Ezequiel Chomer (Argentina-Sur)
Es difícil encontrar en la América Latina del siglo XX filósofos que alcancen una cierta trascendencia por fuera de su mero contexto histórico. Los hay demasiadopocos, y los que intentan romper los esquemas de los encapsulamientos socioculturales, o bien no logran la profundización que los grandes temas de la filosofía merecen, o bien no alcanzan la difusión que se encuentra en otros ámbitos más centrales del pensamiento moderno, localizado principalmente en las capitales culturales y universitarias de Europa y EEUU.
Parecería ser que ya desde la época del empirismo científico del siglo XIX,América Latina en general han quedado automarginada de las principales corrientes filosóficas, siendo considerado el papel del intelectual como un mero observador, hasta mediados de la década del 50 en la cual su misión pasó a ser la de un redentorista de una contracultura latinoamericana que emergía en contra de la dominación imperialista de las potencias centrales. El trabajo del pensador, se convirtió entonces, y con honrosas excepciones, desde una piadosa vía de entretenimiento intelectual de las elites, al de la denuncia la explotación imperial-capitalista y las injusticias de las relaciones norte-sur, sean éstas económicas, sociales o culturales. Lo irónico de esto es que con la pretensión de eludir el materialismo imperante en la ya decadente filosofía del siglo XX en los países centrales, se terminó cayendo en una suerte de materialismo de la periferia, en sus vertientes tanto ontológica, historicista como liberacionista.
Como una flor que crece en medio del desierto de mediocridad, podemosrescatar en la América Latina del siglo XX un hombre que fue más que solamente un intelectual. Risieri Frondizi nació en Posadas, Argentina, en 1910, en el seno de una numerosa familia de inmigrantes italianos.Risieri fue el menor de catorce hermanos, casi todos destacados en distintas disciplinas de la docencia, las letras, el derecho y la política. Hermano de Arturo, quién llegaría en 1958 a la Presidencia de la Nación Argentina, su propia carrera en el mundo de la filosofía, la antropología y la educación replicaría en algunos recodos los pasos de su hermano mayor, que fueron en cierta forma parte del sendero zigzagueante que le tocó recorrer a la Argentina y otros países del continente. No obstante de ello casi no tomó parte en la política, ni aceptó prebendas o cargos inmerecidos. Soportó con la misma ecuanimidad exilios, ostracismos y períodos de bonanza académica y personal, que le valieron una fama de conducta socrática, respetada por propios y ajenos.
Evidentemente, el difícil contexto que le tocó vivir en general al intelectual latinoamericano en el siglo XX fue asimismo una oportunidad para muchos de cimentar y fortalecer sus convicciones, su estilo, su propia forma de vida, como en el caso de Frondizi. En propia su obra, Frondizi no se priva de criticar por igual la chatura y la falta de originalidad de los pensadores latinoamericanos, como la brutalidad y analfabetismo de los estados gendarmes que desalientan y hasta devoran a sus propios intelectuales.
Fue ganador de numerosas distinciones y becas, entre ellas una que le permitió estudiar en Harvard, donde conocería a varios importantes filósofos que guiarían sus primeros pasos, como Alfred Whitehead, Ralph Barton Perry y Wolfgang Köhler, y al historiador y filósofo Francisco Romero, con quién compartiría una amistad de toda la vida.
En la Argentina, durante los períodos más liberales, fundó y dirigió la Facultad de Filosofía de la Universidad de Tucumán, fue rector de la Universidad de Buenos Aires, impulsando los años de su mayor desarrollo como centro de estudios, la cual alcanzó un reconocimiento entre las más importantes universidades del mundo. Durante la persecución del primer Peronismo y la dictadura de la Revolución Argentina, en los que fue proscripto, dirigió cátedras de filosofía en Venezuela, México, y principalmente en universidades de los Estados Unidos (Harvard, Yale y Michigan entre otras), donde la estabilidad política y los mayores recursos de la posguerra facilitaban el desarrollo de las ciencias sociales y humanísticas. Incluso ocupó el cargo de Presidente de la Sociedad Interamericana de Filosofía. Pero casi no se terminaba de radicar en ningún lugar en forma definitiva, siempre buscando nuevos horizontes y una generosidad de un corazón que lo mantuvo vinculado a la docencia hasta el día de su muerte, en Texas, en 1985.
La más importante de sus obras fue el libro “¿Qué son los valores?”, escrito en 1958. En ella plantea su tesis central acerca la naturaleza de los Valores inherentes al ser humano, desde una metodología estructuralista.
Los Valores, para Frondizi, emanan de arquetipos propios de la naturaleza del ser humano. Algunos de ellos son materiales y cambiantes (económicos), otros son perennes (axiológicos). Los valores económicos pueden mutar a lo largo de la historia, ya que valen en relación a su condición de ser material y de bien de cambio, que no es similar para todos y cada uno. No obstante existen valores trascendentes, que no varían, ni pueden ser ensuciados o envilecidos por la conducta del ser humano. Daba como ejemplo que la opinión acerca de un objeto bello, como una obra de arte, no depende de la opinión que de éste tenga un observador, por más de que sea una mayoría. La Belleza, al igual que la Justicia u otros arquetipos, no pueden ser captados en su totalidad, salvo destellos de los mismos, que en cada sociedad, momento y lugar, se convierten en lo que se llama “buen gusto” o “sentido de justicia”, pero estos valores en sí son meras percepciones y no el Valor en sí, que permanece inmutable.
Otra forma de ejemplificar este concepto se da a partir de la existencia o no del sonido. Frondizi plantea que el sonido (analógicamente a los arquetipos) existe independientemente de si pueden ser oídos o no. Distintas personas pueden oír distintos sonidos, y algunos pueden ser solamente alcanzados por oídos de animales o sensores mecánicos, pero las ondas de sonido se mueven igual. Los sentidos, en este razonamiento, son mecanismos falibles para alcanzar la experimentación en el mundo, por lo que pueden engañarnos al mismo tiempo que ilustrarnos.
Tal forma de pensar marca una fuerte impronta platónica, ya que pone al Hombre como un ser con potencialidades para acercarse a los Arquetipos, pero al no ser un ser completo no puede alcanzarlos del todo. El medio para acercarse los Arquetipos es la filosofía, y ésta se nutre especialmente a través de la experiencia.
En concordancia con el estructuralismo que utilizaba como metodología de abordaje, Frondizi arma una escala de los valores: gustos, emociones, valores morales (o éticos) y valores religiosos (o metafísicos), siendo cada categoría autónoma con respecto a su predecesora.
Los valores éticos parten de la premisa de preservar la vida y conformar un orden social, germen de lo que sería el Estado. Para ello, retoma el sendero de Kant, otro notable pensador de línea platónica del siglo XVIII, basado en los imperativos categóricos, que enunciaban “Obra sólo de forma que puedas desear que la máxima de tu acción se convierta en una ley universal”. Las leyes o mandamientos bíblicos están
constituidos para poder universalizar conductas que lleven a un orden social y no a la disolución, de allí la aparición de mandatos como “no matarás” o “no robarás”, etc. Si todos robaran, mataran y mintieran libremente, la sociedad se desintegraría de inmediato o no habría llegado a formarse.
Risieri Frondizi no tuvo el impacto que sí lograron otros filósofos de su época. Probablemente esto sea porque cada sociedad rescate de sí misma lo que desee ver. Pero parafraseando su propia obra, esto no tiene por qué disminuir el valor intrínseco de su obra, que cobró un vuelo propio y trascendente a su contexto social e histórico. Su propia vida no puede disociarse de su obra, y no solamente de su obra académica, ya que además de ser un intelectual fue un hombre de acción, un educador y un ejemplo de vida.