Manuel José Ruiz Torres
Claudia Patricia Escobar Rúa
Etapas de la Prehistoria
La Prehistoria es un gran período de tiempo comprendido entre el inicio de los procesos
de humanización y el inicio de culturas con desarrollo de lenguaje escrito. Como puede
entenderse los propios límites son difusos, puesto que no puede establecerse claramente
cuando empieza la humanización, cuando estamos ante seres humanos (en el sentido
antropológico según la ciencia actual), e igualmente, en el otro extremo, tampoco es
claro ni uniforme el momento en el que comienza a utilizarse la escritura.
Por ejemplo, cuando en algunos lugares de Mesopotamia, Egipto o Extremo Oriente ya
se puede hablar de Historia, en amplias zonas de Europa, África y América se sigue en
la Prehistoria, incluso en plena Edad Contemporánea, existieron grupos tribales
sumergidos todavía en plena Edad de Piedra. Por otro lado, están apareciendo hallazgos
arqueológicos con evidencias de escritura varios miles de años antes de cuando
tradicionalmente se ha ubicado el inicio de la Historia.
La Prehistoria tiene dos grandes períodos, el Paleolítico, con grupos o clanes tribales de
cazadores-recolectores más o menos nómadas, y el Neolítico, momento en el que
aparecen asentamientos estables, poblados y pequeñas estructuras urbanas, con el inicio
de la agricultura, la ganadería y la metalurgia. Ambos períodos no son homogéneos,
sino que dentro de cada uno de ellos se diferencian múltiples etapas de desarrollo, con
características culturales concretas. Estas divisiones temporales tampoco son iguales
para todos los continentes y regiones.
Dada la ausencia de fuentes escritas que narren los hechos, cualquier estudio que se
haga de algo tan intangible como es la experiencia religiosa en la prehistoria, debe
hacerse de manera indirecta. Una de las primeras pistas a considerar sobre el posible
inicio de experiencias religiosas, es rastrear cuando pudo aparecer la capacidad de
simbolizar en el ser humano, es decir, la función mental que permite identificar e
interpretar una experiencia tan inefable como es la experiencia religiosa, el contacto con
lo sagrado.
En la Adenda de este tema se presenta un cuadro con las diferentes etapas o momentos
de la Prehistoria, en cada período de tiempo, para todos los continentes (salvo Australia,
cuyos pobladores originales han mantenido rasgos culturales prehistóricos), según los
criterios aceptados de la ciencia oficial.
También se ha incluido un apartado sobre el esquema evolutivo del ser humano según la
ciencia actual, para comprender mejor las relaciones entre Homo heidelbergensis, H.
neanderthalensis y H. sapiens, protagonistas las tres del inicio del contacto con lo
sagrado.
Aparición de la función simbólica
La capacidad de trabajar con imágenes se posibilita gracias al gran desarrollo del
neocortex (corteza cerebral) en el proceso de encefalización. Uno de los muchos rasgos
de este neocortex es la división en dos hemisferios cerebrales, que tienen una función
diferente. El hemisferio izquierdo es el responsable del lenguaje verbal, los procesos
lógicos, las matemáticas, la música; el hemisferio derecho se ocupa del lenguaje
simbólico, los procesos analógicos, trabajar de manera plástica con lo espacial, el arte
visual. Las evidencias paleontológicas han puesto de manifiesto que hay mentalidad
simbólica desde Homo heildelbergensis, del cual se encontró un bifaz en Atapuerca
(llamado “Excalibur”, Figura 1) que habría sido depositado deliberadamente junto a un
cadáver, denotando una intención simbólica en el más allá. Esta capacidad de trabajar
mentalmente con imágenes también se reconoce en H. neanderthalensis y por supuesto
en H. sapiens.
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de cadáveres en la Sima de los Huesos (Atapuerca)
La función simbólica es crucial en el proceso de humanización, por varios motivos, siendo los más relevantes dos: nos permite crear los escenarios mentales en los cuales pensar (necesitamos imaginar lo que pensamos; cuando no entendemos algo decimos “no lo veo claro”). Es como el software operativo donde van a trabajar el resto de programas de nuestra mente. El otro motivo tiene que ver con la posibilidad de tomar conciencia de aspectos metafísicos de la realidad. En este caso, la imaginación es un logro evolutivo que permite transmitir experiencias inefables. Se puede describir una realidad tangible mediante la descripción con el lenguaje verbal (hemisferio izquierdo), pero para transmitir una realidad intangible (como una experiencia con lo sagrado, u otro sentimiento intenso) hay que vincular esa experiencia a una imagen, es decir, simbolizarla con el lenguaje simbólico (hemisferio derecho).
La capacidad de contactar con lo sagrado; primeros vestigios de religión
Esta capacidad de contactar con lo sagrado se define por parte de los antropólogos como la posibilidad de vivir una experiencia completamente diferente de la experiencia profana, sin percepción del espacio ni del tiempo. En esta experiencia se produce una fascinación y un sentimiento de ser una criatura de otra dimensión de la existencia, se perciben las respuestas a las preguntas que la propia capacidad de autoconciencia comienza a hacerse, y de alguna manera se intuye el sentido de la existencia.
Posiblemente si no se hubiese desarrollado esta capacidad de conectar con lo sagrado, el impulso evolutivo se hubiese detenido, por incapacidad de encontrar un sentido a la vida, un por qué de la existencia, al mismo tiempo que la incipiente autoconciencia (posiblemente presente desde hace millones de años) hace percibir que todo lo temporal se acaba perdiendo. Hubiese sido muy difícil la lucha consciente por la supervivencia, si no se encuentra un motivo sólido para vivir.
La aparición de la función simbólica permite reproducir las experiencias de conexión con lo sagrado. Ante determinados símbolos (con los que se han vinculado experiencias y sentimientos), que pueden secuenciarse en ritos, el individuo puede volver a vivir la experiencia de contacto con lo sagrado y reproducir sentimientos espirituales.
La religiosidad, la vivencia de experiencias espirituales que proporcionan un sentido a la vida y que pueden ritualizarse mediante un proceso religioso, posiblemente surgió de esta capacidad de poder poner la conciencia en lo sagrado, y poder reproducir estas experiencias mediante la función simbólica. En los albores de la Humanidad, la incipiente religiosidad encontró un motivo para vivir, cuando se empezaba a tomar conciencia de que todo lo que uno conoce en el plano temporal acaba desapareciendo.
Evidencias de religiosidad en la Prehistoria
Es muy difícil encontrar pruebas de la religión en la Prehistoria debido a que toda la posible experiencia y tradición religiosa tuvo que ser transmitida únicamente por vía oral, y los símbolos en los que se apoyó se encuentran fragmentados, aislados y desvinculados de los ritos que los harían funcionar y sin poder interpreta adecuadamente al no conocer sus claves. Extinguida la población que vivió esa religión, la manera de poder conocer el hecho religioso es de manera indirecta, a través de lo que muestra el registro arqueológico y su interpretación mediante etnografías.
El contacto con lo sagrado a través de la experiencia religiosa, conlleva tomar conciencia de una dimensión metafísica o espiritual, en la que también es posible la existencia, no de los cuerpos, sino de los espíritus o esencias. Así, puede establecerse un intercambio continuado de contactos entre estas dos dimensiones, espiritual y material. Rastrear este posible trasiego de contactos, utilizando el símbolo y el rito mediante la función simbólica, es la forma indirecta de poder conocer cómo era la religión en la Prehistoria. Y los ámbitos que nos ofrece la arqueología para encontrar indicios de ritos y/o posibles símbolos, son tres:
- El tratamiento que se hace de la muerte, costumbres funerarias, necrópolis, etc.
- Las imágenes que aparecen en el arte parietal (pinturas ruspestres).
- El arte mobiliario, determinados objetos con funciones y con imágenes específicas.
La muerte
Cuando los individuos que mueren son tratados de una manera especial, no simplemente
abandonados, estamos ante un hecho que refleja la toma de conciencia de la existencia
del más allá, la idea de ultratumba. El desarrollo de la conciencia de sí mismo, produce la conciencia de la muerte de los seres queridos, que lleva a la eterna pregunta acerca del sentido de todo. Así, cuando se encuentran prácticas con los difuntos, nos encontramos frente a una abstracción frente a la muerte. Lo más antiguo que se conoce al respecto es en Atapuerca (España), una acumulación intencionada de cadáveres (Figura 1), de Homo heidelbergensis, hace medio millón de años. No se puede hablar de enterramiento porque no hay evidencias de ritual, pero indica una percepción diferente de la muerte, que induce a una respuesta concreta frente a la misma. El hecho de que
también se encontrara en este lugar una herramienta lítica (el hacha bifaz “Excalibur”, figura 1), abunda en esta idea de tratamiento de la muerte como un proceso con un destino concreto.
Posteriormente, en Homo neanderthalensis hay muchas más evidencias de un trato ritual frente a la muerte, como las exequias con flores. El hombre de Neanderthal es capaz de realizar enterramientos complejos, como el hallado en la cueva de Los Azules (Oviedo, España) tal y como se muestra en la Figura 2. Y por supuesto, en Homo
sapiens.
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(Oviedo; España)
En definitiva, desde hace cientos de miles de años se encuentran evidencias de la creencia en una vida más allá de la muerte, la existencia de una comunidad de ultratumba, una dimensión espiritual donde acude el difunto. Los ritos funerarios tienen un significado claramente religioso, ya que proporcionan una respuesta frente a la muerte, como prolongación de la vida.
De esta manera, hay numerosos indicios de la preparación para una vida después de la muerte: el depósito de los objetos del difunto junto al cadáver, la propia posición en la que se dispone muchas veces el cuerpo, doblado sobre sí mismo, o el uso de pinturas de color rojo para embadurnar el cuerpo, posiblemente queriendo aportar la energía vital de la sangre. En este sentido, también deben entenderse posibles ágapes funerarios, que serían los restos de animales consumidos junto a los enterramientos (como los encontrados en Chapell-aux-Saints).
Debe haber existido una relación entre vivos y muertos, una intencionalidad en este sentido. Los muertos necesitan del cuidado y recuerdo de los vivos, y estos a su vez pueden verse protegidos por los antepasados. Esta relación puede ser de amor o respeto, o también de miedo, como se desprende de algunos enterramientos, en los que el cadáver está con las manos y pies atados, o enterrado boca abajo. Ejemplos de estos miedos a los difuntos se encuentran en los hallazgos de Chancelade (Figura 3) o de Lauregie-Basse.
No se sabe si hubo culto a los muertos (persistencia del espíritu de una persona que se conoció en vida) o culto a los antepasados (gentes que vivieron hace mucho tiempo, de las que ya no queda el rastro de su propia personalidad, sino de otra personalidad mítica, vinculada al origen). En este sentido, se han encontrado hallazgos que apuntan a las dos posibilidades, como los posibles ritos de banquetes funerarios, en un caso, o el hallazgo de cráneos sueltos (Figura 3), ordenados concéntricamente y orientados al Oeste (caso de Ofnet, Alemania) para el otro caso. También ha sido frecuente encontrar adornos en los cadáveres, como dientes de animales, conchas o caninos de ciervos, siendo estos últimos imitados en tallas realizadas en cuerno de reno.
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El arte parietal
El arte parietal o pinturas rupestres es la más numerosa fuente de información que tenemos del paleolítico, al menos del paleolítico superior. Hay miles de cuevas y abrigos rocosos dispersos por todo el mundo con pinturas rupestres. En la Figura 4 se representan las regiones de Europa donde predominan las localizaciones con arte parietal.
Los motivos dibujados son diferentes tipos de animales (predominan los grandes mamíferos), formas humanas solas o interactuando con animales y formas geométricas, incluyendo líneas y trazos puntiformes. Hay una gran variedad de estilos, que se han ido clasificando y agrupando por períodos prehistóricos. También hay diferencias en cuanto a la técnica utilizada, colores, localización dentro de la cueva. Numerosas muestras de arte parietal no son pinturas, sino grabados realizados en la piedra (petroglifos). En definitiva, el estudio y clasificación de toda esta información es muy extensa, y este
apunte no es el espacio adecuado para mostrarla. Sirva la idea de que el arte parietal fue muy extendido y frecuente durante un período prolongado de tiempo.
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Las primeras evidencias de pinturas rupestres, según las últimas investigaciones, se remontan al período Musteriense, por parte del hombre de Neanderthal. Ejemplos de este arte (Figura 5) lo tenemos en algunas pinturas de la cueva de Nerja, 42.000 años (España), de Altamira, Tito Bustillo y El Castillo, 41.000 años (España), grabados geométricos de Gorham, 40.000 años (Gibraltar).
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Figura 5. Detalle de arte parietal neanderthal. Foca en Nerja (Izquierda), manos en El Castillo (Centro) y grabados geométricos en Gorham (Derecha).
Sin embargo también han aparecido pinturas rupestres con esta antigüedad sin que sean de origen neanderthal, y en lugares muy diversos del mundo (Figura 6): Sao Raimundo Nonato, 48.000 años (Brasil), Sulawesi 40.000 años (Indonesia), Altxerry 39.000 años (España), Dordoña 37.000 años (Francia), Monte Verde 33.000 años (Chile), Chauvet, 32.000 años (Francia), por citar algunos casos. Posteriormente aparecen pinturas rupestres repartidas por todo el mundo, y agrupadas según los diferentes períodos paleolíticos. En Europa hay una gran cantidad de yacimientos con arte parietal, con características bien definidas en cada momento.
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Figura 6. Detalle de pinturas rupestres de Sao Raimundo Nonato (Izquierda), Sulawesi (Centro) y Chauvet (Derecha)
Los períodos de mayor abundancia de pinturas rupestres son:
Châtelperroniense. (36.000-30.000 años), derivó de la cultura Musteriense. Superposición de Homo neanderthalensis y Homo sapiens. Centro y suroeste de Francia y norte de España.
Auriñaciense. (38.000-28.000 años). Contemporánea de la anterior. Europa y suroeste de Asia. Ejemplo: gruta de Chauvet.
Gravetiense (28.000-20.000 años). Francia y Europa central hasta Rusia. Ejemplo: gruta de Cosquer.
Solutiense. (20.000-15.000 años). España, Francia e Inglaterra. Desaparece de manera repentina. Gruta de Lascaux y parte de las pinturas de Altamira.
Magdaleniense (15.000-8.000 años). Desde Portugal hasta Polonia.
Azilense y Asturiense. Culturas del Epipaleolítico (fase inicial del Mesolítico), posteriores al Magdaleniense, con ausencia total de arte rupestre y pobreza del arte mueble.
A partir de estos períodos, las pinturas rupestres casi desaparecen. Sólo en la franja levantina (este y sureste de la Península Ibérica) aparece un tipo de arte figurativo, muy esquemático y simbólico, característico del Calcolítico (III milenio a. d. C), en pleno neolítico.
Las pinturas rupestres hay que entenderlas como parte de un lenguaje simbólico, del que se desconoce el contenido y su función al faltar las claves de interpretación. Por tanto, sólo pueden plantearse hipótesis, con la ayuda de la etnografía comparada y el mayor conocimiento que se tiene de la antropología simbólica y religiosa y del propio funcionamiento del cerebro humano.
Desde inicios del siglo XX, se han ido sucediendo diferentes hipótesis acerca del motivo y función de las pinturas rupestres, y las más vinculadas al fenómeno religioso son el totemismo (que ha perdido vigencia), y especialmente el chamanismo, que se ha ido formulando con mayor precisión en los últimos años, conforme se van conociendo más detalles de cómo es la experiencia chamánica. En síntesis, esta teoría viene a decir que las pinturas rupestres (al menos aquellas que se encuentran alejadas de los accesos, en lo profundo de las cuevas) pueden haber servido como base para ritos chamánicos.
El chamanismo es un término que Mircea Eliade utilizó para referirse a esta forma de experiencia con lo sagrado de algunas tribus de Siberia y otras partes del mundo. El chamán, a través de un estado modificado de conciencia, o trance, puede penetrar en la dimensión de los espíritus, e interactuar con la parte espiritual de los agentes naturales o de otros seres, y restablecer un equilibrio perdido, conjurar amenazas o propiciar bienes colectivos. En estado de trance tiene visiones, y puede verse a sí mismo con otra naturaleza diferente. El estado de trance se puede producir por consumo de determinadas sustancias alucinógenas, pero también en situaciones de aislamiento sensorial (como el que puede experimentarse en el fondo de una cueva), con determinados sonidos, situaciones ambientales determinadas. Se reconocen tres fases en el estado de trance.
La fase 1 es la menos profunda. La persona visualiza formas geométricas simples: líneas, puntos, sinusoides y zigzag, figuras sencillas como círculos. La fase 2 sucede a la primera si el trance se mantiene y se intensifica. En esta situación las formas geométricas se transfieren a formas animales cotidianas. Por ejemplo, una línea sinusoide se transfigura en serpiente. Si el trance persiste, y el individuo aguanta, se profundiza en una fase 3, en la que la propia persona se contempla a sí misma transfigurado en otro ser, generalmente un animal, de manera completa o híbrida, parte humana y parte animal.
Las pinturas rupestres, especialmente las que se ubican en lugares recónditos de las cuevas (aislamiento sensorial), pueden ser causa y consecuencia de estos rituales chamánicos. Los animales se pintan solos, con trazos básicos o con gran realismo, pero sin paisaje; aparecen también figuras geométricas básicas, como las descritas en la fase 1 (Figura 7), y tampoco es raro encontrar seres híbridos animal-hombre (Figura 8), o seres humanos que interaccionan con los animales. Esta interacción no es para propiciar
la caza, como se creía hasta hace unas décadas, puesto que los análisis de los restos de animales consumidos son de otro tipo diferente a los pintados.
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Período Magdaleniense (17.000-10.000 años) Los signos geométricos son muy abundantes, y su aparición, sin duda alguna, obedece a un propósito simbólico. En la Figura 7 se muestra un esquema que recoge los principales signos encontrados, sus frecuencias de aparición y su localización principal. Hay investigaciones que sugieren la existencia de un código con 28 signos (Figura 9) que comenzaron a utilizarse hace 30.000 años durante los siguientes 20 milenios. En concreto, la sucesión de signos I ^ II X III ha sido especialmente frecuente, no solo en el arte parietal, sino también en adornos corporales.
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En las pinturas se han escogido generalmente animales que simbolizan un poder o el poder de la Naturaleza. El chamanismo tiene una cosmología y un sistema ritual. La cosmología es muy sencilla. Hay tres partes del Universo. Está el mundo celeste o de arriba, el mundo subterráneo y el mundo intermediario. El hombre vive en el mundo
intermediario como puente entre los mundos. Para poder acceder a otro mundo distinto del suyo, debe viajar a esos mundos. Sea volar para subir al cielo, ascensión. Sea bajar, caer en la profundidad para conectarse con el mundo ancestral del más allá. Es un viaje alrededor del eje del mundo. El eje del mundo será simbolizado en culturas posteriores por el árbol, y el trance se realiza en torno al árbol ritual.
La técnica del trance es lo que permite el viaje. El trance es un estado modificado de conciencia. En el estado de conciencia ordinario, todas nuestras percepciones son netas, lo que se ve, se escucha o se siente es preciso. Se puede racionalmente determinar lo que es. Cuando se pasa a estados modificados de conciencia, las percepciones se confunden. No están orientadas según la vida cotidiana. Un estado modificado de conciencia muy conocido de todos es el sueño. Cuando soñamos el espacio tiempo desaparece. No sabemos cuánto tiempo soñamos, un minuto, dos horas, seis meses. No tenemos una percepción cronológica idéntica a la del cotidiano y ni sabemos dónde estamos. La localización espacial no funciona igual que en lo cotidiano. El hipnotismo es un estado modificado de conciencia. La repetición larga de un mismo movimiento, acompañada con una melodía simple y repetitiva permite adquirir estados modificados de conciencia.
En este contexto, la cueva se transforma en algo vivo, en una membrana que puede traspasarse en un estado modificado de conciencia y conectar con la dimensión de los espíritus. Todo lo que ve el chamán son poderes, fuerzas que se van modificando y que dependen de lo que el artista – sacerdote capte. Por lo tanto, contrariamente a lo que se pensaba antes, no había un plan inicial de “decoración” de la caverna. Es la pared de la caverna que decide lo que se va a representar a través de la imaginación del que lo ve.
Esto quiere decir que para ellos, la roca está viva. Se aprovechan los relieves, resaltes y depresiones, porque expresan la vitalidad de la piedra. No se busca una superficie plana, se buscan rugosidades que sugieren una forma, que con determinada luz, en determinado ángulo parecen una cosa u otra. Entonces, la roca está viva. La caverna es un ser viviente. La pintura en la cueva es la expresión de algo que surge de la cueva y que el pintor – sacerdote logró ver salir a través de los relieves que la propia cueva está expresando y como un cazador, atrapa la imagen y la hace salir del mundo del más allá dibujándola. La atrapa con el dibujo. La pintura es captar algo más allá de la representación. Se capta y se extrae. Para comunicar con otra dimensión.
La cueva permite tomar contacto con las fuerzas del más allá invisible, con las fuerzas de la matriz de la tierra. Se capta algo, se conecta con la fuerza invisible que está detrás del muro de la caverna. El muro de la caverna es una membrana que deja pasar ciertas fuerzas, ciertos mensajes. Y en este sentido, resulta llamativo encontrar en muchas localizaciones muy diferenciadas en el espacio y en tiempo, manos pintadas en negativo (Figuras 5, 6 y 10), es decir la mano apoyada en la roca y pintado su contorno. Así, la mano ha penetrado en la roca. La mano representa al hombre, y estando en negativo, representa al ser humano, al chamán, que ha penetrado en el roca, en el mundo de los espíritus, cuyas visiones se expresan pintadas en la pared de la caverna.
Se sabe que no era habitual que las cavernas sirvieran de vivienda permanente para el clan o la tribu, porque no se encuentran las huellas de un poblamiento, en todo caso, restos aislados. En una cultura en la predominase el nomadeo por un territorio, en pos de los recursos naturales, las grutas con este tipo de pinturas rupestres serían auténticos santuarios, en los que un grupo reducido de chamanes-sacerdotes restablecería el equilibrio entre las fuerzas espirituales (celestes o subterráneas) y el mundo de lo cotidiano.
En Bolkow (Polonia), en el perfil de 9000 años, se han encontrado 7 varitas de madera de tejo clavadas en la tierra, que parecen dibujar la constelación de la Osa Mayor. También se encontraron otros objetos: un fragmento de meteorito, un amuleto, una punta de lanza en grabada en hueso, un vara en cuerno de ciervo decorada de motivos geométricos. Según los arqueólogos, este montaje ritual sugiere la práctica de ceremonias chamánicas en relación con los astros y la naturaleza en el seno de las comunidades mesolíticas.
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Hay gran cantidad de cuevas que están orientadas de manera solsticial. La mayoría hacia el poniente de solsticio de verano y una minoría, hacia el solsticio de invierno. Se ha encontrado un objeto con una enorme serie de puntitos en formas de lunas con rectángulos de 28 puntos y se concluyó que era un calendario lunar. Entre los 15.000 y
20.000 años se conocían las orientaciones solsticiales-equinocciales y el calendario
lunar básico.
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El arte mobiliario
En el arte mobiliario también pueden apreciarse pistas acerca de la práctica religiosa del hombre paleolítico. Numerosos objetos como adornos, colgantes o instrumentos, muestran imágenes que pueden tener un contenido simbólico. En algunos casos se repiten signos y marcas geométricas, como es el caso de un conjunto de trozos de cáscara de huevos de avestruz, decorados con marcas geométricas de unos 60.000 años de antigüedad (Sudáfrica), cuyo significado sigue siendo un misterio.
Aunque la mayoría de esculturas son del paleolítico superior, las primeras son muy anteriores (Figura 11), del Achelense medio. En Berekhat-Ram (Israel) apareció una Venus, con una datación entre 280.000-250.000 años, y en Tan-Tan (Marruecos) se encontró otra, de entre 300.000 y 200.000 años. En ambos casos se trata de esculturas realizadas posiblemente por Homo heidelbergensis.
Hay un gran lapso de tiempo hasta las siguientes estatuillas, a partir de 35.000 años. De nuevo se repiten imágenes femeninas, con características similares: Dimensiones pequeñas (entre 4 y 22 cm), realizadas en piedra, marfil o hueso, y rasgos comunes, como acentuación de caracteres sexuales secundarios, adiposidad y atrofia de extremidades. Hay más de 150 estatuillas de este tipo encontradas, y sus atributos sugieren la fuerza primordial y la potencia de la vida, la abundancia que debe de asegurarse. Recuerdan poderosamente lo que luego, en el neolítico, serán los cultos femeninos, aunque en este momento no hay evidencias que demuestren la existencia de una religión de la Diosa Madre. En la Figura 12 se muestran algunos ejemplos.
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Pero también aparecen esculturas femeninas más estilizadas, como la danzarina de Gangenberg (Austria) que parece dotada de movimiento, de hace 30.000 años. Otro grupo de esculturas son de animales o de seres antropomorfos, híbridos de ser humano y animal. Son como complementos de las imágenes del arte parietal. De nuevo son animales vinculados con la potencia, el poder, como el león de Vogelgerd (Alemania), 40.000 años o los bisontes de Tuc d’Audoubert (Francia), 16.000 años o el hombre-león de Hohlenstein-Stadel (Alemania) 38.000 años (Figura 13).
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Estos objetos se pueden llevar, se pueden transportar y permiten la apropiación de lo que se representa. El pasaje de una dimensión a otra se hace a través de las pinturas rupestres, bidimensionales, y la apropiación de la fuerza, de la potencia, se hace por las estatuillas tridimensionales, de allí su importancia.
Estamos por tanto ante objetos rituales que tienen sentido dentro del chamanismo, y que son un complemento de la función que tienen las pinturas rupestres. Serían estatuillas
que refuerzan el poder del chamán para penetrar en el mundo de los espíritus. Esto no lo hace cualquier persona, sino una muy especial, el chamán, que debe ser iniciado en el trance, en el poder contactar con los espíritus y ver más allá de las formas. Un ser que, a través del trance, llega a dejar de ser humano y se transfigura en un híbrido (Figuras 8 y 13): hombre-león, hombre-bisonte, hombre-ciervo…y danza, entra en éxtasis.
ADENDA
Cuadro cronológico de la Prehistoria en el mundo
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Esquema evolutivo del ser humano según la ciencia actual
Hasta hace poco más de una década, se pensaba que la evolución del ser humano era lineal desde los antecesores pre-humanos (la idea “el hombre desciende del mono”), con una serie de especies intermedias en las cuales iban mezcladas las características simiescas con las humanas, en un gradiente desde mayor proporción no homínida y menor proporción homínida hasta llegar a Homo sapiens, siendo este momento, además, relativamente reciente, el “hombre de Cro-Magnon”.
Sin embargo, en los últimos años se han ido haciendo una serie de descubrimientos que introducen los siguientes aspectos en el proceso de antropogénesis (1).
La evolución no es lineal, sino un proceso ramificado.
- La antropogénesis dio comienzo hace mucho más tiempo del que se pensaba,
como mínimo 6.5 o 7 millones de años. - Los procesos de hominización (2) y la Humanización (3) se han producido de manera conjunta.
- Hay muchas más especies de homínidos.
- Características netamente humanas se encuentran mucho antes de lo que se creía, incluso en especies diferentes al sapiens.
En el año 2001 se produce el descubrimiento de Orrorin tugenensis, por los paleantropólogos Brigitte Senut y Martin Pickford, en Kenia, en estratos de hace seis millones de años. Esta especie tenía una altura de 140 cm, y caninos reducidos, y lo más sorprendente, caminaba erguido como nosotros. Ese mismo año, en una localidad de Tchad se descubren los restos de otra nueva especie, Sahelanthropus tchadensis, por parte del científico Michel Brunet, quien bautizó al individuo encontrado como “Toumai”, con una capacidad craneana de 350 centímetros cúbicos (como los chimpancés). Lo revolucionario de este hallazgo fue que Toumai tenía una locomoción bípeda y su antigüedad era entre seis y siete millones de años. Y vivió en un ecosistema de selva cerrada, lejos de los espacios abiertos de las sabanas que, supuestamente habrían propiciado la primera característica humana, el bipedismo, según se pensaba en el siglo XX.
En 1994, Tim White descubrió un pequeño homínido de hace cuatro millones y medio de años, que se denominó Ardipithecus ramidus, y que tenía unos caninos muy diferentes de los de los chimpancés y de los nuestros. A lo largo de estos años, se han realizado más hallazgos fósiles de esta especie, y en 2009, el propio Tim White concluyó que A. ramidus se encuentra en nuestra genealogía y que caminaba erguido, y posiblemente fuese antecesor de los australopitecos. Lo notable de estos hallazgos es que el ecosistema en el que se desenvuelven es de nuevo un bosque cerrado. En 2002, en Etiopía, se encontró otra especie de “ardi”, A. kadamba, con una antigüedad entre 5.2 y 5.7 millones de años.
Los chimpancés actuales (Pan troglodytes) son la especie viva más próxima a nosotros, con 98.8% de genoma idéntico, y desde hace unos seis millones de años evolucionamos de manera separada. Sin embargo, con los últimos hallazgos, los chimpancés no se encuentran entre nuestros ancestros, sino más bien al contrario. El descubrimiento de “Toumai” y otras especies como Orrorin o Ardipithecus hace pensar en un ancestro común con los chimpancés, con una dentición más parecida a la nuestra, que ya caminaba erguido, que tenía liberadas las manos, hace casi siete millones de años (como es el caso de Sahelanthropus tchadensis), y posteriormente el linaje de los chimpancés abandona el bipedismo para marchar a “cuatro manos” como una adaptación al medio arbóreo. Por decirlo de una manera más sencilla, es el mono el que desciende del linaje humano, no al revés.
Más abajo se muestra un árbol filogenético (4) de la evolución humana, con la incorporación de los últimos descubrimientos, pero con la prevención de que puede quedarse obsoleto con rapidez, dada la frecuencia de los hallazgos.
En 1999 Tim White y Berhane Asfaw descubren una especie nueva de australopiteco, denominada Australopithecus garhi, caracterizada por tener rasgos más humanos, evidencias del empleo de herramientas líticas y una antigüedad de 2.5 millones de años, lo que retrotrae la posible fabricación de herramientas más allá del Homo habilis.
En España, el yacimiento de Atapuerca ha proporcionado importantes hallazgos. En 1997 se describió una nueva especie, denominada Homo antecessor, con una antigüedad que rondaba el millón de años, y unas características mucho más cercanas a nosotros de lo que nunca hubiera podido sospecharse hace dos o tres décadas. En un principio se pensó que sería una especie antecesora del linaje de Homo neanderthalensis, por un lado, y de Homo sapiens por otro pero en la actualidad se está situando en una rama diferente, una suerte de vía paralela al sapiens. La filogenia se encuentra en constante revisión, debido a los constantes hallazgos. En Atapuerca también se ha encontrado el 90% de todos los fósiles de una especie posterior, Homo heidelbergensis, antecesora del hombre de Neandertal, obteniendo una información valiosísima acerca del modo de vida de estos humanos. A partir de esta especie, y como consecuencia de estos descubrimientos, se hacen más patentes rasgos propios del ser humano, como el pensamiento simbólico, la conciencia de sí mismo o el comportamiento altruista, y posiblemente, la noción del más allá (700.000-500.000 años). Estas características genuinamente humanas se encuentran presentes y potenciadas en la especie que les sigue, Homo neanderthalensis, entre 300.000 y 30.000 años. Estas características humanas se dan en dos especies que no tienen continuación con la nuestra, sino que fueron una rama paralela.
Por lo tanto los procesos de hominización y humanización no fueron exclusivos de la línea que llega hasta sapiens, sino que fueron irradiados a todas ramas de Homo, posiblemente también a la del H.erectus y H.floresiensis.
1 Antropogénesis es el conjunto de procesos que tienen lugar en la formación de la especie humana.
2 Hominización: Conjunto de transformaciones morfológicas desde la aparición de los primeros Homo.
3 Humanización: Conjunto de transformaciones conductuales, comportamentales y culturales desde la aparición de los primeros Homo.
4 La filogenia se refiere al desarrollo evolutivo de una estirpe, y la ontogenia al desarrollo embrionario de un individuo. Se suele decir que la ontogenia repite la filogenia, porque las etapas del desarrollo embrionario suelen presentar rasgos morfológicos que recuerdan a los pasos evolutivos de especie en cuestión.
Bibliografía
- Beorlegui, C. (2011) La singularidad de la especie humana. De la hominización a la humanización. Universidad de Deusto. Bilbao.
- Bermúdez de Castro, J.Mª. (2010). La evolución del talento. Editorial Debate. Barcelona.
- Clottes, J. y Lewis-Williams, D. (2001). Los chamanes de la historia. Editorial Ariel.
- Lacalle, R. (2011). Los símbolos de la prehistoria. Editorial Almuzara.
- Lewis-Williams, D. (2005). La mente en la caverna. Editorial Akal.
- Schwarz, F. (2008). Mitos, ritos, símbolos. Antropología de lo sagrado. Editorial Biblos, Buenos Aires.
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