precioso simplemente porque nos permite comprender la realidad y liberarnos de ella, sino porque ver las cosas a través del espíritu, las ennoblece elevándolas en vez de rebajarlas, es decir, instalándolas en lo que tienen de dignas, de excelentes. La vida moral, que es la práctica de la filosofía en lo cotidiano, tiene como sentido hacernos vivir esta verdad.
Los filósofos griegos nos habían advertido que la filosofía no tenía ningún valor si solo se limitaba a un discurso. A través de la adquisición de un saber vivir, el sabio actualiza la potencia de la que es capaz un ser humano para acceder al bien. Dispone de la mayor fuerza que se pueda poseer, que los filósofos griegos asimilaran a la virtud. Y la práctica de la virtud no es otra cosa que el desarrollo de las dignidades del hombre. El término griego para indicar la palabra virtud es areté, la excelencia. Una fuerza y una energía capaz de engendrar un movimiento, una buena acción, una acción excelente. La virtud conduce a la acción que produce dignidad. Las virtudes cardinales que los griegos habían distinguido son el coraje, la prudencia, la temperancia y la justicia. Ellas son el pedestal de la sabiduría. Representan siempre actos que nos llevan a trascender nuestros instintos, nuestro confort, nuestra inercia, nuestra mecanicidad y nuestra cobardía.
Sócrates -nos recuerda Platón- decía: “No digo que los bienes no morales de los cuales he hablado (dinero, reputación, prestigio), no tienen ningún valor, pero que su valor es ampliamente inferior al del bien más preciado en la vida, la perfección del alma…”(( In Gregory Vlastos, Socrate, ironie et philosophie morale, Ed Aubier, p. 303.))
Las virtudes componen los bienes constitutivos de la felicidad que es el Bien último. No están condicionadas por nada exterior. Son bienes morales que tienen su fuente en la vida interior de
cada ser. Nos aportan dignidad porque nadie nos las puede quitar, y es por ello que son la verdadera felicidad, la eudaimonia.((Ver La voie du bonheur, la philosophie vivante de Socrate, F. Schwarz, Ed des 3 Monts.))
La dignidad del hombre
En el siglo XV, inspirado por los autores clásicos, pero también por la Cábala, la Biblia y el Hermetismo, el filósofo italiano Pico de la Mirandola redacta un célebre discurso “De hominis
dignitate” o “De la dignidad del hombre”. Allí nos recuerda que, a diferencia de las otras criaturas terrestres, el hombre, para realizar su condición humana, debe saber elegir entre el animal y el ángel. Es el ejercicio de su libertad interior que garantiza su dignidad. La naturaleza humana, al contener todas las naturalezas, obliga a la conciencia a una elección que ninguna condición o herencia puede determinar.
“Si ven arrastrarse un hombre sobre el suelo, librado a su vientre, no es un hombre lo que veis, sino un tronco. Si ven un hombre que tiene la vista nublada por las vanas fantasmagorías de su
imaginación (…), un esclavo de sus sentidos, es un animal el que veis y no un hombre. Si veis un filosofo discernir todas las cosas según la recta razón, veneradle: es un ser celeste y no terrestre; si veis un ser contemplativo retirarse sin preocuparse de su cuerpo en el santuario de su espíritu, no se trata de un ser terrestre ni de un ser celeste, sino de una divinidad envuelta en carne humana. ¿Pero hacia dónde tiende todo esto? A hacernos comprender que nos corresponde, puesto que nuestra condición nativa nos permite ser lo que queremos, de velar por encima de todo a que no se nos acuse, de haber ignorado nuestra alta responsabilidad, transformándonos en animales de carga o privados de razón. (…) Que una suerte de ambición sagrada invada nuestro espíritu y nos vuelva insatisfechos de la mediocridad. Nosotros aspiramos a las cimas, trabajamos con todas nuestras fuerzas para llegar a ellas. ”((Pico de la Mirandola, Discurso sobre la dignidad del hombre.))
Es Kant quien teoriza de manera muy precisa el principio de la dignidad humana. “Obra de manera de tratar a la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de otro, siempre como un fin y nunca solo como un medio.”((Ver Diccionario de filosofía, Nicola Abbagnano, Ed. Fondo de Cultura Económica, México, 1963.)) Este enunciado del segundo imperativo categórico establece, en efecto, que todo ser humano (o como dice Kant “todo ser racional”), como fin en sí mismo posee un valor que no es relativo sino intrínseco. Este valor en cuestión, que no se puede cuantificar, es la dignidad.
“Lo que concierne las necesidades humanas tiene un precio mercantil, lo que procura una satisfacción poniendo en juego nuestras percepciones tiene un
precio de sentimiento, lo que puede hacer que algo se vuelva un fin en sí, con un valor intrínseco, no tiene simplemente un precio, tiene dignidad”.((Kant, Fundamentos de la metafísica de las costumbres.)) Cada ser humano no tiene ni precio ni equivalente con ningún otro. Lo que tiene un precio puede ser sustituido por cualquier cosa equivalente; lo que es superior a todo precio y que -por tanto- no permite equivalencia alguna; tiene una dignidad. Moralidad y humanidad son las únicas cosas que no tienen precio. Estos conceptos kantianos reaparecen en un muy bello escrito de F. Schiller “De la gracia y la dignidad”: “El dominio de los instintos mediante la fuerza moral es la libertad del espíritu y la expresión de la libertad del espíritu, en el mundo de los fenómenos, (en lo cotidiano), se llama dignidad.”
Se llama autónomo a aquel que es capaz de dirigirse a si mismo según una ley propia fijada desde el interior y no impuesta del exterior. Substancialmente, la dignidad de un ser racional, nos dice Kant, es el hecho de que él “no obedece a ninguna ley que no sea instaurada también por y en él mismo” a la cual se adhiere. Pero esta autonomía del hombre reclama ser consciente si esa ley no es contraria a la ley universal; de lo contrario se cae en la separatividad, el individualismo, la búsqueda de leyes y principios al servicio de los intereses particulares. Para poder actuar con autonomía, primeramente hay que ser capaz de pensar por sí mismo y obedecer a sus propias decisiones; esto es lo que se entiende por libertad del espíritu. El
obedecer a sus pensamientos libremente elegidos, concede la dignidad. El libre arbitrio se refiere a la capacidad que cada cual posee de poder determinarse por sí mismo, decidiendo y siendo fiel a sus decisiones.
Rousseau justamente concebía la libertad no como el hecho de no estar sometido a nada, sino el de darse a si mismo leyes de acción que nos comprometen en nuestra vida. Para practicar la libertad es necesario un compromiso interior que no consiste en satisfacer nuestros caprichos o deseos inmediatos, sino aquello que es justo y bueno.
La vida moral y la práctica de la dignidad
Kant aclara perfectamente que la moralidad no debe confundirse con moralización. No se trata de dar lecciones a los otros o de apostrofarlos en nombre de algún dogma. Se trata de un comportamiento interior que nos obliga a transcendernos respecto de nuestros propios intereses particulares para poder actuar en función del bien o interés universal o colectivo. Kant dice “haz
de tal manera que tu principio de acción pueda ser elevado como una ley universal. Que lo que es bueno para ti, pueda ser bueno para el género humano.”((Nicola Abbagnano, op. Citada.))
Debemos entender que la moral no trata simplemente de los usos y costumbres, sino que también está en relación con el dominio de los principios que reglan la acción humana. La vida intelectual es insuficiente para evolucionar y no caer preso de la subjetividad y el egocentrismo. La vida moral implica la práctica de cada una de las ideas que aceptamos como constitutivas de la ética. Para poder desarrollarla, necesitamos fuerza moral. Es decir, un esfuerzo para vencer los obstáculos que nos impiden actuar del mismo modo en que pensamos nuestras vidas.
Ética es la parte de la filosofía que trata de las obligaciones del hombre y la moral de las costumbres que pueden implementarlas. Ética y moral son la teoría y la práctica de una filosofía a la manera clásica que eleva al hombre hacia su propia dignidad.
“El aspecto práctico de la filosofía consiste en hacer emerger esos valores interiores que todos poseemos. Esto procura una gran confianza en sí mismo y en los otros y, sobre todo, una inagotable capacidad para resolver las dificultades de la vida.”((Delia Steinberg Guzmán, Editorial del Anuario de Nueva Acrópolis 2007.))
Las condiciones de la dignidad
Como hemos visto, el concepto de la dignidad está en relación con una serie de principios o ideas filosóficas: la sabiduría que permite vencer la ignorancia, la libertad del espíritu que nos arranca de la sumisión, la fuerza moral que nos libera de la mecanicidad y la inercia, y la autonomía que nos permite ser menos dependientes de las situaciones y circunstancias. Estos principios se encuentran íntimamente relacionados, estimulándose mutuamente, aportándonos un verdadero programa filosófico para la elevación del hombre y la sociedad.
Sintetizando:
a. El ser humano es un fin en sí. No tiene precio.
b. No obedece más que a las leyes que hace propias desde su interior hacia el exterior. Estas son de orden universal o de interés general y le permiten actuar con autonomía.
c. La vida moral es la condición de esa autonomía y de la dignidad. Para lograrla, hay que dominarse y trascenderse a través del desarrollo de una fuerza moral.
d. La libertad del espíritu aplicada a la existencia cotidiana, nos conduce a nuestra dignidad.
e. Las “dignidades” que desarrollamos son las virtudes que conforman la sabiduría. Esto nos lleva a un teorema:
El filosofo busca la sabiduría, es decir aprender a hacer el bien. Para ello, debe desarrollar ciertas virtudes que conforman sus cualidades intrínsecas y lo llevan a vencerse a sí mismo y esa es su dignidad, porque asume y trasciende su condición humana, luchando contra la cobardía, el vicio, etc.
Esta dignidad le permite ejercer su libertad de espíritu, evitando toda forma de sumisión.
En la práctica, esto se traduce por el desarrollo continuo de una real fuerza moral que le permite hacer frente a las circunstancias y dificultades cotidianas, logrando movilizarse y salir del confort, de la inercia o de la mecanicidad.
Así logra la autonomía, la no dependencia frente a las circunstancias y las situaciones, pudiendo guardar en su interior su corazón alegre y su confianza frente a la vida, intacta.
Este es el corolario del camino de la búsqueda y de la práctica filosófica de la dignidad que consiste, como dirían los orientales, en la práctica de su propia ley de acción, aquella que expresa la propia identidad, lo que no tiene ningún precio.
La dignidad permite reconocer un verdadero ideal
Los seres humanos son seres de conciencia y se realizan como tales dentro de la comunidad humana de conciencias. Si herimos la conciencia de alguien, destruimos de alguna manera su
humanidad. Es la conciencia, como lo demostró Sócrates con su Daimon, que hace vivir realmente a los seres humanos, proyectándolos al plano del espíritu. No es vano querer significar algo respetando su propia dignidad, luchar para que la Humanidad en general pueda valer algo. Es el compromiso esencial, porque tratando de llegar a ese plano de la existencia, la Humanidad encuentra su propia humanidad.
La búsqueda y la práctica de la dignidad transforman al hombre en un idealista. Un idealista es alguien que tiene necesidad de actuar para que el mundo y él mismo puedan transformarse,
mejorarse. Todos sabemos que los ideales nos cambian. Permiten una transformación interior del individuo y también una transformación de la sociedad.
Michel Lacroix nos recuerda que “el alma se tiñe del color de los pensamientos que la ocupan (…) si sus pensamientos se tornan hacia un ideal, el alma se eleva (…) si al contrario, el alma esta privada de ideal, se empobrece”.((Michel Lacroix, Avoir un idéal est bien raisonnable? p. 127, Ed. Flammarion.)) Pero ¿cómo poder elegir un ideal entre la incertidumbre de las valoraciones morales del mundo contemporáneo, acrecentada por las dos Guerras Mundiales y todos los posteriores conflictos terroristas, económicos o interétnicos? Es natural que estemos desconcertados, porque las ideologías, los partidos y los regímenes que de manera explícita o implícita han contravenido al teorema de la dignidad, han demostrado ser
ruinosos para sí mismos y para los demás.
Hoy más que nunca, es el criterio de la dignidad que nos puede permitir decidir sobre la validez de los ideales que pueden convenirnos. Toda propuesta que no promueva la dignidad interior y
exterior del hombre, contiene ya en si el germen de su anti-humanidad.
Se puede decir que la exigencia de la dignidad del ser humano es la clave fundamental que nos permitirá aceptar o no ideales o formas de vida instauradas o propuestas en este siglo XXI. La dignidad permite vencer el miedo al compromiso y a los ideales.[:en]Fernando Schwarz -D. I. Instituto Hermes
«The modern way of living stuns consciousness and weakens will, because it stimulates the excess of the senses and gets the personality used to constantly paying attention to the external world calls.» ((Monographic work presented in the General Assembly of the OINA in 2008.)) As an effect, no inner discipline is proposed to discern between the illusions and vanities that are showed and what is essential and renovating.
The everyday philosophical practice forces us to face, in ourselves, with the dependence, mechanicity, comfort, submission, cowardice and ignorance. These are the most frequent obstacles that interfere our daily evolution or as when we want to be ourselves.
One of the keys to reach oneself, understand our own identity, develop a life in full consciousness is the practice of dignity. It is not about the search for recognition of our merits, but the respect of our own essence and the commitment to act in life based on it (our own essence).
The word dignity comes from the Latin, dignitas. It is associated with the personal value, the merit, the virtue, condition, rank, and honor. It is also associated with the idea of majestic beauty, magnificence.
The False dignity
When we mention those who occupy high positions in a political regime, we often speak of them as «dignitaries of the regime» and this dignity is understood as a rank in the social hierarchy that everyone recognizes. Being worthy of respect is confused with the fact of representing something in front of others. By extension, the fact of representing something in front of one self. Men have their presumption and vanity, the need to say they are someone and not and body.
Already in Roman times and in later ones, the aspiration to achieve the dignitas, their dignity consisted more in obtaining what one considers to deserve as a person in the sense of the rank that should occupy in society than to find it within you. Plato alerts us to this behavior, reminding us that it can lead to a deviant form of government that is timocracy or the pursuit of
honors. This way of addressing dignity makes it excessively dependent on the social recognition and circumstances, without taking into account the interiority of the individual. And thus, in the name of the sacrosanct dignity of some and others, the worst crimes were committed, due to wounded pride, jealousy, selfishness and greed.
This search for social dignity through the recognition and exercise of power leads, in general, to a race for honors, splendor and appearance. It is a dignity of image where fashion and consensual thinking dictate what is convenient and worthy. Everybody considers today that our world has been transformed into a society of spectacle (show business), where form prevails over the substance. The important thing is not what you say or think, but the way in which things are said and values fall away. But in reality, we have gone further, because now we have entered, thanks to the virtual world, into the era of the simulacrum. «The reality matters little, what counts is all the rest, everything that surrounds what we could have lived, if we had not had this banal, predictable life …» ((Frederic Beigbeder, Au secours, pardon, Ed. Grasset, 2007.))
It is incredible the amount of virtual paradises that abound in the WEB, with its impeccable villas, perfect loves, where you can do everything you dream, where you can do everything without living it truly, without effort. Real life does not exist anymore, neither the responsibility nor the commitment. Each one builds its virtual identity, its false dignity. It is curious that a civilization that has fought for decades for the dignity of man, for the respect of cultures, for commitment to nature, has finally lost its own dignity, powerless to carry out individual and collective reforms. This civilization escapes itself in a fantasy, as if after it, simply the flood would come.
In search of dignity
But the need to recover human dignity is irrepressible within man and since the beginning of the twenty-first century, new trends are rising in its search, rejecting the false proposals of the last century. Through social, humanitarian and cultural volunteering, thousands of young people and less young people have taken up the practice and development of their own dignity, providing a new dignity to the men and women who help with their actions.
This commitment to reality has an inestimable philosophical value and allows us to reappropriate the philosophical sense of dignity. The concept of dignity and its practice is an excellent engine to develop a reform of our vision of life inspired by wisdom and humanistic philosophies. ((Humanism stresses that if man is not supposed to be free, he will never be free.))
The Human dignity, from the philosophical point of view, is understood under other principles. The French philosopher Bertrand Vergely reminds us that there is something in man that has no price, because it is beyond all price and at the same time gives its price to everything that has a price. This something does not evoke anything other than the dimension/level of the spirit. The spirit is not something precious just because it allows us to understand reality and free ourselves from it, but because by seeing things through the spirit, it ennobles them by elevating them instead of reducing them, that is, installing them in what they have of worthy (dignity), and of excellence. The moral life that is the practice of philosophy in an everyday life has the mean to make us live this truth.
The Greek philosophers had warned us that philosophy had no value if it was limited to a discourse. Through the acquisition of a living knowledge, the wise person updates the power of which a man is capable of accessing the good. He has the greatest strength a man can possess, which Greek philosophers assimilated to virtue. And the practice of virtue is nothing other than the development of the dignities of man. The Greek term for the word virtue is arete, the excellence. A force and a energy capable of generating a movement, a good action, an excellent action. Virtue leads to an action that produces dignity. The cardinal virtues that the Greeks had distinguished are courage, prudence, temperance and justice. They are the pedestal of wisdom. They always represent acts that lead us to transcend our instincts, our comfort, our inertia, our mechanicalness and our cowardice.
Socrates, as Plato reminds us, said: «I do not say that the non-moral goods of which I have spoken (money, reputation, prestige), have no value, but that their value is vastly inferior to that of the most precious good in life, the perfection of the soul … «(( In Gregory Vlastos, Socrate, ironie et philosophie morale, p. 303, Ed Aubier.))
The virtues set up the constitutive goods of happiness, which is the ultimate Good. They are not conditioned by anything outside. They are moral goods that have their source in the inner life of each being. They give us dignity because nobody can take them from us and that is why they are the true happiness, the eudaimonia. (( See La voie du bonheur, la philosophie vivante de Socrate, F. Schwarz, Ed des 3 Monts.))
The dignity of man
In the XV century, inspired by classical authors, but also by the Cabala, the Bible and Hermetism, the Italian philosopher Pico de la Mirandola wrote a famous speech «De hominis dignitate» or «Of the dignity of man». There he reminds us that unlike other terrestrial creatures, the man, to realize his human condition, must know how to choose between the animal and the angel. It is the exercise of his inner freedom that guarantees his dignity. Human nature, by containing all natures, compels the conscience to a choice that no condition or inheritance can determine.
«If you see a man crawling on the ground, let on his belly, it is not a man what you see, but a trunk. If you see a man whose vision is clouded by the vain phantasmagoria of his imagination (…), a slave of his senses, it is an animal that you see and not a man. If you see a philosopher discerning all things according to the right reason, venerate him: he is a celestial and not terrestrial being; If you see a contemplative being withdraw without worrying about his body in the sanctuary of his spirit, it is not a terrestrial being or a celestial being, but a divinity wrapped in human flesh. But where does all this tend to? To make us understand that it correspond to us, since our native nature allows us to be what we want, to ensure above all that we are not accused of having ignored our highest responsibility, transforming ourselves into beasts of burden or deprived of reason. (…) That a kind of sacred ambition invades our spirit and makes us dissatisfied with mediocrity. We aspire to the peaks, we work with all our strength to reach them. «(( Pico de la Mirandola, Speech on the dignity of man.))
It is Kant who theorizes in a very precise way the principle of human dignity. «Work in a way to treat humanity, both in your person and in the person of others, always as an end and never only as a mere mean.» (( see Dictionary of philosophy, Nicola Abbagnano, Ed. Fondo de Cultura Económica, Mexico, 1963.))
This statement of the second categorical imperative establishes, in effect, that every man (or as Kant says «all rational being»), as an end in itself has a value that is not relative but intrinsic. This value in question, which cannot be quantified, is dignity. «What concerns human needs has a mercantile price, what provides a satisfaction by putting our perceptions into play has a price of feeling, what can make something become an end in itself, with an intrinsic value, it does not simply have a price, has dignity. » (( Kant, Fundamentals of the Metaphysics of Customs))
Every human being has no price or equivalent with any other. What has a price can be replaced by anything equivalent; what is superior to any price and that therefore does not allow any equivalence, has a dignity. Morality and humanity are the only things that have no price.
These Kantian concepts reappear in a very beautiful writing by F. Schiller «Of grace and dignity»: «The mastery of the instincts through moral force is the freedom of the spirit and the expression of the freedom of the spirit, in the world of the phenomena, (in the everyday), is called dignity.» (Note: Mastery of instinct by moral force is freedom of mind, and dignity is the name of its epiphany. It is called autonomous who he is capable of addressing himself according to a law of his own enforced from the inside and not imposed from the outside. Substantially, the dignity of a rational being, Kant tells us, is the fact that he «does not obey any law that is not also established by and in himself» to which he adheres. But this autonomy of man, claims to be aware if that law is not contrary to the universal law, but, falls into separateness, individualism, the search for laws and principles at the service of particular interests.
To be able to act with autonomy, you must first be able to think for yourself and obey your own decisions, this is what is meant by freedom of the spirit. Obedience to ones freely chosen thoughts, grants dignity. Free will refers to the ability that each person has to be able to determine for himself, deciding and being faithful to his decisions. Rousseau rightly conceived freedom not as the fact of not being subjected to anything, but of giving oneself laws of action that commit us in our lives. To practice freedom requires an inner commitment that does not consist in satisfying our whims or immediate desires, but to that which is just and good.
The moral life and the practice of dignity
Kant clarifies perfectly that morality should not be confused with moralization. It is not about giving lessons to others or apostrophizing them in the name of some dogma. It is an internal behavior that forces us to transcend ourselves with respect to our own particular interests in order to act accordingly to the universal or collective good or interest. Kant says «do in such a way that your principle of action can be elevated as a universal law. That what is good for you, can be good for the human race». ( Nicola Abbagnano, op. Aforementioned.))
We must understand that morality is not simply about uses and customs, but is also related to the domain of the principles that govern human action. The intellectual life is insufficient to evolve and to not fall prey to subjectivity and egocentrism. The moral life implies the practice of each of the ideas that we accept as constitutive of ethics.
In order to develop it, we need moral strength. In other words, an effort to overcome the obstacles that prevent us from acting in the same way we think of our lives. Ethics is the part of philosophy that deals with the obligations of man and the morality of the customs that could implement them. Ethics and morals are the theory and practice of a philosophy in the classical way that elevates man to his own dignity.
«The practical aspect of philosophy is to bring out those inner values that we all possess. This procures great confidence in oneself and in others and above all an inexhaustible capacity to solve the difficulties of life.» (( Delia Steinberg Guzman, Editorial of the 2007 NA Yearbook.))
The conditions of dignity
As we have seen, the concept of dignity is related to a series of philosophical principles or ideas: the wisdom that allows us to overcome ignorance, the freedom of the spirit that pulls us out of submission, the moral force that frees us from mechanicalness, of inertia and the autonomy that allows us to be less dependent on situations and circumstances.
These principles are intimately related, stimulating each other, providing us with a true philosophical program for the elevation of man and society
Synthesizing:
- Man is an end in itself. Priceless.
- He does not obey more than the laws that he makes as his own from the inside to the outside. These are of a universal or general interest nature and allow to act with autonomy.
- The moral life is the condition of that autonomy and dignity. To achieve it, one must master and transcend oneself through the development of a moral force.
- The freedom of the spirit applied to everyday existence, leads us to our dignity. And…
- The «dignities» we develop are the virtues that constitute wisdom. This brings us to atheorem:
1) The philosopher seeks wisdom, that is, learning to do good. For this, he must develop certain virtues that make up his intrinsic qualities and lead him to conquer himself and that is his dignity, because he assumes and transcends his human condition, fighting against cowardice, vice, etc.
2) This dignity allows him to exercise his freedom of spirit, avoiding any form of submission.
3) In practice, this is translated by the continuous development of a real moral strenght that allows it to cope with everyday circumstances and difficulties, managing to move and get out of comfort, inertia or mechanicity.
4) Thus, he achieves autonomy, the non-dependence in the face of circumstances and situations, being able to keep inside his cheerful heart and his confidence in front of life, intact.
This is the corollary in the path of search and the philosophical practice of dignity that consists, as the orientals would say, in the practice of their own law of action, that which expresses their own identity, which has no price.
Dignity allows to recognize a true ideal
Men are beings of conscience and are realized as such within the human community of consciences. If we hurt the conscience of a man, we somehow destroy his humanity. It is consciousness, as Socrates demonstrated with his daimon, which makes men live, projecting them to the plane of the spirit.
Wanting to mean something respecting their own dignity, fighting so that Humanity in general can be worth something, is not in vain. It is the essential commitment, because trying to reach that plane of existence, Humanity finds its own humanity.
The search and practice of dignity transform man into an idealist. An idealist is someone who needs to act so that the world and himself can be transformed, improved. We all know that ideals change us. They allow an inner transformation of the individual and also a transformation of society.
Michel Lacroix reminds us that «the soul is colored by the thoughts that occupy it (…) if their thoughts turn towards an ideal, the soul rises (…) if, on the contrary, the soul is deprived of an ideal, it becomes impoverished » (( Michel Lacroix, Avoir un idéal est bien raisonnable?, p. 127, Ed. Flammarion.))
But in the uncertainty of the moral valuations of the contemporary world, increased by the two World Wars and all the terrorist, economic or inter-ethnic conflicts, later, how to choose an ideal?
It is natural that we are baffled, because the ideologies, the parties and the regimes that explicitly or implicitly have contravened the dignity theorem, have proven to be ruinous for themselves and for others.
Today more than ever, it is the criterion of dignity that can allow us to decide on the validity of the ideals that can be suitable for us. Any proposal that does not promote the inner and outer
dignity of man, already contains in itself the germ of its anti-humanity. It can be said that the demand for the dignity of the human being is the fundamental key that will allow us to accept or not ideals or forms of life established or proposed in this 21st century. Dignity allows to overcome the fear of commitment and ideals.[:]