Bárbara Regina Klimiuk Sinigaglia
«Maestro no es aquel que siempre enseña, sino quien de repente aprende.»
(José Guimarães em Grande sertão: veredas).
Introducción
Iluminar es por luz, cuando iluminamos vemos. Al ver con claridad notamos lo que sabemos y lo que nos falta saber. Pasamos a movernos hacia lo que nos falta saber, a través de la pregunta. Ponemos luz al preguntar, porque descubrimos lo que sabemos y lo que nos falta, ponemos luz al dialogar pues veremos nacer en nosotros, y en el otro, algo que aún no existía y que surge, nace, porque la pregunta fue formulada. En lo libro la voz del silencio aprendemos que para iniciar el sendero hacia la sabiduría, necesitamos asumir lo que ignoramos y buscar instrucción. Pero también aprendemos allí que la instrucción no basta, pues debemos seguir aprendiendo cómo poner en práctica la instrucción. ¿Cómo poner en práctica? Es una pregunta que nos hará mover, más instrucciones y más nuevas preguntas abrirán camino en la senda de la sabiduría, y el valor no es la llegada, el fin, sino la jornada y lo que se va trayendo a la luz en lo camino. Así que aprender es un constante devenir que se mantiene vivo a través de las preguntas.
La propuesta es considerar la pregunta como una facultad hermética de comunicar lo oculto, lo ignorado, con el saber por qué fue iluminado, expuesto, se ha aclarado. De lo oculto a la luz, y nuevamente al oculto, en un movimiento hacia la sabiduría, en la cual el no saber no es excluido, es integrado y generador del movimiento que nos hace aprender. Unir lo que no se sabe a lo que se sabe, parece ser una característica de Hermes, el comunicador, que une lo oscuro, oculto, al claro, al conocido, revelado, iluminado. Y la pregunta es entonces la herramienta para tal trabajo, por eso, las preguntas son formas de traer la luz para que lo que no aparecía, sea visto, para ello, se utilizará la referencia de Sócrates, de Nicolau de Cusa, de Gastón Bachelard y de Hans Gerog Gadamer como expresiones del uso de las preguntas en la búsqueda de la sabiduría.
Sócrates ( 469 a.C. – 399 a.C.), el partero de las almas
Sócrates de Atenas fue un filósofo clásico ateniense considerado como uno de los más grandes, tanto de la filosofía occidental como de la universal. Desde muy joven, llamó la atención de los que lo rodeaban por la agudeza de sus razonamientos y su facilidad de palabra, sus tertulias con los ciudadanos jóvenes aristocráticos de Atenas, a quienes les preguntaba sobre su confianza en opiniones populares, aunque muy a menudo él no les ofrecía ninguna enseñanza. Filósofos, poetas y artistas, todos creían tener una gran sabiduría, en cambio, Sócrates era consciente tanto de la ignorancia que le rodeaba como de la suya propia. Esto lo llevó a tratar de hacer pensar a la gente y hacerles ver el conocimiento real que tenían sobre las cosas. Asumiendo una postura de ignorancia, interrogaba a la gente para luego poner en evidencia la incongruencia de sus afirmaciones. Su más grande mérito fue crear la mayéutica, método inductivo que le permitía llevar a sus alumnos a la resolución de los problemas que se planteaban por medio de hábiles preguntas cuya lógica iluminaba el entendimiento. Según pensaba, el conocimiento y el autodominio habrían de permitir restaurar la relación entre el ser humano y la naturaleza. La sabiduría de Sócrates no consiste en la simple acumulación de conocimientos, sino en revisar los conocimientos que se tienen y a partir de ahí construir conocimientos más sólidos. (Rivera, 2016).
Mayéutica (μαιευτικη) es una palabra griega, que puede traducirse como técnica o arte de asistir en los partos (obstetricia), íntimamente relacionada con Sócrates al ser el oficio de su madre, sin embargo, él reorientó su significado. La mayéutica forma parte de lo que se conoce como método socrático. (Rivera, 2016).
A través de este método, Sócrates, pretendía destruir los prejuicios y la opinión infundada, donde exigía el uso de la razón, al practicar la dialéctica mayéutica, señalando las contradicciones y carencias del interlocutor, obligándolo a indagar y a profundizar más con la inteligencia que con las creencias. (Rivera, 2016).
Platón, en el dialogo de Teeteto o de la ciencia, pone en boca del propio Sócrates la explicación del método:
¿No has oído decir que yo soy hijo de Fenarete, partera muy hábil y de mucha nombradía? ¿Y no has oído también que yo ejerzo la misma profesión? Pues has de saber que es muy cierto. […] El oficio de partear, tal como yo le desempeño, se parecen todo lo demás al de las matronas, pero difiere en que yo le ejerzo sobre los hombres y no sobre las mujeres, y en que asisto al alumbramiento, no los cuerpos, sino las almas. El Dios me impone el deber de ayudar a los demás a parir, y al mismo tiempo no permite que yo mismo produzca nada. Esta es la causa de que no esté versado en la sabiduría, y de que no pueda alabarme de ningún descubrimiento, que sea una producción de mi alma.
Apelando a su ignorancia, Sócrates se acercaba a su interlocutor para preguntar su opinión sobre algún asunto determinado y así comenzar el dialogo, haciendo posteriormente más preguntas. Cuando el interlocutor detectaba sus errores, Sócrates continuaba el diálogo con preguntas específicas y encaminadas para que el interlocutor razone y descubra que su tesis o afirmación inicial tiene errores o contradicciones. La confrontación tiene la misión de causar en la conciencia una purificación de su ignorancia, errores y faltas, es preparación y estímulo para una investigación reconstructiva. (Rivera, 2016).
Para Sócrates el conocimiento no se puede transmitir, dado que, sólo se haya en sí mismo, lo que si podía era ayudar a engendrarlo en cada uno, éste era el mérito de Sócrates, donde, él también buscaba aprender de los razonamientos que se creaban. Entendiendo que no todas las personas están condicionadas para dar a luz a la verdad, pues, es un proceso doloroso que exige el uso de la razón. Sócrates quiere que sus interlocutores se examinen a sí mismos y descubran lo que no saben. Que razonen por sí mismos y se motiven a buscar la verdad. (Rivera, 2016).
El método socrático, con la mayéutica, busca que al concluir se dé a luz la alétheia (ἀλήθεια, verdad). Ésta se alcanza al final, en la conclusión del ejercicio intelectual, de la confrontación por preguntas y respuestas. La verdad que se encuentra oculta en la mente del interlocutor y el conocimiento que está latente en la conciencia humana. Estas dos nociones de verdad encubierta y saber oculto en la conciencia, están de forma implícita en el pensamiento de Sócrates. (Rivera, 2016).
De Sócrates aprendemos que preguntar es más difícil que responder, por lo que sus diálogos siguen un camino imprevisible. Todos los involucrados están determinados por el tema, y el objetivo no es debilitar la posición del otro, como una mera disputa, sino penetrar en el tema y mostrar su fuerza. (Hermann, 2002).
El verdadero diálogo, por lo tanto, no tiene por objetivo derrotar a una persona, sino dejar el tema venir a la luz. El diálogo posibilita condiciones de reflexión sobre un entendimiento aún no disponible, es decir, concede a los participantes la oportunidad de hacer una auto-reflexión sobre sus puntos de vista. (Hermann, 2002).
2 – Nicolau de Cusa (1401-1464) – El hombre será más docto cuanto más ignorante se sabe. Y Conocer es dialogar. Se dedicó a la búsqueda de textos literarios antiguos, capaces de ampliar el cuadro de referencias de los hombres cultos. En la época vivía la convicción humanista de que la expresión cultural del pasado, incluso de la cultura pagana, necesitaba ser rescatada para revitalizar la conciencia Cristiano. (Konder, 2002).
Como cristiano y como humanista, Nicolau creía que, por ser verdadera, la doctrina del cristianismo se fortalecería con la recuperación de preciosos elementos de verdad de la cultura antigua, eventualmente olvidados. Entre las amistades que Nicolau hizo estaban Leonardo da Vinci y el científico Paolo Toscanelli, que inspiró a Cristóbal Colón el viaje que resultó en el descubrimiento de América por los europeos. (Konder, 2002).
Escribió y publicó el libro De Concordantia Catholica, en que explica que a su ver sólo puede haber concordancia entre diferencias: no se puede hablar en concordancia donde no hay diferencias. Por otra parte, en la institución como la Iglesia, las diferencias son legítimas pero la concordancia !la unidad! – es esencial. (Konder, 2002).
La preocupación central de la reflexión de Nicolau de Cusa es la de la combinación de la unidad con la diversidad, la interdependencia de los opuestos, la coincidencia oppositorum. Si nos falta la comprensión de la unidad, del todo, nos perdimos en la contemplación inocua de la fragmentación de lo real y naufragamos en el relativismo, que mata en el ser humano la capacidad de tener convicciones suficientemente fuertes para emprender grandes acciones. Si, sin embargo, nos aferramos a una visión del todo, de la unidad, que no es capaz de incorporar la riqueza inagotable de las diferencias de que se compone la realidad, estamos ciertamente empobreciendo nuestra comprensión de lo real. (Konder, 2002).
Él adoptó con frecuencia la forma del diálogo en sus escritos. En la Edad Media, por supuesto, había diálogos, pero ellos carecían de vivacidad, se desarrollaban en condiciones comprometidas con el presupuesto de la abrumadora superioridad de un interlocutor sobre el otro. (Konder, 2002).
Nicolau, sin embargo, abre espacio para que algunas contradicciones sean reconocidas como irresueltas. Los diálogos de Nicolau incitan al pensamiento a liberarse de la camisa de la fuerza de los esquemas doctrinarios endurecidos. Los cuatro diálogos reunidos bajo el título de El Idiota tienen como protagonista a un hombre aparentemente simple, que -sócraticamente- suscita cuestiones. En uno de ellos (De mente), se lee que necesitamos meditar sobre los límites de nuestra razón y de nuestra mente. Y si sugiere que la palabra «mente», en latín «mens», deriva de «mensurare» (medir). La razón, por lo tanto, tendría la atribución de medir y dar nombre a las cosas, una atribución sin duda muy importante, pero limitada, incapaz de abrirse para la percepción de la dimensión de la infinidad de lo real. (Konder, 2002).
Quien cree que sabe, en realidad, sabe menos que el que sabe que ignora. Con esto propone que nuestro conocimiento es comparativo, es aproximado. Nos movemos en un mundo en el que todo puede ser más, o menos, de lo que es. Nada en este mundo es tan exacto que no pueda ser concebido con mayor exactitud; nada es tan recto a punto de no poder ser más recto; nada es tan verdadero que no pueda ser todavía más verdadero . (Konder, 2002).
Nuestra mente, nuestra razón, nuestra ciencia necesita una «asimilación continua «de lo real, porque la realidad está siempre al mismo tiempo revelándose a nosotros y escapándose. Al tratar de conocerla, nos enfrentamos con lo que está siempre más allá de nosotros y que tiene que ver con cierta percepción de que estamos unidos a Dios. Esta percepción es llamada por Nicolau de «intelecto», de «noésis» y de «sapientia». En uno de sus últimos diálogos, De Venatione sapientiae, él escribió: Un apetito que pertenece a nuestra naturaleza nos impulsa no sólo en dirección a la ciencia, sino también hacia la sabiduría, que es una ciencia que tiene sabor. (Konder, 2002).
Es de la idea de la inagotabilidad del mundo y de su permanente movilidad que Nicolau concluye que la Tierra no podría ser inmóvil. Anticipándose a Copérnico y Kepler, que después lo leerían con admiración, el el autor de la Docta Ignorancia escribió: La figura de la Tierra es móvil y esférica, el movimiento es imperfectamente circular. Su teoría del conocimiento le permitía inclinarse sobre la realidad natural con un espíritu observador menos preconcebido y más libre que el de sus contemporáneos, en general. (Konder, 2002).
El infinito por encima de nosotros, ligándose directamente al infinito en nosotros, se convierte en un elemento fundamental en nuestra relación con los demás en el mundo finito en que vivimos. Nosotros, los seres humanos, no nos limitamos a traer complementos mutuos extrínsecos unos a otros: dependemos de nuestros próximos para descubrir la infinidad de lo que ya está dentro de cada uno de nosotros. (Konder, 2002). En nosotros se cruzan lo finito y lo infinito, en otra manifestación del principio de la coincidencia contraritorum, el principio fundamental de la su filosofía. La naturaleza humana es sólo un poco inferior a la naturaleza de los ángeles. El hombre es como Dios, pero no de modo absoluto, porque es hombre. Es, pues, un Dios humano. El infinito que nos es accesible es diferente de aquel que intuimos confusamente que debe ser el infinito en Dios; sin embargo, es infinito. Cada uno de nosotros puede percibirlo y cada uno el uno se percibirá a su manera. El infinito está dentro de cada uno y, por su naturaleza, «Toda parte del infinito es infinita.» (Konder, 2002).
3 – Gastón Bachelard (1884 – 1962) fue un filósofo y poeta francés.
Su pensamiento se centra principalmente en cuestiones referentes a la filosofía de la ciencia. Propone la noción de rupturas para indicar una forma más científica de producir ciencias, la noción de proceso dialéctico en la producción de conocimiento científico y la concepción del conocimiento como progreso continuo de rectificación. Un punto fundamental en la obra de Bachelard es la ruptura que propone con el fin determinismo científico, con el método cartesiano y con el pensamiento objetivo. Para él, la epistemología cartesiana es una epistemología en crisis. En la crítica de la epistemología objetivista, afirma que el método cartesiano es reductivo, no es «inductivo», y que los métodos de investigación, en algún momento del desarrollo del pensamiento científico, pierden, consecuentemente, la su vitalidad. (Fonseca, 2018).
Contraponiendo el determinismo científico que se aplica y se prueba en los fenómenos simplificados, a la intuición, a las primeras impresiones, el equívoco de las primeras ideas, afirma que el pensamiento complejo es un pensamiento ávido de totalidad. Es esa noción de pensamiento complejo que debe estar en la base de la pedagogía científica que alimenta la ciencia moderna. (Fonseca, 2018).
Destaca Bachelard que, en la la construcción de objetos de investigación, hay que considerar que el objeto siempre se presenta como un complejo tejido de relaciones y, para aprehenderlo, tanto el pensamiento como los métodos necesitan ejercitar todas las dialécticas. (Fonseca, 2018).
Pide un diálogo entre razón y experiencia, por una razón que busca desaprender, por una metodología consciente, lo que significa pensar una pedagogía en ruptura con el conocimiento usual , caracterizando, así, por una evolución metodológica, una cambio de lógica, un profundo ejercicio de Todas las dialécticas. (Fonseca, 2018).
La relación pedagógica implica interacciones humanas y psicológicas, de confianza y de respeto intelectual. Se desarrolla a partir del interés del profesor en el crecimiento intelectual, moral, ético y científico del alumno y, como señala Bachelard, un deseo de que el alumno pueda superar al maestro. Todo maestro debe formar sus discípulos. Sin embargo, la Educación carece de esa dimensión que, poco a poco, se está perdiendo debido a la racionalidad, a la burocracia académica, al control por el control de un saber instrumental práctico y poco estimulante del punto de vista intelectual. La vida académica y la intelectual necesitan una predisposición afectiva y, al mismo tiempo, de una inquietud permanente de una imaginación crítica y reflexiva. (Fonseca, 2018).
Bachelard apela por una razón abrir; por una nueva comunicación pedagógica; por una escuela que debe ser continua al largo de la vida; por una educación permanente; y por una pedagogía del discontinuo y de la incertidumbre. En la práctica educativa, llama la atención sobre dos aspectos pedagógicos: el del maestro que, en un proceso continuo de aprender, se convierte en estudiante, pues permanecer estudiante debe ser el anhelo secreto de todo maestro y, por otro lado, aquel que aprende debe enseñar , consubstanciando una inter-psicología de la enseñanza. (Fonseca, 2018). En esta perspectiva, el no saber como partida para el saber, la positividad del no saber que indica la necesidad de la continuidad de la formación, donde sé lo que sé y parto hacia lo que aún no sé, teniendo en la capacidad de formular preguntas la condición de continuar en el movimiento activo de mayor comprensión. (Gueldelman, 2009).
Así, los contenidos dejan de ser unidades estancas y pasan a significar instrumentos de crecimiento en un movimiento rico y dinámico. El saber que no se sabe, permite la continua búsqueda por el saber, una búsqueda por la plenitud, que permite al ser humano mantenerse en continuo movimiento. (Gueldelman, 2009).
Poder formular una pregunta, o tener una pregunta y poder y aclarar su formulación, permite ampliar la jornada para el saber. Sin saber que no se sabe no se puede preguntar. Si no hay pregunta, no habrá conocimiento, no hay como llegar a nuevos conocimientos. El conocimiento se inicia con el diálogo, en una dinámica de reorganización de ideas. (Gueldelman, 2009).
El poder formular y decir una pregunta es muy significativo para el sujeto, pues hablar es manifestar, y lo que se manifiesta en ese caso, es a sí mismo. Al interrogar, surge una inteligencia que se ignoraba, permitiendo que ella se exprese en palabras y discurso. (Gueldelman, 2009).
4 – Hans Georg Gadamer (1900-2002)
El padre de la hermenéutica filosófica contemporánea y considerado el maestro de la hermenéutica moderna. La hermenéutica filosófica es el arte del entendimiento que consiste en reconocer como principio supremo el dejar abierto el diálogo. Se orienta a la comprensión, que consiste ante todo en que uno puede considerar y reconsiderar lo que piensa su interlocutor, aunque no esté de acuerdo con él o ella. Hay que contar con la posibilidad de que exista desacuerdo y, a partir de él, retomar la conversación una y otra vez. Gadamer hizo suya la tesis heideggeriana que afirma que el lenguaje es la casa del ser. Hablar es buscar la palabra. Encontrarla es rebasar un límite. Quien de verdad quiere hablarle a alguien, comunicarse, busca la palabra adecuada, porque cree que lo que no logra decirse está por encima de los límites de lo finito; precisamente porque no se consigue, comienza a resonar en el otro. Gadamer llega a hablar de la necesidad de aprender la virtud hermenéutica: la exigencia de, ante todo, comprender al otro. El sujeto está en relación consigo mismo, se auto-posee, no de manera estática sino a través de un continuo proceso de relación con el otro y con su mundo. (Aguilar, 2004).
La hermenéutica es una palabra asociada a Hermes, el mensajero de los dioses griegos, que tiene una especial capacidad para moverse entre lugares lejanos y traer a la luz tesoros ocultos. Representado como intérprete de la voluntad divina, lleva mensajes y trae consigo la posibilidad de comprensión, para la cual hay que darse cuenta de que hay una distancia a superar. (Hermann, 2002).
Asociada a la idea de interpretar, traer mensajes, traer lo oculto. Las tres orientaciones significativas del verbo hermeneuein son decir, traducir y explicar. El sentido como decir se refiere al papel anunciador de Hermes. Hermeneia, comprendida como decir e interpretar muestra que las grandes obras fueron hechas para ser dichas y oídas. El lenguaje en su sentido originario es más o menos que escrito, oír que conduce al diálogo. Mientras explique, enfatiza lo que se vuelve claro, más que sólo lo que se expresa. En el sentido de traducir trae a la superficie una forma especial de hacer comprensible el mundo. Mediar dos mundos diferentes, del autor y del receptor que deben llegar a ser comprensibles. Hacer explícito lo implícito, descubrir el mensaje, hacerla comprensible, envolviendo el lenguaje en ese proceso. (Hermann, 2002). Se trata de un proceso en el que el hombre se expone a sí mismo, abandona la pretensión de control del proceso de conocer y se entrega al diálogo en la búsqueda de un sentido, una manifestación vital que afecta las relaciones de los hombres entre sí y con el mundo. Alétheia es una palabra griega compuesta por el prefijo negativo a y por el sustantivo léthe (olvido), pudiéndose decir que la verdad es el no olvidado. El no oculto, el recordado, el manifestado, desplazado de la subjetividad al mundo práctico. (Hermann, 2002). No sólo somos, pero percibimos que somos, se trata de permitir que el fenómeno se muestre, a través de la relación con el mundo, con las ideas, con el otro. Para que ocurra la comprensión hay la necesidad de abrir la opinión del otro, exponerse, entregarse al evento del diálogo. La apertura al otro implica hacer valer algo que el otro tiene que decir, superando todo el dogmatismo. La importancia de la pregunta como una apertura que no fija las respuestas, por el contrario, una pregunta consiste en dejar al descubierto la cuestionabilidad de lo que se pregunta. (Hermann, 2002). La pregunta que no consienta esta apertura es una pregunta aparente, una mera técnica, en lugar de abrirse, se cierra en el límite de la respuesta que ya está siendo esperada. Hacer preguntas es condición fundamental para conocerse, ya que contiene la oposición entre el sí y el no, atendiendo a la dialéctica del saber que consiste en considerar lo contrario. (Hermann, 2002). La primacía de la pregunta para la esencia del saber, según Gadamer, no hay un método para enseñar a preguntar, con Sócrates se crean por supuestos, el cuestionamiento y la voluntad de conocer presuponen un saber que no se sabe y las preguntas son conducidas por el arte de desconcertar. El diálogo es imposibilitado si uno de los participantes presupone una tesis superior, pues exige apertura al otro, considerando seriamente sus posiciones. (Hermann, 2002). La pregunta conduce al participante del diálogo a superar sus propias reservas. Aprender a preguntar marca el proceso de comprender. Gadamer: el arte de preguntar es el arte el arte de seguir preguntando y esto significa que es el arte de pensar. Se llama dialéctica porque es el arte de conducir una auténtica conversación. (Hermann, 2002). El diálogo que se realiza por la mayéutica socrática (el parto de la palabra), hace aparecer la verdad del logos, que no es la de ninguno de los socios del diálogo, pues trata de una verdad que no estaba hasta entonces disponible. Ella aparece en el arte de mirar juntos y producir un nuevo concepto. (Hermann, 2002).
El verdadero diálogo tiene su origen en el encuentro entre personas dispuestas a oírse mutuamente, exponiéndose a la evaluación del otro, abriéndose a lo que nunca emergió hasta entonces en su propia comprensión. Con Sócrates el aprender es un permitir venir a la luz que nace en el doble movimiento de un dirigirse a, solicitando, y un recibir de, que corresponde a aquella solicitud, un movimiento de educir (se nota que elucidar es dejar claro) de parte a parte. (Hermann, 2002).
El diálogo se realiza por medio del lenguaje, por el cual los interlocutores producen acuerdo y sentido, sin vinculación entre los interlocutores no podrá existir el diálogo. El lenguaje es el medio por el cual se efectúa el entendimiento acerca de algo. (Hermann, 2002).
Haciendo comprensible el mensaje que vive dentro de uno para el otro, u otros. Una relación íntima entre pensar y hablar, una unidad fundamental para la comprensión. Para Gadamer, la palabra es producto del trabajo del espíritu , y éste la forma al paso que produce el propio pensamiento. Así, el lenguaje mantiene una relación con la propia razón pues es por el lenguaje que la filosofía es hecha. Entonces, se verifica el lenguaje como revelación del mundo, por el lenguaje el ser humano se relaciona con las cosas, las interpreta, da sentido y puede traer de dentro de sí para exponer a los demás esa construcción de comprensión y sentido, visión de mundo, y al compartir unos con otros la propia visión del mundo, la enriquecemos mutuamente y podemos ver más y mejor. Para Gadamer el hombre tiene mundo por estar y mantenerse abierto a él, salir al encuentro de él, que puede mostrarse como es. Esa es la capacidad tanto de tener mundo como de tener lenguaje, de hacer el contexto vivido pleno de sentido propio y trazar la orientación de la propia vida. (Hermann, 2002).
Así, el uso del lenguaje, el ejercicio del diálogo, aclara nuestra visión sobre el mundo y sobre nosotros mismos, permitiendo que se conozca a ti mismo y al mundo mismo y la naturaleza. Lo que a veces puede no suceder por la palabra dictada o escuchada, sino por la obra de arte observada, por el texto leído, por el acontecimiento comprendido en términos de causa y efecto. Porque cada uno podrá trabajar con la pregunta y la respuesta en sí mismo. ¿Qué me dice esto? ¿Qué digo sobre eso? ¿Qué me parece ser? Tener lenguaje significa tener una relación con el mundo, ella encuentre su realización en la conversación, en el diálogo, en el mutuo entendimiento que nace del ejercicio activo de oír y decir. Del diálogo nace la comprensión, cada uno ve, ilumina, trae a la luz. Por el hombre puede pensar y hablar. Gadamer afirma: Aprendemos a conocer a los hombres, al fin, a nosotros mismos, en la medida en que aprendemos a hablar. (Hermann, 2002). Lo que coloca al lenguaje no sólo como un medio, sino como fundamento de la experiencia de comprensión, basada en el diálogo. Sin diálogo, no hay claridad, no nace la comprensión. Se queda ciego, tanteando un mundo inestable en el que no sabemos los porqués de las cosas, tan poco de nuestras propias acciones. Querer oír y saber escuchar, querer pensar y saber pensar, querer hablar y saber hablar, nace del uso de la pregunta y da nacimiento al traer a la luz, exponer con claridad, mirar sin reservas, ver. Ver es comprender, es iluminar, es saber. Y desde entonces, podremos organizar nuestra propia conducta en el mundo, sin temores, con seguridad de sí y de su elección de vida. Nace el diálogo como espacio de comprensión mutua en donde aprender se realiza por medio del diálogo, vinculando aprender con comprender y dialogar. El movimiento vivo del preguntar y responder, exponiéndonos a posibles concepciones opuestas, teniendo la oportunidad de superar la estrechez de nuestros propios prejuicios. Por eso el diálogo posee una fuerza transformadora, toma en serio la posición del otro, sucede la aceptación de la diferencia y de la distancia en relación al otro, las diferencias y los espacios propios no necesitan ser deshechos, sino considerados y vivenciados respetuosamente. Dialogar no exige igualar, sino ver con claridad. No es la posición de uno u otro que necesita prevalecer sobre todos los involucrados sino la visión sobre algo que debe aparecer claramente a todos. Desde que todos hayan visto, el paso siguiente será el uso que cada uno hará de lo que vio. El lenguaje vivido en el diálogo permite a cada uno constituirse a sí mismo. El diálogo tiene como fundamento: saber oír. O que para Gadamer es la verdadera humanidad del hombre. Escuchar la pregunta que nos es hecha, en la escucha reside la posibilidad de encuentro, de verdadera relación, de diálogo. Se trata de un acto de apertura ante el otro. Lo sigue escuchar el pensamiento que la pregunta activa en nosotros mismos, escuchar el propio discurso, escuchar la pregunta que hacemos al otro, escuchar la respuesta del otro. Todo esto implica estar atento y resulta en altruismo por ser un saber escuchar con empatía, que es percibir en tiempo lo que sucede con el otro. No oír y oír mal se refiere a permanentemente escuchar a sí mismo, se infunde constantemente a sí mismo a seguir sus impulsos e intereses, incapaz de oír al otro.
Conclusión:
Hemos visto, en tres diferentes momentos históricos y culturales siglo V a. C, siglo XV y siglo XX, la presencia de la pregunta como herramienta de mantener abierta la posibilidad para la comprensión y el conocimiento. Dicho de otra forma, una manera de traer la luz, de lo subjetivo para el objetivo, aclarar. En todos estos diferentes pensadores la relación con el conocimiento y la comprensión se da en el encuentro entre los seres humanos y de éstos con su propia limitación en comprender la naturaleza y la verdad. Por eso, proponen las preguntas y el diálogo, como herramientas para vencer esas limitaciones, en la experiencia de vivir. Si surge en el lector la pregunta: ¿es así? Yo diré: formular diferentes preguntas a diferentes personas y vea por sí mismo si surge algo nuevo, si nace algo de comprensión que antes no había existido.
Referencia bibliográfica:
AGUILAR, Luis Armando. La hermenéutica filosófica de Gadamer, 2004.
FONSECA, Dirce Mendes. A pedagogía científica de Bachelard, Revista da Educação e Pesquisa, São Paulo, v.34, n.2, p. 361-370, maio/ago. 2008
GUELDELMAN, Constanza Kaliks. O conceito da douta ignorância numa perspectiva pedagógica, SP, 2009.
HERMANN, Nadja. Hermenêutica e educação. Rio de Janeiro: DP&A, 2002.
KONDER, Leandro. Nicolau de Cusa – Rev. ALCEU v.2 – n.4 – p. 5 a 14 – jan./jun. 2002.
RIVERA, Josué González. La mayéutica socrática. 2016.
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